PIENSA EN LO POSITIVO ANTES DE ENFRENTARTE A LO NEGATIVO
En mi opinión, las personas llevamos en alguna parte escondido –o muy a la vista y muy notables, según los casos- un enemigo que no colabora con nosotros, o no lo hace de un modo provechoso, ya que lo único que hace es aflorar las cosas personales que no nos agradan, se encarga de echarnos en cara nuestras fallos y errores, lo tiñe casi todo de un color fúnebre descorazonado, pone pegas, desanima, menosprecia… en fin: es nuestro reprochador particular.
Es cierto que a lo largo de la vida nos equivocamos más de una vez, pero no es necesario recordarlo tan a menudo.
Y lo más triste del asunto es que somos nosotros mismos quienes nos ponemos las zancadillas y quienes boicoteamos nuestra estabilidad emocional y nuestra relación.
Supongo que ya conoces mi frase: “NOS RESULTARÍA MUCHO MÁS SENCILLO OLVIDAR LAS COSAS DESAGRADABLES SI NO INSISTIÉSEMOS TANTO EN RECORDARLAS”.
Estas acusaciones internas –que parecen un inquisidor que se excede en sus obligaciones- nos critican en exceso, tal vez nos exigen por encima de nuestras posibilidades, y se comportan de un modo excesivamente riguroso con nosotros.
Está bien que haya un cuidado con lo que hacemos, lo que decimos, o lo que pensamos, y de ese modo tratar de ser lo más impecable posible en nuestra vida y en nuestra relación con los demás, pero no es necesario que destaquemos especialmente esas cosas nuestras que aún no las hemos resuelto o convertido en cualidades.
Como sé que es difícil desprenderse de golpe de esta capacidad crítica, recomiendo una atención especial a ir tratándonos de otro modo, más amable, y además empezar a valorar con justicia nuestras cosas buenas, que todos las tenemos.
Con esto lo que se pretende es que cuando se haga un balance rápido de nuestra situación personal no aparezca exclusivamente lo negativo, con más intensidad y pujanza, y sobrevalorando lo negativo por encima de los positivo.
También tenemos cosas positivas, por supuesto, y algunas de ellas están tan infravaloradas –por eso de que nos parece “normal” tener cosas positivas- que no les damos importancia. Eso es culpa de una mala interpretación de la modestia y la humildad.
La verdadera humildad es –también- aceptar que somos buenos, generosos, amables, cuidadores de quienes nos necesitan, optimistas, detallistas, cariñosos, expertos en alguna materia, poseedores de cualidades, sociables, sencillos, nobles, etc.
Y eso hay que medirlo con la misma vara que usamos para medir nuestros “defectos”.
Si tenemos preparada nuestra lista de cualidades, y la tenemos interiorizada de forma que la tengamos clara y asumida, cuando lleguen esos momentos de crítica y menosprecio, de disgusto e insatisfacción con uno mismo, podemos recurrir a ella y comprobar que no somos tan nefastos como nos parece en ese momento.
Es un ejercicio –sobre todo- de justicia.
Hay que valorar en su justa medida lo positivo y no dejarlo sepultado bajo lo negativo.
A fin de cuentas, lo negativo es solamente lo positivo pero pendiente de actualizar y desarrollar hasta el límite de sus posibilidades.
Decía Antonio Blay que no existen los defectos, y que llamamos defecto a la menor presencia de una cualidad. En el ser humano todo son cualidades aunque no todas las hemos desarrollado hasta su máxima potencia. Y esa es la tarea personal de cada uno.
Te dejo con tus reflexiones…