CUANDO EL PROBLEMA ES LA MADRE
Hasta la fecha, el rol de las madres suele tener un peso más intenso en la educación de los hijos. Ella establece el primer vínculo de apego y de ella dependerá en gran medida que sus hijos se enfrenten al mundo con seguridad o inseguridad, en función de si se han sentido queridos/as de manera incondicional o no.
Pero no todas las madres ofrecen el amor adecuado a sus hijos. Existe un tipo de madres que ofrecen un amor hostigante a la vez que inmaduro. Proyectan sobre ellos sus inseguridades para reafirmarse personalmente, y así, tener mayor control sobre sus vidas y sobre la de sus hijos.
Todo ello lo hacen desde el amor, ese amor que más que dejar respirar ahoga, que impide el crecimiento personal, que es egoísta e interesado y que destruye más que construye. Así sus hijos irán creciendo con grandes vacío e inseguridades difíciles de minimizar.
Estas madres también han tenido una historia y sus propias madres y no son así porque quieren, sino por que en muchas ocasiones no se han sentido queridas, lo que ha favorecido que tengan una mala autoestima que les obliga a ver a sus hijos como “una tabla de salvación” que cubrirá sus necesidades y carencias. Por ello cuando los hijos empiezan a necesitar menos sus cuidados se ven en riesgo su papel, su función, el sentido de su vida y temen quedarse solas, desplegando estrategias a veces injustificadas que hagan que los hijos se sacrifiquen o se sientan lo suficientemente inseguros como para no volar.
Estas madres necesitan tenerlo todo controlado, y no permiten la individualización de sus hijos. Control implica seguridad, lo que cambia no es bueno porque genera ansiedad. El control se convierte en una forma de amar a los demás: “Yo te hago la vida fácil controlando tus cosas para que seas feliz”, “Yo solo quiero lo mejor para ti, y por ello evito que puedas equivocarte”…
Pero el control llevado a cabo desde la justificación del cariño, es el peor acto de la sobreprotección porque impedimos que los niños sean autónomos, capaces y valientes, pero sobre todo impedimos que aprendan de sus errores.
Estas madres suelen proyectar en los hijos sus deseos no cumplidos: “Quiero que consigas lo que yo no tuve”, “No quiero que caigas en mis mismos errores”, “Quiero que llegues a ser aquello que yo no puede conseguir”. No son conscientes de que sus hijos pueden desear otras cosas, no les dan opción a elegir.
Este tipo de amor deja muchas heridas abiertas en los hijos y es importante poder alejarse de él para que los hijos puedan oír y ver sus propias necesidades y anteponerlas a las de su madre. Es importante marcar límites y dejar claro lo que se permite y lo que no, a pesar de que la madre sufra. Para poder crecer el hijo tiene que ser alguien diferente de sus padres, si es una parte de uno de ellos nunca podrá ser el mismo.
Magdalena Cubel Alarcón
Psicóloga Clínica Valencia (Benimaclet)