Desde hace un tiempo vengo observando la perfecta utilidad de desarrollar la capacidad de sentir en el proceso de Crecimiento Personal.
Tengo la sensación de que hemos estancado las capacidades de sorprendernos y de emocionarnos.
Por supuesto que es una exageración generalizar con un asunto así, pero es fruto de la observación de muchas personas con las que me relaciono.
Parece que hemos desterrado la pureza de mostrarnos como somos, y hemos creado un personaje más duro que nosotros mismos para que se desenvuelva bien en este mundo.
Parece como si necesitáramos armas y armaduras para vivir y no resultar muy perjudicados.
Parece como si tuviéramos que protegernos, y como si estuviera mal visto ser sentimental, emocionable, sensible…
Me he dado cuenta de que me molesta mucho cuando, ante una pérdida o un asunto grave, una persona empieza a llorar – la expresión más natural y humana-, y otra persona trata de consolarla diciendo “no llores”. Me moletas hasta el punto de que me meto en la situación, aunque no conozca a ninguna de las partes, y digo que llore todo lo que quiera, hasta que agote las lágrimas. Nada mejor que mostrar todo el dolor que se siente, la rabia de la incomprensión, y el lado herido.
En cambio, he notado que en el Camino es conveniente e importante contar con la colaboración de la sensibilidad.
He notado que uno se hace más perceptible a la vida, y más abierto a lo que pasa, si tiene los sentimientos –todos- entrenados, desentumecidos, ágiles y vivos.
He comprobado que si uno lee poesías, y aún mejor si las escribe, o escucha la música que le gusta a su alma, o se relaja y contacta consigo mismo, o se da el placer de acompañar al sol en su ocaso, o se pierde observando a un niño en sus juegos, o ve películas de esas que requieren un pañuelo, nota un cambio realmente importante en su forma de captar la vida y de relacionarse consigo mismo y con los demás.
Desarrollar la “sentibilidad” –una palabra que inventé que es la mezcla de sentimientos, sensaciones, sentir, y sensibilidad- es acercarnos con los brazos abiertos y sin miedos a nuestra humanidad.
Abrirse a la emocionalidad, a los escalofríos, a las lágrimas ricas y placenteras, a la ternura, la piedad, la pasión y la compasión, a las pasiones y los estremecimientos, a la perceptibilidad y las sensaciones, es un gran paso, un acierto.
Es acceder a un enriquecedor mundo de maravillas que nos está esperando para ayudarnos a abrirnos y a vivir la vida como no la hemos conocido antes.
Mi más ferviente recomendación a todo ello.