Me ha sucedido en varias ocasiones (y reconozco que últimamente con mayor frecuencia) ser menos tolerante que antes con ciertas actitudes de alguna gente. Aquellos que convierten ciertas conductas en "crónicas": Víctimas, victimarios, déspotas, sabelotodos, NO oidores, etc., etc., etc.
Solía soportar estoicamente largas conversaciones llenas de lamentaciones, quejas, críticas, porque pensaba que eso era parte del acto de amar al prójimo. Cuando ya no pude sostener esa actitud, probé la "persuasión", intentando mostrarles cuál era la "mejor solución", sin lograr efecto alguno, obvio. Finalmente, llegaba al reto y al "sermón", con los mismos resultados. Y siempre, sin excepción, cuando me despedía, sentía un inmenso malestar dentro mío, como una mano oprimiéndome el pecho.
Con el tiempo, descubrí el concepto de "vampiros energéticos o espirituales". Confieso que nunca me gustó ese nombre, pero la descripción cuadraba.
Al principio busqué "antídotos", distintas maneras de contrarrestar esos efectos. Que una barrera con esta técnica, que un escudo con esta otra ... hasta que descubrí que la única solución estaba en mí misma: simplemente apartarme de esa clase de gente o, si esto no era posible, hacer oídos sordos.
Tal vez resulte antipática para algunos, pero primero estoy yo. Y esto no es egoísmo, es sentido común: Si yo estoy bien, todo a mi alrededor estará bien, porque yo creo mi propia realidad.
Por supuesto que "perdí" muchísima gente a la que frecuentaba, pero gané en tranquilidad y, sobre todo, en salud.
Pretendo ser lo más coherente posible en mi vida, y para ello debo apartar todo lo que no sume, lo que no me enriquezca.
Personalmente, creo que ocuparse solo de los demás es un gran error, porque la primera persona que necesita de mí soy yo misma. Y ese es el punto de partida para servir a los demás honestamente y con amor incondicional.
L@s quiero !!!
Yo La Morocha Ale
