DIOS NO ES EL RESPONSABLE DE TU VIDA
En mi opinión, cuando Dios concede la vida a una persona le otorga también la responsabilidad sobre ella, y le añade el compromiso de hacer de ella algo digno, de aprender a usarla y disfrutarla del modo adecuado, y de ser feliz.
Da la vida y la responsabilidad de esa vida.
Da la vida –que es un hermoso regalo, aunque tenga fecha de caducidad- y da la responsabilidad sobre ella –que es un serio compromiso-.
La vida se puede tomar como un derecho, algo que no merece ni siquiera cuestionarlo: uno ha nacido y está aquí –aunque sea sin darse cuenta de ello y sin valorarlo-, o puede tomarse como un privilegio: una oportunidad única de disfrutar de los sentidos y de todas las delicias y maravillas que quedan a nuestro alcance.
Uno puede sentir la trascendencia, lo que habita en su profundidad, quien intuye que realmente ES, su divinidad y su grandeza… o puede dejarse arrastrar por la urgencia de lo inmediato y por los problemas de lo mundano y lo cotidiano, y desatenderse.
Uno no siempre acata el cometido plenamente, la incumbencia que conlleva, y se deja en manos del “destino”, o “lo que le tenga reservado” la suerte, o pendiente del azar, de lo que pasa cuando se abandona el timón… o en manos de Dios (que también puede ser una forma de des-responsabilizarse).
Creo que se debería reflexionar acerca de esto, por lo menos cuando se trata de esa norma institucionalizada por la que dejamos muchas cosas –a veces demasiadas e innecesariamente-, “en manos de Dios”.
“Que sea lo que Dios quiera” o “Yo lo dejo todo en manos de Dios”.
“El destino ya está decidido de antemano”.
“Lo que tenga que ser, será”.
A éstas, y a muchas otras frases similares, les damos un poder que no tienen, porque ellas no van más allá de una sucesión de letras que componen unas palabras que no disponen de autoridad suficiente, y lo único que hacen es componer una frase, son solamente un juego gramatical, salvo que… salvo que alguna persona crea en ellas, las utilice, y por ello les dé preponderancia y crédito.
Darles solvencia depende de varios motivos. En unos casos es por una fe muy arraigada que no duda en ningún instante de ellas, pero este caso sólo debiera ser válido si la fe –que se basa solamente en creencias o intuiciones-, tuviera la certeza suficiente, porque ha sido demostrada su validez como para que se confíe en ella. O sea, que hay que tener convicción tangible en algo que se basa en la intangibilidad.
En otros casos –muchísimos casos-, eso que aparenta ser confianza y/o aceptación, no es más que pereza, rendición, irresponsabilidad… o ineptitud.
O sea, como no me responsabilizo de mi vida, y como no me pongo a la tarea de resolver mis asuntos, se los encomiendo a alguien ajeno a mí, a quien llamo Dios o destino, y en el caso de que no se resuelvan del modo que a mí me sea satisfactorio, ya tengo a quien culpabilizar.
“Pues será que no tenía que suceder”, “Si así lo quiere Dios …”, “Dios sabrá por qué”, “¡Qué triste destino el mío!”, etc.
Excusas.
Comprueba que, en tu caso, no sean excusas. Ya sabes lo que necesitas: mucha ecuanimidad, mucha honradez, y mucha verdad.
Haz gala de tu honestidad, sincérate, y verifica si no son más que excusas porque no has hecho lo que tenías que hacer.
Y decide si la próxima vez que tengas que resolver un asunto te vas a hacer cargo de él o vas a volver a lo de siempre.
Dios no es el responsable de tu vida. Tú eres el responsable de tu vida.
Te dejo con tus reflexiones…