Me acaban de hacer, sin mala intención, esa pregunta crucial que se nos olvida preguntarnos a menudo.
Es una pregunta aparentemente inocente, que se podría despachar con un SÍ o un NO, y pasar inmediatamente a otro asunto, inafectados, como si no tuviera profundidad y no requiriese una meditación profunda –de esas de “que se pare el mundo hasta que yo resuelva esto”-.
Una querida amiga me ha preguntado: “¿eres feliz?”
No me he dado cuenta de que lo primero, antes de responder, tiene que ser que nos pongamos de acuerdo en el concepto “feliz”, porque posiblemente estemos hablando de algo que entendemos de distinto modo.
La felicidad no es una definición, sino un estado.
No es un asunto racional en el que uno piensa: “tengo esto más esto más esto, y siento esto, por lo tanto soy feliz. Y entonces pensara, irónicamente, “vaya… menos mal que me he dado cuenta. No sabía y NO SENTÍA que soy feliz…”
Si uno es feliz, posiblemente no sepa relacionar cuál es, o cuáles son, los motivos para ello. Ni falta que hace. Uno es feliz y de eso se trata y con eso es suficiente.
Creo que es un estado en el que uno tiene la sensación o la seguridad de plenitud, de estar en paz consigo y con el mundo, en que uno tiene el gesto de la boca plácido y el alma tranquila.
Vuelvo a la pregunta. Sin embargo, es una de esas preguntas que sólo se despachan con un SÍ o con un No cuando se trata de una contestación de compromiso; cuando no nos importa que la otra persona conozca nuestra realidad auténtica, esa que escondemos y que es capaz de disfrazarse y engañar a los demás; en ese caso podemos dar por cerrada la respuesta con el monosílabo.
Si somos honrados, la pregunta quedará enganchada en nuestro pensamiento y nuestro corazón, que nos pueden recriminar la falta de total sinceridad.
La otra persona no está preguntando por “la felicidad” en ese “¿Eres feliz?”, sino que pregunta por el “Tú” que está implícito en la pregunta. El interés no es sólo si “eres feliz”, sino si te consideras y te sientes feliz, que son dos cosas distintas.
Puede que seas feliz y no te des cuenta de ello, y no estés ejerciendo y disfrutando de ese “ser feliz”, o puede que te consideres y te sientas feliz –aunque técnicamente no lo seas-, y eso es incluso mejor que serlo y no darse cuenta de ello.
Porque la felicidad no es algo tangible-medible-matemático, igual para todos, sino que es un concepto variable para cada persona.
Lo que para uno es ser feliz para otro puede ser una conformidad miserable, o puede ser incomprensible que “eso” le haga ser feliz.
Pongamos un ejemplo: Si una persona tiene todos esos elementos que se consideran necesarios para serlo: salud-trabajo-dinero-amor, inteligencia, está rodeado de gente que le quiere y a la que quiere, disfruta de cosas que le dan satisfacciones, disfruta de la vida, es optimista, parece que todo le va bien… debería ser feliz… pero…
Hay un pero.
Nadie se conforma con ser feliz.
Las personas quieren ser absolutamente felices, completamente felices, siempre y a todas horas felices, del todo felices.
Y ahí puede estar el error que impida, precisamente, ser felices.
Aunque uno se dé cuenta de que tiene todo lo que le puede hacer feliz, encontrará argumentos que le impidan ser plenamente felices: la falta de un progenitor, aquella abuela tan querida que ya no está, no poder regresar a la infancia, no tener el trabajo con el que soñó, que su pareja no sea del todo como le gustaría que fuera…
Uno se boicotea una más que razonable felicidad por auto-exigirse algo que es imposible satisfacer.
Uno no se conforma con un noventa por ciento feliz, sino que aplaza el sentirse feliz hasta conseguir el cien por cien.
No sé si es un inconformismo obstinado y erróneo producto de la cabezonería de los humanos, o es algo genético que nos empuja a la consecución de una felicidad que se nos prometió en algún momento y nos mueve, aunque no nos demos cuenta.
Hay otro asunto que creo dificulta el hecho de ser feliz: no estamos educados para ser felices, no estamos preparados para ello.
Ser feliz es un estado natural –piensa en cualquier niño pequeño-, pero boicoteado por nosotros mismos, por el resto de los humanos –y sus envidias-, por la sociedad de consumo –que nos hace creer que la felicidad es algo que sólo ellos nos pueden proporcionar-, por nuestros miedos, por la educación que se da a la mayoría de las personas en la que se asocia felicidad a infancia y problemas al resto de la vida, etc.
Entonces… ¿es mejor no hacerse uno mismo la pregunta u olvidarse inmediatamente de ella cuando nos la hagan y hayamos respondido?
Es que la respuesta puede no gustar…
Y el hecho de planteársela, si la respuesta no es un SÍ rotundo e incuestionable, nos puede llevar a darnos cuenta de que, realmente, no somos felices, y eso puede ser el principio de una retahíla de reproches y el inicio de una pseudo-depresión
Si uno no se preocupa excesivamente por esta cuestión, parece que es mejor no pensar en ella.
Si uno no se encuentra muy mal o muy infeliz, aparenta ser mejor seguir en la despreocupación por el asunto.
Parece mejor usar la anestesia del olvido.
Aunque es una mentira.
No querer verlo no cambia la realidad.
Pero… es que descubrir que uno no es feliz… eso puede revolver mucho la aparente estabilidad… y lo que lo hace verdaderamente dramático es si no se encuentra en ninguna parte la posibilidad de llegar a ser feliz.
Eso puede ser deprimente.
En mi opinión, hay que hacerse la pregunta regularmente, y hay que hacérsela con mucho amor, y con esperanzas de descubrir la respuesta correcta para sí mismo, y con la voluntad suficiente para tomar la decisión que sea adecuada para conseguir estar en la felicidad.
NOTA INFORMATIVA CON UNA VISIÓN QUE LLEVA, POR MI PARTE, TODA LA IRONÍA DEL MUNDO:
Si vas al diccionario y buscas “feliz”, te remite a “felicidad”, y estas son las definiciones: “Estado del ánimo que se complace en la posesión de un bien”. “Satisfacción, gusto, contento.”
Tremendo.
Con estas definiciones todos podemos ser fácilmente felices.
Parece como si la Asociación Nacional de Comercios patrocinara la respuesta. Como recién salida de la imaginación de un publicista.
Según el diccionario, o sea, quienes lo han escrito, es sólo cuestión de poseer cosas, ponerse contento por ello, y ya está: uno es feliz.
La felicidad la proporciona la posesión de bienes.
Tremendo.