La envidia es ese sentimiento desagradable que notamos frente a una persona que nos parece que posee lo que nosotros no tenemos –o tenemos en menor cantidad- y que desearíamos tener –o tener más-.
Primero, conlleva una comparación social desfavorable con respecto al otro; después, produce un sentimiento de impotencia para obtener lo que la otra persona posee.
Sin el sentimiento de impotencia, no tendríamos envidia, sino motivación.
Se vincula de este modo con la autoestima: envidiamos lo que no tenemos, pero sólo si nos creemos incapaces de obtenerlo por nosotros mismos.
Si no sucede del modo descrito, es estupenda la envidia porque nos descubre algo que nos apetece, y el hecho de que otro lo haya podido conseguir, nos debiera motivar para conseguirlo nosotros también.
La envidia, esa indeseada costumbre del ser humano, tiene también sus lados positivos que hay que saber apreciar: Nos advierte de que somos incapaces de apreciar lo que sí tenemos, y nos indica cuáles son los aspectos de nuestra vida en los que deseamos mejorar.
No es necesario reprimir la envidia. Es mejor aceptarla, escucharla, y preguntarnos después si realmente deseamos o necesitamos aquello que envidiamos.
Parafraseando a Jules Renard: “No es necesario despreciar a los que tienen lo que yo no tengo, basta con no envidiarlos.”
Y si la envidia persiste, es mejor desobedecerla, saborear plenamente lo que tenemos y después, sólo después de eso, ver si REALMENTE sentimos la necesidad de otra cosa.
Recuerda: la envidia mal interpretada sólo te aporta sufrimiento.