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 PENSAR DEMASIADO EN LOS DEMÁS



Octubre 06, 2015, 10:12:26 pm
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PENSAR DEMASIADO EN LOS DEMÁS
« en: Octubre 06, 2015, 10:12:26 pm »
PENSAR DEMASIADO EN LOS DEMÁS



María

María tiene 25 años. Es la hija pequeña de una familia en la que, en apariencia, no hay grandes problemas entre los miembros de la misma; no hay problemas económicos, y en realidad, todo parece bastante armónico.

María estuvo en el colegio cuando era pequeña y después estudió en el Instituto con buenos resultados. También fue a la Universidad y por supuesto con los mismos excelentes resultados.

En cuanto terminó sus estudios empezó a trabajar en lo que se puede considerar un buen trabajo, por méritos propios, a pesar de que su padre también trabajaba en la misma empresa.

María tiene amigas y amigos, y tiene novio como cabe esperar. Sale, se divierte, trabaja y realiza todas las actividades propias de su edad. Como es bastante trabajadora comenzó a estudiar otra carrera universitaria para ampliar sus conocimientos, y le iba bastante bien.
Ha seguido los pasos de una “buena hija”, uno por uno y su vida transcurría sin sobresaltos. En un futuro no muy lejano, posiblemente se casaría, posiblemente tendría hijos y, posiblemente, todo permanecería dentro de una estructura social estable. Pero un día su novio rompe su relación con ella y María comienza a sentirse muy mal. Ya nada le gusta, nada le apasiona, no disfruta con nada, no quiere salir con los amigos, le cuesta ir a trabajar (aunque es el único lugar en donde se distrae), y ya no quiere estudiar más. Tiene miedo al futuro.

Está triste, pero sobre todo, su vida se ha desestructurado. Parece que las cosas han perdido su sentido y no comprende por qué si siempre ha hecho lo que debía, lo que ha aprendido que es correcto.

María acaba de darse cuenta de que no sabe quién es ella, no sabe dónde está María, y tiene miedo.

Pilar

Pilar tiene 40 años. Es la hija pequeña de una familia en la que hay dos varones mayores que ella.

Cuando ella era pequeña sus padres tenían problemas entre ellos. Su padre bebía y maltrataba a su madre y a sus hermanos.

En su familia ella “debía de ser la mujercita de la casa”. Sus padres trataban y consideraban de forma diferente a los varones y a las mujeres. Y ella aprendió a trabajar en su casa, a cuidar a los demás y también aprendió a callar y a esconderse para no provocar la ira de su padre.

Tuvo una escolarización normal y renunció a seguir estudiando porque sus hermanos no lo habían hecho, por lo tanto su obligación era trabajar como ellos, aunque a ella le hubiera gustado seguir estudiando.

Posteriormente encontró novio y se casó, aunque cuando era joven tuvo dificultades para salir con la gente a divertirse ya que se consideraba que una chica debía llegar a casa pronto y no “excederse” en nada.

Como su padre y su madre se llevaban mal, ella dormía con su madre hasta que se caso. Luego tuvo una hija y un hijo, que ahora tienen 13 y 9 años respectivamente. Pilar tiene, en principio, un carácter alegre y extrovertido, pero aprendió a callar y ceder en su casa y siguió callando y cediendo en su matrimonio hasta que cayó en una depresión, un trastorno obsesivo-compulsivo, un trastorno de ansiedad y también de dependencia (este último ya existía anteriormente).

– ¿Por qué? ¿Qué me ocurre?
– “No debo ser una buena madre ni esposa ni hija”.

Su padre ya murió y su madre ahora está enferma. Sus hermanos se desentienden de su madre pero ella no; ella todos los días va a su casa a hablar con ella y ayudarla porque es su “obligación”. Y, aún así, se siente culpable porque no hace lo suficiente, porque su madre se puede morir.

Pilar es su padre, su madre, su marido, sus hijos… y, ¿dónde está Pilar en realidad?, ¿quién es ella de verdad?

No lo sabe porque nunca ha sido ella misma, sólo lo que los demás han querido que ella sea. Tiene miedo al futuro, al presente, a vivir, a casi todo, y sobre todo a descubrir por primera vez quién es ella.


LAS CONVENCIONES SOCIALES


María y Pilar, ¿qué tienen en común?

Las dos han estado convencidas, han asumido que debían ser unas buenas niñas, unas buenas hijas, y sus vidas serían satisfactorias al obrar en consecuencia.

No hicieron en su momento una revisión de estas creencias básicas ni de las consecuencias que estas podrían tener sobre sus vidas.

Para los demás es muy cómodo, perfecto diría yo, cuando una mujer mantiene estas creencias, que aseguran cuidados, sumisión, ayuda incondicional, ausencia de grandes conflictos y que todo esté “en orden”, tal y como mandan las “buenas maneras” de la sociedad.

Pero las consecuencias para estas mujeres devienen en: falta de autonomía, falta de identidad propia, falta de control sobre sus propias vidas, falta de autoestima y diversos trastornos psicológicos.

Por eso, cuando el equipaje que han ido cargando poco a poco, a lo largo del tiempo y este se ha ido haciendo demasiado pesado, van apareciendo síntomas. Y estos se van convirtiendo en trastornos tales como depresión, ansiedad, dependencia, evitación, obsesiones, compulsiones… Pueden llegar a sufrir muchos problemas porque pesa demasiado, y es difícil para ellas ver cuando comienzan a surgir los problemas, si se vive en una sociedad que apoya estos comportamientos tratándolos como los más deseables y correctos.

Estas mujeres son, en muchas ocasiones, sociables, les gusta la gente, y ellas gustan a los demás porque no crean conflictos, ayudan siempre que se les necesita e incluso antes de que nadie lo pida. Efectivamente son “buenas amigas” “novias”, “hijas”, “madres”, “esposas”… pero renunciando a su YO.

No ponen límites y dejan fácilmente que los demás les invadan el terreno. No saben decir “no”, y acceden a las peticiones de los demás sin cuestionarlas. Y a sus intereses, renunciando a los propios, a sus preferencias… y a casi todo.

Se trata de vivir por y para los demás; que los demás estén contentos, y desde luego, algunos suelen estarlo con esta actitud de renuncia, pero, ni aun así. Muchas veces no están suficientemente contentos. Es como llenar una bolsa que tiene un agujero y por mucho que se meta en ella nunca se llena.

Viven pensando que de esta manera serán queridas y aceptadas por los demás, pagando un precio muy alto por este supuesto cariño que no es más que egoísmo y comodidad de algunas personas.

Ellas lo aprendieron de pequeñas de diferentes formas y lo mantienen porque tienen mucho miedo a no ser queridas, a perder a los demás si se atreven a pedir lo que les corresponde, a ser rechazadas si se niegan a algo.

Tienen miedo de perder aquello que nunca han tenido.

Nunca tuvieron el cariño verdadero de los demás, porque no les quieren a ellas por lo que son, por ser ellas mismas, sino porque les complacen, porque acceden, porque son una imagen irreal creada para el gusto de los demás. Y no pueden saber qué personas les aprecian de verdad porque están en una trampa de hipocresía y mentira con toda su dureza. Con una máscara no se puede conocer bien a las personas.

Estas mujeres cayeron en lo que McKay, Daves y Fanning llaman “la Falacia de la Recompensa Divina”.

La Falacia de la recompensa divina consiste en un estilo de pensamiento que se caracteriza por creer que si una persona trabaja, se sacrifica y hace lo “conecto” se verá recompensada de alguna manera por hacerlo “bien”.

Se llama falacia precisamente porque esto no ocurre. Cuanto más se sacrifica la persona por los demás, más les acostumbra a que este comportamiento es lo normal y por lo tanto no merece ningún reconocimiento especial.

Una mujer decía: “Nunca me he atrevido a llevar la contraria a mi madre. Si alguna vez lo he hecho, las consecuencias han sido malas, Pero, a la larga, ha sido peor el hacer siempre sus deseos, Y esa ocultación de los sentimientos para evitar broncas, al final sale”.

Qué razón tenía cuando hurgando en su pasado llegó a la conclusión de que sus actitudes presentes se habían forjado ya en su niñez, y que ella sin saberlo, seguía repitiendo los mismos comportamientos.

Ellas ayudan, llaman por teléfono para preguntar e interesarse por las vidas de sus seres queridos, les acogen en sus casas, les cuidan si están enfermos y se sienten. , responsables de su “felicidad”.

Pero la “felicidad” (en el sentido humano de la palabra, y no como abstracción) sólo es posible alcanzarla por uno mismo. Nadie da la felicidad a nadie.

Por eso ellas siempre se sienten insatisfechas. En primer lugar, por cargar con una responsabilidad que no les corresponde, y que de todas formas no tienen el poder de satisfacer. Y en segundo lugar, y como consecuencia de ello, no se ocupan de lo que sí es su responsabilidad, y es el buscar su propia “felicidad”, su propio camino.

Ocuparse de los demás cuando lo necesitan es lógico, pero no por sistema, y no poniendo los intereses de los demás y su satisfacción por delante de los nuestros, y de nuestras necesidades, inclusive muchas veces, las más básicas que las pasamos por alto.
Frecuentemente se encuentran que cuando ellas necesitan ayuda o están enfermas, o se permiten desear algo, no son correspondidas como ellas pensaban que lo serían.

Esto implica muchas veces un sentimiento de frustración cuando ocurre, y a veces de rabia porque es entonces cuando perciben que los demás están demasiado ocupados en sus cosas como para preocuparse por ellas como ellas lo hacen normalmente por los demás.

Otras veces, esto no ocurre porque evitan la ocasión. Es decir, no piden nada, no esperan nada y así no existe la posibilidad de sentirse desilusionadas. Este es el conformismo típico de las personas que se anulan a sí mismas.

Este es el precio que se paga por querer ser “una buena niña” y todo lo que conlleva el ver la vida de esta forma.

Se vive sin vivir nada más que a través de los otros; con sentimientos de culpa porque nunca se consigue gustar tanto, complacer tanto a los demás, porque tanta responsabilidad abruma, deprime, provoca ansiedad y crea dependencia de los otros hacia la persona que intenta complacer, y de la persona que quiere complacer hacia los otros, y hacia el mismo hecho de complacer.

Es como si no preocuparse constantemente de los demás les convirtiera en “malas personas”, y si alguna vez intentan buscar su propia “felicidad” encuentran un gran vacío y mucha inquietud. Vacío porque no han aprendido cómo hacerlo ni en qué consiste, e inquietud porque se consideran egoístas y perversas por ello.

Resignarse ha sido la palabra de su vida, y la buena causa, la “felicidad” de los demás y el agradarles.

Tiempo y más tiempo de sus vidas perdido sin posible recuperación; por lo menos hasta que no pongan en tela de juicio estas creencias.


CAMBIAR LAS “CREENCIAS”

Muchas mujeres han quedado presas con estas creencias y las han arrastrado durante todas sus vidas sin, por supuesto, obtener recompensa, pero sí han convertido sus vidas en un sabor amargo.
Otras, han podido y podrán liberarse de ellas consiguiendo una vida más plena, más satisfactoria, menos abrumadora y más digna de ser vivida. Con menos ataduras y más flexibilidad y creatividad.

ENTONCES, ¿SE PUEDE CAMBIAR ESTO?

Si, por supuesto, y para ello es necesario romper la creencia de que es malo desear cosas para una misma. No hay que esconderse más en el dormitorio, en la sonrisa falsa, en el acceder a todo, en querer evitar discusiones a toda costa, en aparentar que nos gusta todo lo que dicen los demás, en la vergüenza de decir lo que se piensa, de tener opiniones propias y de ser autónomas. No esconderse en nada y aceptar que nos critiquen o no gustemos tanto a la gente, pero ser YO. Sí, ser María, o Pilar, o Amparo.

Hay que buscar lo que nos agrada y buscar dentro de nosotras mismas cuáles son nuestras opiniones, nuestros gustos, lo que rechazamos y expresarlo sin miedo porque es nuestro, porque eso es lo que nos hace ser Yo y no el Otro.

Para ser Yo, hay que respetarse y una vez nos respetamos a nosotras mismas, conseguimos que los demás nos respeten, porque merecemos ese respeto, porque somos personas únicas y valiosas. Y porque si nosotros podemos y debemos respetar al otro, esto es en la medida en que el otro me respeta a mí.


REVISEMOS PUES NUESTRAS CREENCIAS

¿Qué es ser buena hija para mí? ¿En qué consiste exactamente?
¿En qué consiste ser una buena esposa, compañera, etc.?
¿En qué consiste ser una buena madre?
¿En qué consiste ser una buena amiga?
¿Estoy siendo yo misma cuando me comporto como:
“Buena hija”?
“Buena esposa /compañera…”?
“Buena amiga”?
¿Qué perdería si cambiara estos comportamientos?
¿Qué ganaría si cambiara estos comportamientos?
¿Me respetan los demás?
¿Qué puedo hacer para que me quieran por mi misma?(Pasos concretos)
¿Puedo sustituir las creencias que me hacen daño por otras más sanas?
Recuerda:
SI ME MIENTO, NO ME RESPETO.
SI YO NO ME RESPETO, YO NO SOY YO.
SI NO ME RESPETO, NO ME RESPETARÁN.


Carmen Rausell Iglesias
Psicóloga cognitivo-conductual

 

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