LO QUE ES IMPORTANTE Y A LO QUE LE DAMOS IMPORTANCIA
Me confundo.
Una y otra vez.
Lo confundo.
Una y otra vez.
Confundo lo que damos importancia con lo que es importante.
Y no sé si echarle la culpa al tonto que me habita, o a la ignorancia, o a que no sé escuchar sinceramente a mi corazón y sus mensajes, o a la prisa que me tiene acelerado, o a que dejé el gobierno de mi vida al inconsciente durante muchos años y hay días que vuelvo a la vieja costumbre, o si echarme a mí la culpa por mi desatención, o porque me dejo deslumbrar por los triunfos aparentes.
El caso es que dentro de mí, en el lugar donde guardo las teorías, lo tengo claro.
Sé que cuando a algo le damos importancia, no es a mí a quien se lo parece, sino a mi ego.
Y si algo es importante, es aquello que alegra a mi espíritu, aquello que me provoca paz en vez de lucimiento, aquello que es profundo, aquello que realza mi naturaleza trascendental, aquello que le provoca una serena sonrisa a mi corazón.
Las cosas son convenientes, interesan o son interesantes, o tienen consecuencias, pero… ¿Para quién?, ¿Para cuál de mis yoes?, ¿Para cuál de las divisiones en las que me fracciono?
El ego está más interesado en aparentar, en ocupar un lugar en el pódium y ponerse medallas, en llenarse de éxitos, en causar admiración, en regodearse en lo que parece que tiene importancia. Más bien, en lo que se le da importancia, pero que es sólo aparente.
Lo importante no necesita ser reconocido por los otros, y es profundo: un asunto privado entre uno mismo y Uno Mismo; no es algo que “se hace” de cara al exterior.
Hay una aclaración que aparenta ser sólo semántica, pero es clarificadora: aquello a lo que “se le da” importancia, es un asunto exclusivamente terrenal y efímero, y ese “darle importancia” es un asunto temporal, cuyo valor puede desaparecer en cualquier momento.
Las cosas que se les da importancia un día, puede que meses o años después sean catalogadas como tonterías.
Aquello que pareció tan grave, o que le habíamos dado tanta importancia en algún momento, se diluye en el olvido.
En cambio, lo que “es” importante, ya lo “es” en su condición. No necesita de estímulos. Lo “es” en su esencia, en lo imborrable, en lo que va recomponiendo la esencia que somos. Es más transpersonal. Lo que “se le da” importancia, es porque “se le da” importancia, mientras que lo que “es” importante, se debe a que ya lo “es”.
Lo que damos importancia, es más de cara a los otros que a uno mismo, es un asunto del “yo” frente a los otros, mientras que lo que es importante, lo es para el aprendizaje de uno mismo. Para el que trasciende al humano limitado.
Es muy interesante tener claros los conceptos para no perder el tiempo con las cosas que se le dan importancia, y centrarse en las que son importantes.
Todo lo expuesto anteriormente nos podría, o nos debería, conducir a cuestionarnos, a partir de ahora, una serie de actos o situaciones.
Aparte del instinto de supervivencia, o de la necesidad de procurarme una economía, el resto de mis decisiones…
¿Qué objetivo tienen?
¿Quién, o qué, me empuja o me motiva a hacer las cosas que hago?
¿Qué intención tiene el resultado que busco en las cosas que hago?
¿Oriento el sentido de mi vida hacia el público o colaboro en mi Crecimiento Personal?
¿Me atrae más el brillo externo que la luz interior?
¿Mi ego me indica el valor de las cosas?
¿Es mi ego o soy yo quien decide qué es esencial para mí como Ser Humano?
A partir de las respuestas surgirá, probablemente, una revisión de la escala de valores personal. En el mismo instante en que uno se da cuenta de que algunas cosas realmente no tienen el valor que se les atribuye, se puede escapar inmediatamente de su propio error.
A estas alturas del texto, ya deberías tenerlo claro, y no volver a confundirte.
Lo que le damos importancia no es importante.
Lo que denominamos importante no tiene importancia. No la necesita.
Te dejo con tus reflexiones...