¿SE PUEDE CAMBIAR EL PASADO?
En mi opinión, acceder al pasado nos puede aportar tanto satisfacciones y experiencias como rabia y nostalgias de esas que son crueles y producen sufrimiento.
Y no es solamente por los hechos históricos que sucedieron, que son innegables como tales, sino porque a cada recuerdo que archivamos en nuestra memoria le adjuntamos –de un modo inseparable- unos sentimientos o una clasificación, y no les permitimos escapar de ese añadido que, en demasiadas ocasiones, se convierte en una condena imperdonable, en un binomio del que aparentemente es imposible escapar.
Hay que aceptar que en los momentos de excesiva euforia, o en los trágicos y en los duros y no aceptados, se pierde la capacidad de ecuanimidad que es capaz de valorar los hechos en su justa medida, así que cuando sucede algo que nos encanta lo magnificamos aún más añadiéndole sentimientos o sensaciones que están incluso por encima de la realidad, y esa calificación a la larga tanto puede ser positiva como negativa.
El recuerdo con añoranza o nostalgia, pero con una sensación dolorosa porque ya pasó y no se podrá volver a repetir, cuando es con un estremecimiento frustrante, con una tristeza mala, es un enemigo que conviene no alimentar. El pasado pasó y eso no hay quien lo pueda modificar física ni históricamente. Y empeñarse porque ya no está aquí y ahora, ni podrá estar más, solamente aporta un estado inquietante de descontrol y descentramiento que oscurece un poco o mucho la maravilla que es la vida.
El recuerdo con alegría por aquello que tuvo su momento y sucedió, por aquello a lo que le adjudicamos la etiqueta de bueno y añadimos las de todos sus sinónimos, es excelente. Nos aporta un sentimiento de que la vida es grandiosa –aunque algunas cosas no se puedan volver a repetir-.
Quedarse con lo positivo es lo acertado. Es lo que enriquece y aporta satisfacción.
Por otra parte, los hechos del pasado que hemos etiquetado con una definición funesta, que hemos adjetivado como malas –o con cualquiera de sus sinónimos-, nos van a perseguir intentando contagiarnos de su tragedia y tiñendo de desconsuelo todo el resto de cosas que componen la vida, porque desde su pesimismo nefasto no son capaces de dejarnos un espacio para que nuestra capacidad de comprender cumpla su tarea y se dé cuenta de la verdad que hay tras la aparente desdicha de lo que sucedió.
El hecho histórico de lo que sucedió es inamovible, como ya sabemos, pero la etiqueta que le hemos puesto sí la podemos cambiar. Y eso es lo bueno.
¿Cómo?
Trayendo el pasado al presente y exponiéndolo desmenuzado y con toda la ecuanimidad, desapasionadamente, sin prejuicios ni pre-juicios, revisando los hechos tal como fueron y no como los hemos querido archivar en el almacén de los recuerdos, viéndolos desde la objetividad comprensiva, con el corazón abierto y el discernimiento atento. Como si le hubieran sucedido a otra persona.
Es posible que tengamos archivado el ladrido de un chihuahua que nos asustó en nuestra infancia -aunque estaba amarrado con una cadena- como un ataque agresivo de una manada de lobos hambrientos lanzándose directamente a nuestro cuello. O que una palabra inocente dicha sin mal propósito la tengamos en el cajón de las ofensas más graves y malintencionadas. O como algo gravoso -como entonces supusimos- aquello que dijo nuestra amiga, lo que no hizo nuestro familiar, lo que sucedió, lo que otro opinó, que no ocurriera lo que deseábamos que sucediera…
Y si fuésemos capaces de comprenderlo con nuestra comprensión actual y nos hiciésemos ver a nosotros mismos el tamaño real de las cosas, la falta de mala intención a veces, lo equivocado de nuestro juicio, o que no era tan grave y no era para tanto, eso nos descargaría en parte de una pesada losa que cargamos donde están anotadas, con nuestra propia sangre, las cosas que no nos han gustado pero porque no han sucedido como –tal vez injustamente y sin lógica- deseábamos.
Hay que entender algo claramente: es uno mismo, y nadie más, el que paga -con su tristeza y su estado de frustración- por no querer aceptar sin condiciones que el pasado no miente en cuanto a los hechos pero puede estar muy equivocado en cuanto a las intenciones.
Hay que desdramatizar la vida y lo que sucede a lo largo de ella.
Ni el mundo ni los otros van a hacer siempre las cosas como nosotros queremos –porque, además, es posible que estemos equivocados en lo que queremos- y eso hay que aceptarlo sin que sea una hecatombe, ni el suceso más siniestro, ni lo peor que nos podía pasar, ni la confabulación universal contra nosotros.
Conviene traer lo pasado desagradable al presente, y despojarlo del rencor, darle la vuelta y airearlo, sacarle brillo poniéndole una luz nueva, dejar que se tranquilice, pulir sus aristas, y acogerlo sin más como lo que realmente es: una experiencia, una oportunidad de darse cuenta y aprender, y un ejercicio para que nuestro ego y nuestra alma pongan cada cosa en su sitio.
Pruébalo y lo comprobarás.
Te dejo con tus reflexiones…