LAS CREENCIAS
En mi opinión, estamos bastante equivocados –en general- con las creencias, ya que suponemos que las creencias son unas ideas o conclusiones, que no sabemos de dónde han salido, pero en las que creemos firmemente, y por las cuales nos regimos.
Oída la definición desde fuera, como si no tuviera nada que ver con nosotros, carece de lógica y su sentido es confuso, y dejarse gobernar por algo tan contradictorio, sin base, es una locura, una irresponsabilidad. Pero todos los hacemos, todos actuamos así.
Las creencias son los fundamentos de nuestros principios y de nuestras normas de conducta y de ética personal.
Pero veamos con tranquilidad cuál es la base de algo tan importante como nuestras normas y formas de comportamiento, pensamiento, actuación, vida, fundamentos, y reglas.
Empieza diciendo la definición que son “unas conclusiones” y ahí está el primer error. Nunca deberíamos sacar conclusiones, porque la palabra “conclusión” está relacionada con “concluido”, y eso significa “dar por terminado”, y cuando damos por terminada una cosa quiere decir que no le permitimos seguir creciendo y evolucionando, que nos quedamos con lo que representaba el día de su creación, y que no revisamos la base de todas ellas.
Por ello, si las creencias son “unas conclusiones”, lo más seguro es que estén caducadas, que su utilidad murió junto con una etapa nuestra pasada en que las instauramos y petrificamos.
Luego sigue diciendo “que no sabemos de dónde han salido”…y esto, siempre, es una gran verdad. ¿Nos preguntamos de vez en cuando por qué hacemos las cosas? Es muy curioso, y nos debería dar vergüenza lo que acabamos de responder: que no revisamos los principios en los que basamos nuestra vida, que no revisamos estas normas que son las que nos presentan ante los demás y ante nosotros mismos, y no sabemos si las conclusiones son nuestras, representan nuestras propias decisiones, y definen nuestros propios deseos, y si son actuales o seguimos creyendo y sin replantearlo en algunas cosas porque creíamos en ellas cuando teníamos equis años.
Y, además, necesitamos saber si nuestras leyes internas nacen de nosotros o nos las han impuesto (padres, educadores, amigos…) porque raramente revisamos nuestro derecho a hacer lo que queremos como queremos.
Nuestras creencias son las cosas que NOSOTROS creemos. Tony de Mello decía, con mucha sabiduría, que “creer no es coleccionar certezas, sino ser capaz de dudar”. Mientras yo me quede atado a una creencia, no habrá evolución: sólo cuando yo me quede suelto de creencias, libre, con capacidad de observar sin involucrarme, sólo entonces podré ser atinado.
Los que pertenecen a un partido político extremista o a ciertas religiones cuasi sectas, por ejemplo, no siempre son atinados, porque adoptan las creencias grupales y no las suyas propias. Los fanáticos de un equipo de futbol se pierden el placer de apreciar las jugadas y los goles de su “eterno rival” por esa excesiva devoción y adoración hacia el suyo. En los extremos no está el equilibrio.
También está repetidamente demostrado que “el hombre es capaz de crear lo que es capaz de creer”, por lo que habrá que tener cuidado con nuestras creencias y recordar el dicho “mucho cuidado con lo que pides, no vaya a ser que te lo concedan”.
Las creencias, cuando no son propias ni están actualizadas, nos impiden el placer de disfrutar las cosas como son y donde están; cuando “creemos” que cierta persona es de cierta forma, ya no somos capaces de verla en su realidad ni la permitimos modificarse o crecer, para nosotros será, y para siempre, tal como está clasificada con la idea preconcebida que pusimos en el archivo junto a su nombre.
Así, Mari, es “simpática” y no la queremos admitir de otra manera, y cuando está triste decimos que “no es ella”, aunque, por supuesto, sigue siendo ella. Pero no cumple el requisito que pone en su casilla, con lo cual, si se sale de la “creencia que tenemos de ella”, nos desconcierta. Nos pasa muy a menudo con los hijos: los hemos visto nacer, durante muchos años han sido niños y a los dieciséis, dieciocho o veinte años los seguimos viendo como niños: otro error de una creencia sin actualizar.
Las creencias deberían ser siempre provisionales y susceptibles de evolución, y revisables cada cierto tiempo breve, no finitas, dialogadoras y con ganas de superación, buenas compañeras y merecedoras de la atención que requieren los principios que nos mueven en esta vida.
El peligro de las creencias es que si no se comprueban, si no se hacen propias y se integran en uno, se quedan en simples rumores y son ineficaces.
Si no se revisan, pueden quedarse obsoletas.
Sólo las creencias verdaderas perduran; las temporales, las ajenas y las falsas, aunque pretendan quedarse, pronto son descubiertas y expulsadas. O, por lo menos, así debiera ser.
Un buen trabajo es el que propone este artículo: revisarlas, actualizar las que lo requieran, deshacerse de las inútiles, de las contraproducentes, y de las caducadas.
La vida ha de ser un continuo crecer y seguir hacia adelante.
Es conveniente que las creencias no se conviertan en ataduras que nos impidan avanzar.
Te dejo con tus reflexiones…