LA FELICIDAD CONTINUA NO EXISTE
En mi opinión, una parte de la culpa de que no seamos más felices la tenemos nosotros mismos por eso de mitificar la felicidad y ponerla en un pedestal tan alto que, lógicamente, resulta difícil de alcanzar.
Le exigimos demasiado: que sea continua, duradera, que sea explosiva, que lleve banda sonora incorporada, que contenga alegría y bienestar, que abarque todas las facetas de nuestra vida, que vigile que no nos falte nadie de nuestros seres queridos y que no nos falte de nada, que nos plante una sonrisa perenne en los labios, y más y más y más.
A la felicidad no podemos exigirle que sea continuada, que esté manifestándose ruidosamente a todas las horas del día. Ni siquiera estamos capacitados para soportar eso.
Una felicidad más sensata –y más al alcance- es una felicidad serena, un estado placentero de inquietudes no revolucionadas, y de paz bonachona en la que uno se sienta simplemente bien. O un poquito más que eso.
La felicidad, también, puede ser no tener unas ambiciones desmesuradas o unas expectativas que jamás se dan por satisfechas. O por lo menos es una felicidad más fácil de colmar.
“Bienaventurados los que sólo tienen nada, porque nunca lo perderán”, una frase irónica que contiene más verdad que ironía. La felicidad, también, puede venir de no tener miedo a perder, de conformarse con lo que somos y con las cosas que tenemos, de no ambicionar más allá de lo básico, lo razonable y lo alcanzable –para que el ansia de ambiciones no nos lleve a la frustración-.
La confianza aporta un estado similar a la felicidad. Confianza en general: a saber amoldarse a lo que hay en cada momento, a no luchar contra los enemigos invencibles, a reconocer los límites con entereza.
LA FELICIDAD ES LO QUE UNO QUIERE QUE SEA LA FELICIDAD.
No hay requisitos imprescindibles para sentirla. Cada uno tiene su propia escala de valores, sus cláusulas para notarla, y es conveniente que colaboremos con ella poniéndoselo fácil. Mientras menos requisitos, mejor. Mientras menos cosas necesitemos, mejor. Mientras más sencillos y adaptables seamos, mejor.
En mi opinión, la felicidad siempre es algo interno. Proviene del interior, es una respuesta a una sensación personal, a un criterio personal; es uno mismo, y no las circunstancias, quien indica o no el sentimiento de felicidad. Como ya se sabe, la felicidad, como algo tangible y medible, no existe. Es solamente un sentimiento, una sensación, algo etéreo. Y no se satisface aportando cosas externas. No son las posesiones o las circunstancias exteriores las que provocan la felicidad, sino que ésta es siempre una manifestación emocional interior.
No hay que confundirla, porque no son lo mismo, con alegría, optimismo, vitalidad, entusiasmo, placer, risas, jolgorio, o cosas similares, que, si bien aportan una sensación similar a la felicidad, no lo son. Pensar que uno es feliz porque tiene un buen sueldo o le mejor coche, es un autoengaño. Uno puede “sentirse”, pero no serlo. No hay que confundir “soy feliz” con “las cosas me van bien”. Se asemejan, y que suceda lo segundo hace que se acreciente la sensación de lo primero, pero son independientes.
Sí es cierto que, por eso de que no hay normas para la felicidad y ésta es sólo una apreciación particular, una persona puede ser feliz con su coche nuevo si eso es la meta de su felicidad, si eso es su única aspiración. También puede pasar que una persona sea feliz porque está con una buena esposa y el resto de cosas –trabajo, economía, bienestar, etc.- no las valore lo suficiente como para que le desmoronen su felicidad.
Desdramatizar la vida, y las cosas en general, crean un estado grato en el que la felicidad se manifiesta con más facilidad. Se siente más cómoda. La tensión de las excesivas preocupaciones parece ser que relega a la felicidad hacia sitios más alejados y por ello es más difícil ser consciente de que uno es feliz.
Porque cuando uno es feliz de verdad, cuando ya ha asumido cuál y cómo es su estado de felicidad, y la siente dentro de sí sin tener que explicarla o justificarla, ésta no se altera con los inconvenientes pasajeros que nos va presentando la vida constantemente. Uno no deja de ser feliz cuando está enfadado, ni cuando está en un duelo. Uno puede estar triste, apesadumbrado, pero eso es un estado sentimental y pasajero mientras que la felicidad sobrevive y prevalece sobre cualquier aspecto circunstancial.
De fuera pueden venir muchas cosas que aparenten ser una amenaza a la felicidad, pero conviene recordar que no son las cosas que vienen de fuera las que nos afectan, sino cómo permitamos nosotros que nos afecten. Lo importante no es lo que pasa, sino lo que uno hace con lo que le pasa. Aceptar algunas cosas con resignación –una resignación comprensiva y no una de derrota- puede colaborar en que la felicidad pueda seguir expandiéndose y no se sienta afectada por demasiados altibajos y por la llegada sucesiva de cosas que se consideren agresiones a la estabilidad.
A fin de cuentas… ¿Qué es la felicidad?
Yo creo que es una sensación o un sentimiento grato pero inexplicable que tampoco necesita poder explicarse para manifestarse y sentirse. Cada vez que busco otra respuesta mi pensamiento me remite a lo mismo, a una paz que se manifiesta con una alegría y una beatitud más o menos expresivas.
Después de lo anterior, un añadido desconcertante. Yo, que me considero una persona indudablemente feliz, me he preguntado en más de una ocasión si la felicidad es absolutamente imprescindible; si se puede ser “feliz” sin la felicidad. Si el hecho de sentirse satisfecho o estar en paz con uno mismo y con el mundo ya es suficiente. Porque… ¿Cuándo se es feliz?, ¿Cómo se mide eso?, ¿El grado de felicidad depende de que las cosas te vayan bien en general?
Te dejo con tus reflexiones…