EL SUFRIMIENTO
“La principal razón por la que las personas no son felices es porque se complacen insanamente en sus sufrimientos”, dijo el Maestro.
Y contó cómo, viajando él cierta noche en la litera superior de un vagón de ferrocarril, le era imposible conciliar el sueño porque en la litera inferior había una mujer que no dejaba de gemir: “¡Que sed tengo, Dios mío, qué sed tengo…!”
Una y otra vez se oía aquella lastimera voz, hasta que, finalmente, el Maestro descendió sigilosamente por la escalerilla, salió del departamento, recorrió todo el pasillo del vagón hasta llegar a los servicios, llenó de agua dos grandes vasos, regresó con ellos y se los dio a la atormentada mujer: “¡Aquí tiene, señora: agua!”
“Muchas gracias señor, que Dios le bendiga…”
El Maestro volvió a su litera, se acomodó en ella… Y estaba punto de conciliar el sueño cuando, de pronto, oyó de nuevo la lastimera voz: “¡Que sed tenía, Dios mío, qué sed tenia…!
(Este cuentecito está publicado en el libro “un minuto para el absurdo”, de Tony de Mello.)
El sufrimiento es una actitud evitable e innecesaria. Atrás quedaron todas las teorías que defendían los cambios mediante el sufrimiento a la vista de que se consiguen mejores resultados con el amor.
El sufrimiento es confundido muy a menudo con el dolor con el que tiene claras diferencias. El dolor, según dice el diccionario, es una sensación molesta experimentada por una parte u órgano del cuerpo, transmitida al cerebro por terminaciones nerviosas sensitiva; por tanto es real, se puede sentir físicamente, se nota inequívocamente; afecta directamente al cuerpo y además es producto de un hecho que hace apreciar el origen del mismo. El dolor es físico, es irrespetuoso con las personas y afecta a todos, sea cual sea su nivel evolutivo o intelectual.
El sufrimiento se refiere a otra cosa. Según el diccionario es sentir un daño moral.
El sufrimiento es evitable porque no tiene entidad por sí mismo, ni es algo físico -aunque se pueda llegar a manifestar físicamente por medio de la somatización-, sino que es totalmente un asunto mental; Somatizar es transformar problemas psíquicos en síntomas
orgánicos de manera involuntaria. De ese modo es como se instala en nosotros y nos ataca, y habitualmente nos rendimos, ya que desconocemos la posibilidad de vencerlo con la compresión, y, sobre todo, se puede vencer con la claridad, con tener claro que el sufrimiento es, simplemente, el resultado de la no aceptación de la realidad.
Si yo sufro con cualquier situación, la que sea, es porque se opone a mis deseos, a mis ilusiones, a lo que yo quisiera. Es porque está en contra de mi Yo Ideal o de mi Yo Idea. Es porque no quiero admitir y reconocer que eso, lo que sea, existe, sucede, aún a mi pesar y en mi contra.
También en muchas ocasiones, sufrir por una situación es el precio de no haber luchado antes por ella. Esto conviene tenerlo muy claro. Algunas cosas requieren ser enfrentadas y resueltas y si no se hace así, más adelante pueden afectarnos y convertiremos en sufrimiento lo que podíamos haber evitado.
Entender el sufrimiento es acabar con él.
Hemos conseguido que sufrir sea la más fácil de las actividades humanas y ser feliz, la más difícil. Curioso. Y triste.
La vida, por sí misma, no es problemática ni sufrida; la vida carece de adjetivos hasta que se los colocamos. El sufrimiento no está en la vida, no está en la realidad, está en ti. El sufrimiento solo vive en una muy pequeña parcela de un “Yo confuso”.
El sufrimiento es una obra de la mente. Por ejemplo, imagina cómo te sientes cuando alguien te insulta… ¿te molesta?, ¿sufres?, ¿por qué sufres? El insulto no es más que una palabra, no se puede tocar, no existe. Si alguien te insulta y no tiene razón, simplemente es que te desconoce y se ha equivocado o que pretendía molestarte con mala intención, en cuyo caso no hay que tenerlo en cuenta. ¿Qué cambia de ti si una persona que te desconoce se equivoca al emitir un juicio?, ¿acaso no sigues siendo la misma persona aunque el otro se equivoque con una palabra?
Además, piénsalo, nadie te trastorna, te trastornas tú mismo.
Es una lástima que dejemos en poder de los otros la capacitad de hacernos felices, de hacernos sufrir, de permitirnos tener o no esperanza…
Tony de Mello entendía perfectamente todo esto. Me permito citarte textualmente párrafos completos:
“Todos llevamos dentro de la cabeza un modelo de la realidad que nos ha sido inoculado por la tradición, la formación, las costumbres y los prejuicios. Cuando los sucesos de la vida y la conducta de las personas que están a nuestro alrededor son como el modelo, permanecemos tranquilos y nos parece que todo marcha bien; pero cuando no son como el modelo, nos alborotamos por dentro. El tal modelo, para colmo, es accidental y arbitrario. Cae en la cuenta de eso, y nada volverá a trastornarte”.
“El trastorno personal, el sufrimiento, no viene de la realidad objetiva fuera de mí, sino del pre condicionamiento dentro de mí. Quita el condicionamiento, y el trastorno desaparece. Mi manera de ver y de pensar, mis juicios y mis principios, aun mis gustos y mis preferencias, son el resultado del largo proceso de vivir en el complejo familia-colegio-iglesia-sociedad que ha moldeado mi mente y ha decretado cómo debo reaccionar “espontáneamente” ante hechos y situaciones. Reconocer que mis sufrimientos vienen de mi mismo es el primer paso para remediarlos”.
“Hay algo que te hace sufrir a ti y, sin embargo, no le hace sufrir a otra persona. Eso quiere decir que la causa del sufrimiento no está en la realidad objetiva, sino en tu manera de percibirla. El modelo que llevas dentro de tu cabeza es distinto del que otro lleva en la suya, y así fue como el mismo incidente a ti te afectó y a él no”.
“Si alguien te está molestando, fastidiando, sacando de quicio, piensa… ¿cuándo le has dado permiso para que te moleste, te fastidie, te saque de quicio?, ¿conque le has dado poder sobre tu vida, eh? Le has entregado la llave de tu libertad, y ahora te diviertes cuando él te divierte y te fastidias cuando él te fastidia, ¿no es eso?, pues ¡valiente persona estás tú hecha! Echarle a otros la culpa del propio malestar de uno es un escape, un mecanismo de defensa psicológico, un tratar de quitarse la responsabilidad de los hombros y echársela encima a los demás, un hacerse la víctima inocente e indefensa que nada puede hacer más que sufrir pacientemente lo que otros despiadadamente le echan encima”.
“Si has de tomar medidas para contrarrestar el sufrimiento que te ha producido o pueda producirte, tómalas y arregla el asunto de persona a persona; pero lo que no vale es quedarse sentado sin hacer nada más que quejarte a los cuatro vientos de la injusticia de que eres objeto, y pretender que te tengamos lástima y te demos la razón. De ninguna manera”.
Todo lo anterior explica convincentemente la necesidad de revisar nuestra forma de actuar con respecto al sufrimiento, y la nula necesidad de persistir en esa actitud.
Con la honradez que debe caracterizar a todos los buscadores, preguntemos dentro de nosotros, desglosando cada uno de los tipos y motivos de sufrimiento que padecemos, cuál es la realidad que se esconde tras ellos, ¿qué pretendo con ese sufrimiento?, ¿qué espero recibir a cambio?
He averiguado que muchas, muchísimas veces, se usa el sufrimiento como chantaje para que los demás se fijen en nosotros. ¿Será ese tu caso?, ¿estarás buscando que la gente no se fije en ti por ti mismo, sino por cuánto sufres, qué desgraciado eres, qué cruel es la vida contigo?,
¿será que pretendes llamar la atención con cualquier motivo y has aceptado éste como bueno?, ¿de verdad debes seguir buscando más motivo por los que sufrir?
Después de lo escrito sobre el sufrimiento, después de intentar aclarar lo que no es sufrimiento, ahora quiero decir que hay otro tipo de sufrimiento que hemos de distinguir con perfecta claridad, y es un sentimiento creativo, enriquecedor, útil, necesario. Este sufrimiento no es inaguantable, porque tiene un sentido comprensible que lo amansa un poco. Con un poco de atención y honradez, se pueden distinguir.
Si fuésemos capaces de entender las enfermedades y el sufrimiento como procesos de transformación física y psíquica, ganaríamos una visión más profunda y menos desviada de los procesos psicosomáticos y psicoespirituales, y empezaríamos a darnos cuenta de las muchas oportunidades que ofrecen el sufrimiento y la muerte del ego. Para las culturas tradicionales, la enfermedad, el sufrimiento y la muerte son manifestaciones de la sabiduría inherente del cuerpo, a la que basta con rendirse para alcanzar áreas de percepción capaces de revelar el verdadero fundamento de nuestra existencia terrenal.
Este sufrimiento se podría considerar como la puerta que permite el acceso a otro plano, por eso es un asunto delicado consolar a los demás, sobre todo si no lo solicitan, porque podemos estar eliminando la oportunidad de descubrimiento y aprendizaje que les aporta.
El resistirse a la vida en su irse abriendo a lo que tenga que pasar, origina un gran sufrimiento. Cuanto más cerca está el hombre del grado de evolución que le permitiría percibir la voluntad del SER, más le atormenta la negativa de su yo-egoísta, que no quiere ceder el sitio, obedecer, abandonarlo todo al SER. Y es aún más desdichado si, al no comprender el sentido de los repetidos asaltos del SER, se cree obligado a soportar valerosamente esa tensión; de esa forma no se da cuenta de que su actitud heroica y apasionada es justamente lo que engreda su sufrimiento.
No hay palabras que separen los dos estados de sufrimiento, solamente el sentido afinado sabe distinguirlos; hay pequeños y sutiles matices… en el primer caso sabemos, aunque no queramos reconocerlo, que es más una cabezonada o una rabieta lo que nos hace seguir sufriendo… en el segundo caso no hay motivo, nada que pueda ser el nacimiento del sufrimiento… en el primer caso, no hay un resultado, nada que justifique haberlo pasado… en el segundo caso, aunque no se vea inmediatamente lo que ha pasado en el interior mientras se estaba sufriendo, hay una seguridad absoluta en que se han estado colocando cosas en su sitio, en que se tenía que estar en ese “AQUÍ Y AHORA”, pendiente del sufrimiento, observando que células se estremecían, qué pensamientos caducados se morían, sintiendo como se estaba realizando la puesta a punto, sabiendo con una certeza que vencía a las dudas que “algo” o “alguien” cuidaba con exquisito mimo el proceso, y que la sabiduría del cuerpo reclamaba esa parada en la actividad cotidiana para expresarse, para resolver asuntos aplazados e inaugurar una nueva etapa… en el primer caso, siempre hay arrepentimiento… en el segundo caso, siempre hay paz.
Te dejo con tus reflexiones…