ACEPTEMOS NUESTRA IMPERFECCIÓN
En mi opinión, eso de querer ser tan buenos y tan perfectos, tan maravillosos y sin mácula, nos lleva a pretender ocultar una parte inevitable de nuestra naturaleza de seres humanos que no nos gusta, o de la que nos avergonzamos. Y el hecho de ser humano implica que somos y podemos ser imperfectos.
Soy consciente de todas las imperfecciones que ha habido en mi vida, de las que sigue habiendo, y hasta de las que habrá, pero eso no me hace bajar ni un ápice el concepto que tengo de mí mismo, de mi globalidad, en la que caben al mismo tiempo las cosas maravillosas, lo radiante, lo que me gusta de mí, mis cualidades, mis perfecciones… y mis imperfecciones.
Valoro de mí, sobre todo, la voluntad de mejoramiento que no se ve mermada por el hecho de no haber alcanzado la perfección –aunque cada día doy, por lo menos, un paso en su búsqueda-. Eso sí, a la perfección absoluta e impoluta, por pura lógica de inaccesibilidad e imposibilidad, he renunciado.
Me parece mejor aceptar ser imperfecto, lo cual me da la oportunidad de desarrollarme hacia un paso más cerca de la perfección –que es una meta inasible, pero en cuya búsqueda se pueden alcanzar logros bastante satisfactorios-, o dar un paso que me aleje un poco de la imperfección, antes que sentir la frustración inconsolable y deprimente de sentirme dolientemente imperfecto y permitir que eso hunda mi moral y me haga enojarme conmigo mismo.
Soy humano -y esto no lo voy a usar como excusa sino como realidad-, y por ello mismo no soy perfecto, y por lo tanto no me puedo exigir como si lo fuese.
Soy nada más, y nada menos, que un proyecto de llegar a ser la mejor persona que pueda conseguir –ni sublime, ni Dios-, dentro de mis posibilidades y mis limitaciones.
Esto no es un ensalzamiento de la mediocridad, ni una invitación a la rendición o el conformismo, sino una constatación de que vale más la verdad, y el esfuerzo personal, que el martirio y el fracaso de no llegar a realizar los sueños utópicos que la imaginación diseña sin tener en cuenta las limitaciones.
Descubrir las imperfecciones, lejos de dolernos y hundirnos, debiera ser motivo de alegría. Sí, he escrito lo que quería escribir y lo que has entendido, no hace falta que lo releas…
“Descubrir”, ya lo he escrito muchas veces, es “destapar lo que estaba cubierto”, y esa es la razón por la que debemos alegrarnos al “destapar” algo que estaba tapado, PERO QUE YA ESTABA. Y no haberlo visto antes –o no querer verlo- no le quita fuerza ni realidad y no evita que nos estuviese afectando.
El hecho de haber destapado las imperfecciones y haberlas puesto ante nuestros ojos, inevitable e innegablemente a la vista, es el primer paso y necesario para poder hacer cualquier modificación.
Las imperfecciones están abiertas al perfeccionamiento, y ahí es donde está la tarea de cada uno.
Una tarea personal e intransferible.
Y, preferiblemente, inaplazable.
Nadie lo va a hacer por ti. Eso ya lo sabes.
Y es conveniente que lo hagas. Eso también lo sabes.
Así que… manos a la obra.
Ponte ya a esa tarea que te va a aportar, sin duda, grandes satisfacciones.
Te dejo con tus reflexiones…