ME GUSTA QUE ME SONRÍAN
En mi opinión, ya desde que nacemos nos atrae y nos fascina que nos sonrían.
Que alguien nos ofrezca una sonrisa lo interpretamos como una muestra de amor o cariño, y siempre de confianza, porque nos hace creer que esa persona es alguien en quien se puede confiar, y nos hace confiar –aunque no seamos conscientes de ello- en la humanidad y en que realmente existe eso que se denomina “Amor cósmico” o “Amor fraternal”.
La primera interpretación de una sonrisa es la de sentirnos bien acogidos.
Quien nos sonríe nos demuestra que no es nuestro enemigo, que no está en contra nuestra, que se alegra de nuestra presencia, y que está predispuesto a colaborar con nosotros o para que el encuentro se desarrolle con cordialidad.
Una sonrisa invita a otra sonrisa a mostrarse. Es casi un acto reflejo de respuesta. Nos convertimos en espejo de la sonrisa del otro…y sonreímos.
Y esa sonrisa es el preámbulo de un estado de bienestar, porque de golpe hay un relajamiento general interno. Se apartan las desconfianzas y se baja la guardia. Se crea un vínculo de conexión con la otra persona y ambos se ponen en sintonía en un estado receptivo de mutua cordialidad.
El origen de dar la mano cuando uno se encuentra con otra persona era mostrarle al otro que no se iba armado, por tanto no iba a ocurrir ninguna agresión y entonces el otro sabía que iba a ser un encuentro tranquilo. Cuando uno sonríe, está mostrando que está desarmado y receptivo y que tiene el propósito de que el encuentro o la relación sean agradables.
La sonrisa no puede ser un gesto forzado, una mueca con esa forma, ya que entonces no es una sonrisa sino un remedo, un fingimiento, cuando en realidad es y ha de ser algo natural y espontáneo, algo que brota internamente ante la presencia de la otra persona, y debería mostrar una predisposición sincera y amable.
Cuando uno sonríe se está diciendo a sí mismo que está bien y que siente satisfacción.
A pesar de lo anteriormente escrito, no es malo en algunas ocasiones “forzar” un poco la sonrisa –pero, eso sí, hay que hacerlo muy bien- para que la otra persona se sienta bien acogida, se relaje, confíe, o se abra.
Es la mejor forma de decir sin palabras que uno está predispuesto a relacionarse, y que aunque tal vez no haya una apertura incondicional hacia el otro, tampoco hay una cerrazón o un rechazo explícitos.
A mí me gusta que me sonrían.
A todos nos gusta que nos sonrían.
Porque una sonrisa, con su sencillez, es capaz de manifestar un montón de cosas, todas ellas buenas, que el otro sabe captar.
El mundo, sin duda, podría llegar a ser distinto si sonriésemos más y más a menudo, si dejásemos a nuestra naturaleza campechana expresarse sin cortapisas, sin prejuicios, si fuésemos capaces de ir sembrando sonrisas a nuestro paso.
No es una utopía. Está demostrado que la sonrisa es contagiosa, salvo excepcionalmente con personas que se salen de la “normalidad”. Así que sería muy interesante colaborar en la propagación de sonrisas, en la multiplicación de las sonrisas, para que sean un eco que se repite de boca en boca.
Fíjate en la sensación que produce en ti ver una sonrisa ajena, y ahora piensa en que quien vea la tuya va a tener la misma sensación.
¿Te animas a sonreír más?
Es un buen propósito.
Te dejo con tus reflexiones…