La Inteligencia Emocional en la pareja
Si quieres conocer a una persona, no le preguntes lo que piensa sino lo que ama. San Agustín
La Inteligencia Emocional juega un papel fundamental en el mantenimiento de la pareja.
Toda emoción tiene en su raíz un impulso hacia la acción, y manejar eficazmente estos impulsos resulta básico. Paradójicamente, esto puede resultar especialmente difícil en una relación amorosa, donde hay tantas cosas en juego. Las reacciones que intervienen aquí alcanzan algunas de nuestras necesidades más profundas como el hecho de ser amados o sentirnos respetados. El temor al abandono o a quedar privados emocionalmente queda patente en esta faceta de nuestras vidas. No es de extrañar que durante una pelea conyugal actuemos como si estuviera en juego nuestra supervivencia misma.
Cerca de un 50% de matrimonios terminan en divorcios cuando los cónyuges descubren con tristeza que no se han casado con la persona que creían. Dentro del primer año de matrimonio salen a relucir las incompatibilidades y los problemas individuales de Inteligencia Emocional, y muchas parejas no conocen la manera de abordar esos problemas.
El enamoramiento
El enamoramiento es un sentimiento que nace espontáneamente y con gran intensidad, es esa “extraña sensación” como la llaman algunos, que se mantiene durante un tiempo y luego disminuye. En unos casos desaparece y en otros se transforma en amor.
Para que dos personas se enamoren deben darse ciertas circunstancias como la atracción física, que se complementen intelectualmente, cierto grado de intimidad emocional, acercamiento y deseo de estar juntos, entre otras. Sin embargo, se dan casos en que no necesariamente se cumplen estas condiciones y las personas de todas maneras se enamoran.
El enamoramiento es una experiencia afectiva muy intensa que lleva a las personas a involucrarse de una forma muy profunda. Generalmente este sentimiento se observa durante la etapa de la adolescencia y la juventud, pero algunas personas repiten este mismo patrón de conducta durante a lo largo de su vida, en el que todos los pensamientos e ideas que se tienen del otro son positivos, idealizados y a veces casi irracionales.
En esta fase, ambos miembros de la pareja se muestran tremendamente tolerantes con el otro, para de esta manera poder mantener la intensidad del enamoramiento. A cualquier inconveniente, por muy grave que este sea, no se le da importancia pues lo que importa es el deseo de estar enamorado y querer al otro. Se experimenta una especie de sentido de protección, basado en la profunda convicción de “creer saber” qué es lo mejor para el otro.
Quienes se encuentran en el período del enamoramiento tienen ideales que casi siempre son imposibles de lograr, porque comienzan a imaginarse una serie de situaciones con su pareja que no suelen ser reales, como por ejemplo, “siempre seremos el uno para el otro”, “él/ella cambiará gracias a mi amor”, “los dos somos como uno solo” y así una gran cantidad de pensamientos pasan por la mente de cada uno y que luego, al enfrentarse a la realidad, raramente se puede llevar a cabo.
Así pues, el enamoramiento favorece y facilita la formación de la pareja, aunque a la larga no sea todo tan “perfecto”. Tanto los hombres como las mujeres sienten impulsos que emiten señales inconscientes (gestos, miradas, sonrisas, etc.) que provocan reacciones instantáneas en ambos. Es lo que se define como química del amor.
La importancia del noviazgo
Una vez que las personas deciden formar pareja con intención duradera, inician lo que llamamos la “etapa del noviazgo”, que no es más que una prueba en la que miden cuán compatibles o no son y cuáles son las diferencias o las semejanzas que unen a ambas personas, entre otras cosas. Inclusive se miden hasta los grados de complementariedad de las familias de ambos, por aquello de que al casarse o juntarse con su pareja, lo hacen también con su familia.
En este período, los novios manifiestan intereses comunes y se hacen expectativas para el futuro y aun cuando no se establece cuál es el tiempo adecuado para mantener un noviazgo, se ha determinado que los matrimonios cuya pareja tuvo un tiempo de noviazgo corto, tienden más al fracaso. No así los matrimonios en los que la pareja tuvo más tiempo para conocerse en la etapa de novios. Sin embargo, lo importante en esta etapa, no es solamente querer a la persona sino mantener con ella un elevado nivel de comunicación que nos permita saber quién es ella y si se adecua a lo que nosotros queremos y necesitamos como pareja.
Elegir a una persona y hacer una vida en común es una de las decisiones más trascendentes en la vida de todos. Es por ello que, si bien nos enamoramos y queremos a nuestra pareja, también debemos racionalizar si se ajusta a lo que nosotros deseamos y nos hemos planteado acerca de cómo debe ser la persona que nos acompañe en la ardua tarea de consolidar una familia.
El matrimonio
Hablamos del matrimonio pero con ello también nos referimos a las parejas que conviven sin estar casadas. Y es que en cualquiera de los dos casos se requiere de mucha habilidad para manejar las emociones y superar las distintas etapas de la vida. No es fácil unir a dos personas que son completamente distintas, criadas con diferentes valores, ideales y actitudes, y conseguir una convivencia sana, larga y duradera. Uno de los principales aspectos que se necesita para que una relación de pareja o matrimonial se mantenga, es la predisposición. El tener la verdadera intención y las ganas de querer ser feliz y además de hacer feliz a nuestra pareja.
Un aspecto primordial para que un matrimonio funcione a largo plazo es la empatía. El saber ponerse en la piel del otro antes de emitir juicios o acusaciones es un acto de Inteligencia Emocional clave para una relación matrimonial sana. Si por ejemplo, el cónyuge llega al hogar con estrés y ansiedad del trabajo, o a la inversa, si está cansado de estar mucho tiempo lidiando con la crianza de los hijos, sería ilógico añadir más leña al fuego empezando discusiones o verbalizando quejas sobre su comportamiento. Una actitud empática sería preguntarle si quiere hablar y ofrecerle la oportunidad de tener su propio espacio por unos momentos. Si decide que quiere hablar, lo mejor es escucharlo y darle opiniones positivas en vez de emitir juicios de valor.
Por otro lado, una buena base para conseguir que reine la armonía en el matrimonio también es el compañerismo. Las personas tienen distintas maneras de vivirlo y de expresarlo, además de diferentes necesidades relacionadas con él, pero generalmente el matrimonio produce un sentimiento muy intensificado sobre el mismo. El compañerismo involucra el propio sentido de los límites personales, en qué medida desea uno abrirse hacia alguien e incorporarlo a su vida más íntima y a sus emociones. También refleja el punto en el cual alguien puede sentir que está perdiendo su propia identidad o está siendo eclipsado por el otro. Esto, evidentemente, es una cuestión muy personal. Por tanto, cuando dos personas no se dan cuenta de que son muy diferentes el uno del otro en este apartado, uno de ellos puede empezar a sentirse sofocado y oprimido, mientras que el otro puede sentirse solo, abandonado o incluso no amado.
La separación y el divorcio
Por desgracia, la separación y el divorcio son alternativas por las cuales puede pasar cualquier pareja en un momento dado de su vida. Lamentablemente, existen circunstancias que, en ocasiones, escapan al control emocional y racional de los cónyuges y la separación y/o el divorcio, se convierten en herramientas que pueden evitar un mal mayor.
La experiencia demuestra que una de las primeras causales de divorcio que se plantea es que la pareja no se conocía bien antes de casarse. En muchas oportunidades el novio y la novia, durante la etapa prematrimonial, tratan de hacerle ver a la otra parte que ellos son como se supone que quiere la pareja que sea; y no se muestran como en realidad son. En los noviazgos cortos, las parejas no tienen tiempo real de conocerse y cuando se casan pueden encontrarse que lo han hecho con una pareja que dista mucho de ser el ideal que tenían como lo que debería ser su cónyuge.
La mayoría de los divorcios están precedidos por meses o incluso años de disputas, ofensas, desamor, peleas, desilusiones y frustraciones. En un primer lugar, las parejas comienzan con provocaciones mutuas, con trato y vocabulario hostil y episodios de gritos y de abuso verbal o incluso físico.
Así pues, la intensidad de las emociones, el dolor, las ofensas, el rencor y otros sentimientos provocan un daño profundo en la pareja difícil de recuperar. Por otro lado, si no se hace con suficiente Inteligencia Emocional, la victimización de los hijos atrapados en la “batalla conyugal”, produce deterioros psicológicos en la mente de los menores, pues los niños quedan amedrentados por las escenas, sin saber qué hacer y se sienten desorientados, impotentes y tristes por la falta de control de sus padres. Además los padres tienden a pedirles solidaridad a los hijos (cada uno por su lado) generándoles graves conflictos de decisión.
Posteriormente, si la pareja no logra manejar los conflictos y comienzan un proceso de divorcio, inician un período de enfrentamiento por distintas razones, sean por rencor, rabia o por la división del patrimonio conyugal. En esta fase se intensifica la hostilidad, el deseo de daño de uno al otro. Surge el odio, la amargura y a veces hasta el deseo de venganza.
El principal problema que tienen los hijos cuando surge la separación o el divorcio, es que los padres incurren en una serie de conductas totalmente erróneas hacia ellos. Los progenitores no deberían nunca poner a los niños como “espías” para que les informen qué está haciendo el otro cónyuge, o como “mensajeros” para comunicarse entre ellos. Tampoco deberían presentar reacciones agresivas contra sus hijos para vengarse de la pareja, ni amenazar al cónyuge en el sentido de que si se divorcian le harían un daño tremendo a los hijos para tratar de evitar la separación. Las consecuencias de una conducta inadecuada de los padres cuando se divorcian pueden ocasionar ansiedad, miedo, inseguridad, sentimientos ambivalentes y diferentes trastornos de conducta. De manera que si una pareja se encuentra en proceso de divorcio, debe tener en cuenta:
1. El problema es con nuestra pareja, nunca con nuestros hijos.
2. La única forma en que nuestros hijos no sufran durante la separación o divorcio es que como padres seamos plenamente conscientes de que debemos explicarles claramente la situación a ellos y decirles que, independientemente de la decisión que tomen, ambos cónyuges seguiremos queriéndolos y ayudándolos.
3. Si no hay más remedio que el divorcio, siempre será preferible una separación amistosa que una conflictiva, por el bienestar y seguridad de los hijos y de la propia pareja.
4. Hay que hacer un gran esfuerzo para superar el rencor y la rabia, pero es indispensable por el bien de todos.
Marta Guerri