DEFENDER LA DIGNIDAD PERSONAL
(La dignidad humana)
En mi opinión, una de las tareas primordiales de las personas es la de defender –cuando se ve vulnerada- su dignidad personal. Por encima de casi todas las cosas y casi a cualquier precio.
La dignidad, humana y personal, es el derecho propio que tiene cada ser humano a ser respetado y valorado como ser individual y social, con sus características y condiciones particulares, y, en principio, simplemente por el hecho de ser persona.
Este derecho, que ha de ser respetado innegociablemente por todas las personas, ha de ser acatado inexcusablemente, y en primer lugar, por uno mismo.
Si uno no se respeta no puede pedir que los otros sí lo hagan. Y uno ya no se está respetando si no exige que se le respete.
Y ha de ser con una exigencia firme, innegociable, irreductible.
Exigir es pedir imperiosamente algo a lo que se tiene derecho. O sea, pedir autoritariamente, firmemente, del todo convencido, algo a lo que se tiene derecho. Pedirlo con asertividad.
Respetar los derechos propios, y hacer que los respeten, es el primer paso, y necesario, en el afianzamiento de la Autoestima y en el mejoramiento posterior de la relación con los otros.
Reconozco que este es un asunto que a mí me irrita especialmente.
En mi infancia acompañaba a mi padre a vender en los mercadillos. Recuerdo nítidamente un día que llovía bastante y hacía mucho frío. Por primera vez en varios años le pedí a mi padre que dejáramos de vender y nos fuéramos para casa. Una señora que me oyó pedirlo dijo: “Pobre niño”. Otra señora que escuchó el comentario me dijo: “Nunca permitas que te digan pobre niño”. Aquello me caló hondo. Allí fue donde se sublevó mi deseo de no permitir que nadie mancillara mi dignidad personal.
Yo era un niño necesitado de una palabra de consuelo, o de ánimo. O necesitado de irme a casa para no seguir pasando frío. Pero yo no era un niño necesitado de lástima.
Toda persona de bien, repito: TODA PERSONA DE BIEN tiene el derecho innegable a preservar su dignidad y a ser respetado.
Así que no tolero el maltrato físico o psicológico, no admito para alguien el desprecio ni la humillación, no consiento la violencia ni la dictadura, no permito el insulto ni la acusación de culpabilidad injusta. En estoy soy irreductible. Y te invito a que tú también lo seas.
Todos merecemos respeto y consideración sin que importe el nivel cultural o el sexo, sin que importen las circunstancias personales o el estatus social, sin que importe el país o las costumbres y tradiciones.
La exigencia del respeto hacia tu propia dignidad te aportará todo tipo de satisfacciones: el hermoso placer de sentirte tú mismo y sentirte íntegro, la delicia de saberte respetado y valorado como persona, el placer de andar con la cabeza alta y sintiendo el mejor y más sano de los orgullos, el goce de sentirte satisfecho con tu personalidad…
Si uno se sabe y se siente digno, podrá vivir de tal modo que aunque tenga errores, que los seguirá teniendo, o que no haga todas las cosas del mejor modo posible, por lo menos no se sentirá despreciable y no tolerará que los demás le traten de un modo denigrante o indigno. No creerá que todo “error” merece un castigo. No se considerará inepto, inútil, patán, despreciable.
Si uno se siente digno se mirará en el espejo de su conciencia y se sentirá bien.
Algunos seres humanos tienen la desdicha de estar en una vida en que las cosas agradables son escasas, o viven relaciones tormentosas cargadas de sufrimiento y adversidades. Aún en estos casos, casos en los que todo parece perdido, todo parece sucio y degradante, la dignidad personal ha de pervivir por encima de todo ello, lustrosa, impoluta, siempre respetada, virgen.
Y esto es tarea ineludible de cada persona.
Cada uno ha de defender su dignidad –por encima de casi todas las cosas y casi a cualquier precio- como su más preciado tesoro. Porque lo es.
Las circunstancias personales te podrán despojar de casi todo, y en algunos casos no podrás hacer nada para evitarlo, pero has de lograr, sea como sea, que la dignidad personal se mantenga inmaculada por encima de cualquier acontecimiento. Que mantengas intacta la paz y reluciente la leve sonrisa que provoca tener una dignidad considerada y a salvo.
El honor que ello aporta es impagable.
Le permite a uno ver la vida de otro modo más amable y verse a sí mismo en su integridad con una indisimulada satisfacción.
La dignidad es un sello de distinción que Dios nos otorga. Y merece toda nuestra consideración, auténtica devoción y atención y cuidado.
Es cuanto tenemos de honor y de grandeza.
Y es, en mi opinión, una porción de divinidad.
Te dejo con tus reflexiones…