PREGUNTAR Y PREGUNTARSE
En mi opinión, muchas personas se equivocan cuando se empeñan en establecer como cosas distintas lo que en realidad es una sola cosa e indivisible.
Entienden que en sí mismos conviven –por lo menos- dos asuntos dispares, uno de los cuales es IMPORTANTE porque contiene lo trascendente, lo espiritual, lo divino, la bondad, el amor… mientras que la otra parte se nutre de los menos interesante: LO COTIDIANO, lo vulgar, lo malo, los errores, lo que no tiene valor…
Todo es uno. Somos el conjunto, no una sola de sus partes.
Nos hacemos preguntas que disfrazamos de trascendentes pensando que con ello estamos en otro nivel… que somos más… que estamos por encima… que rozamos a los Dioses y les tuteamos…
Desde la parte que consideramos IMPORTANTE, nos preguntamos por Dios o lo divino, por el alma o el espíritu, el sentido de la vida, qué hacemos aquí, el porvenir y el karma… para luego conformarnos con el silencio por respuesta, y entonces tratamos de convencer a las preguntas para que se retiren y no incordien con ese aire de interrogatorio eminente… mientras la respuesta queda ausente.
Hay preguntas y no hay respuestas. Y eso causa frustración.
Y más para quienes creen que el encuentro con la respuesta es la clave de la felicidad o la solución a todos los conflictos. Y resulta que no siempre es así.
Hay preguntas rimbombantes con aires de grandilocuencia cuya presunción está por encima de nuestra capacidad de responderlas.
Hay preguntas que no tienen respuestas, así de claro, y hay que aceptar que es así y no empeñarse en querer encontrarlas ya que lo único que encontramos es la desesperación.
Hay preguntas que no están bien hechas, o preguntas pretenciosas pero sin interés en encontrarse con su respuesta. En este caso, hemos de ser sinceros y averiguar nuestro compromiso con lo que queremos saber en cuanto a quién hace la pregunta, porque si vienen de nuestra presuntuosidad, o del intelectualoide presuntuoso que nos habita, tal vez sea mejor que dejemos de perder el tiempo –que es la vida- con ello.
Hay preguntas que se las hacemos a la mente cuando resulta que el corazón es el único capacitado para responderlas.
Hay preguntas que encabezamos desde un ¿POR QUÉ? esperando una respuesta milagrosa, cuando en realidad deberían ser respondidas con otra breve y elocuente pregunta ¿Y POR QUÉ NO?
Hay preguntas cuya respuesta sólo la conocen los Dioses, los Iluminados, o nuestro Sabio Interior, y las hacemos desde una mente limitada y condicionada a la que pedimos que asuma una respuesta que sólo la puede aceptar y entender una mente ilimitada y libre de prejuicios y condicionamientos.
Está muy bien preguntarse, sin duda. Y es interesante –y en algunos casos necesario- darse respuestas. Y no encontrarlas –lo repito- puede ser muy frustrante.
Pero no lo sabemos todo y no podemos saberlo todo. No podemos acceder a todas las respuestas. Y hemos de ser conscientes de esa limitación.
Conviene saber qué preguntas tenemos que dejar para más adelante porque todavía no estamos preparados para comprender la respuesta, qué preguntas no nos tenemos que hacer nosotros sino que tenemos que hacérselas a otras personas, qué preguntas son inútiles y sin sentido aunque aparenten ser útiles y tener sentido, qué voluntad y preparación tenemos para encontrarnos con algunas respuestas que no se parecen en nada a las que hubiésemos deseado, y qué preguntas tienen el silencio o la nada como verdadera respuesta.
Y no hay que rendirse si no aparece la respuesta, y no hay que cejar en el empeño de encontrarse en algún momento con la respuesta, y no hay que preguntar por preguntar, y hay que ser conciso y claro en las preguntas, y algunas hay dejarlas descansar para que se encuentren tranquilamente con su respuesta…
Muchas opciones frente a las preguntas y todas pueden ser válidas.
No hay una fórmula que sirva para todas las personas, todas las cosas, y todas las circunstancias, así que es complicado hacer una recomendación universal. Eso sí, no hay que parar nunca de hacerse preguntas, que siempre es mejor que no hacerlo, y hay que dejar activadas siempre una parte de nuestra atención, una parte de nuestra mente, y una parte de nuestro corazón, porque las respuestas están –en muchas ocasiones- más a la vista de lo que creemos o donde menos sospechamos, y las respuestas pueden aparecer no cuando estamos obcecados con encontrarlas sino cuando estamos relajados o en otra cosa.
Encuentra el modo que te parece apropiado y aplícalo. Si quieres, claro.
Te dejo con tus reflexiones…