La muerte es un asunto que requiere una atención continuada.
Sobre todo, porque es ese destino hacia el que vamos sin darnos cuenta.
Ni es bueno negarla –ya que no sirve de nada-, ni temerla –por el mismo motivo, y porque impediría vivir con alegría-, ni quedarse impasible ante ella –porque entonces no estaríamos haciendo caso a la advertencia de su inevitable llegada-.
La muerte, además de anunciarnos el final de esta vida, nos ofrece lecciones que no debemos eludir:
1 - Que va a llegar, y a partir de su llegada dejaremos de existir.
Esto no debiera preocupar a quien cree que hay otra u otras vidas después de esta, y que, además, es para mejor.
A los demás, a los que son conscientes de que “esta vida” es lo único cierto que hay, y que esto debiera servirnos para vivirla con más intensidad, más atención y más conciencia.
Hemos de asumir su llegada, como final del regalo que es la vida, y asumir la responsabilidad de dar gloria y delicias a la vida hasta ese momento.
Pensar en la realidad de la muerte, lejos de ser una actividad deprimente, ha de servirnos para sentir exactamente lo contrario.
2 – La vida es irrepetible e irrecuperable. Lo que no vivamos hoy no lo viviremos nunca. Estamos en una situación que no es de eternidad. Hemos de magnificar, en la medida de lo posible, cada acto como si fuera sagrado, y asistir a nuestra vida como privilegiados que haremos lo que nunca, jamás, ninguna otra persona podrá hacer. Dispondremos de unas circunstancias que nadie más tendrá, haremos cosas que el resto de la humanidad no hará, tendremos pensamientos únicos, experiencias exclusivas, vivencias personalizadas, y unos ojos que verán cosas distintas.
3 – Hemos de hacer que cada instante esté ocupado por la totalidad: por toda nuestra atención, nuestros sentimientos y nuestro amor. Cada uno será notable. Todos serán completos. La calidad de la vida depende de la plenitud de sus momentos, de la aplicación con que se vivan. Cuando llegue la muerte, que casi no pueda con el peso de toda nuestra vida llena.
4 – La muerte, en cumplimiento de su obligación, se lleva a los seres queridos.
No hay que guardar ni una pizca de amor para entregarlo más tarde, ni una frase que hable de sentimientos sin decir, ni un abrazo que se mustie entre los brazos, ni una mirada que se quede prendida en la nostalgia, ni una caricia que se pierda en el olvido.
5 - Hay que amar a todas horas, ya que en ello nos encontramos con nosotros mismos: en el Amor que es nuestra esencia y razón de ser y vivir.
La vida es un acto de Amor desde que nos la entregan, y amar, y permitir ser amados, no hará otra cosa más que enriquecerla.
6 – La muerte no es la enemiga de nada ni de nadie. No es culpable de nada. La cosa no va con ella, así que no se la debe culpabilizar ni acusar de nada. Veámosla como una funcionaria que ha de cumplir su misión.
Mientras, hasta que llegue, sepamos vivir.