Si les preguntamos a muchas personas por qué siguen con su pareja, o nos lo preguntamos a nosotros mismos, pocas veces la respuesta está relacionada con el amor apasionado y profundo, y más veces será debido a la costumbre, la pereza, el miedo, o la falta de autoestima para comenzar otra relación.
Seguimos llamando amor a lo que ya sólo es costumbre o apego.
Es cierto que una evolución lógica es la del amor apasionado y muy sexual hacia otro más sereno y más franco. Pero si el camino que toma es hacia la rutina, la frialdad y el estancamiento… ¿debemos resignarnos?
La pregunta fundamental, y muy seria y bastante grave, es esta: ¿lo que siento es amor o apego?
El amor acepta la libertad del amado, frente a la sumisión incondicional que exige el apego; el amor provoca respeto hacia el otro mientras el apego echa en cara, reivindica derechos, e impone; el amor es libertad, apertura, fantasía, pasión, movimiento… frente a la posesión, limitación, costumbre y estancamiento del apego.
Curiosamente, lo que promueve el amor es el crecimiento individual, aunque en compañía voluntaria y compartida, mientras el apego tiende más a una fusión de “nosotros”, pero casi renunciando a ser cada uno quien es.
Si descubres que estás en una de esas relaciones de apego que no te aporta nada positivo, que no te ilusiona, que no contribuye a tu amor y felicidad, sería bueno que pensaras que los efectos de estas relaciones son devastadores.
El siguiente paso puede ser una depresión, un desánimo ante el futuro, una pérdida de ilusiones, una bajada de la autoestima, una sensación de fracaso, o una renuncia a algo tan maravilloso como es vivir enamorado de tu pareja.
Uno se puede dar cuenta de que hay celos que envenenan la relación, que hay un exceso de sacrificio por una de las partes mientras la otra no aporta nada, pero también de que hay un gran miedo a la posibilidad de quedarse solo, o bien se escucha decir con resignación que “más vale malo conocido que bueno por conocer”, o que “todos los hombres, o todas las mujeres, son iguales”, o que el amor es un invento de la ficción reservado a otros; o se da cuenta de que está metido en una relación que se ha convertido en una dependencia mutua en la que priman los intereses y el conformismo con dos soledades compartidas.
Si a pesar de darte cuenta de ello quieres seguir en esa relación, o no te queda más remedio, o no estás por la lucha de tus derechos, sería conveniente que ambos crearais espacios personales propios, pero no con la intención de alejaros más aún, sino de tener algo que os haga sentiros bien y aportéis ese ánimo a la relación.
El amor, no hemos de olvidarlo, no es eterno por sí, sino que necesita del alimento diario del deseo, el entusiasmo, las caricias, las sonrisas, los abrazos, las palabras veraces que lo confirmen, la comunicación, el compromiso, y el deseo de lo mejor para el otro.
El amor no permite el acomodo, el estancamiento, la rutina, el frío, la indiferencia, ni vivir del pasado. Necesita sentirse vivo a diario.
No hay que olvidar que el amor es “un ser vivo”, y que evoluciona con las personas.
Cuando uno se enamora a los dieciocho años, por ejemplo, lo que le atrae de la otra es que tenga buena apariencia y sea activa sexualmente, y, si es posible, que baile bien; cuando uno se enamora a los veinticinco, por ejemplo, lo que quiere es que sea una buena ama de casa y una buena madre; si es a los cuarenta, quizás le atraiga que le cubra sus necesidades sexuales, que cuide de que unos hijos que no le den problemas y que sepa tener la casa limpia; a los sesenta, sólo le interesa alguien que le escuche y le cuide.
Cuando una se enamora a los dieciocho años, y es sólo un ejemplo, lo que le atrae de él es que sea guapo –y si no es así ya se encargará de encontrarle guapo-, que tenga buen tipo, sea bueno en la sexualidad y que tenga un coche llamativo; a los veinticinco, lo que le atraerá es que tenga un trabajo estable, un buen plan de futuro, y quiera ser padre; a los cuarenta, que tenga la cabeza asentada, que sea detallista, que la trate como a una dama; a los sesenta, le atraerá que sea buen conversador, que no esté muy mal físicamente, y que la quiera un poco.
Ya sé que exagero un poco con los ejemplos, pero así se ve mejor.
Si ambos llevan juntos desde los dieciocho años y van evolucionando en el mismo sentido, o son muy tolerantes con la evolución del otro, todo irá bien.
Si a los cuarenta a una le interesa su espiritualidad y su Crecimiento Personal y al otro sólo le interesan los deportes, y ambos desprecian lo que está haciendo su pareja, tienen pocas posibilidades de seguir bien.
En las relaciones son muchos años de estar juntos, y es, teóricamente, poco probable que a medida que pasan los años sigan compartiendo los mismos deseos, las mismas ilusiones, la misma visión de la vida, y le sigan pidiendo lo mismo a la relación.
La comunicación, contarle al otro lo que uno siente y preguntarle por lo que siente, es imprescindible.
Y dedicarle la atención que requiere y se merece, es vital.
El verdadero amor es muy exigente, afortunadamente, y no se conforma con migajas ni con sucedáneos.
No se puede llamar amor, ni tiene mucho futuro como tal, una relación que se mantiene por aparentar y no escandalizar a la sociedad o la familia con una separación, o las que agobian con celos o exigencias, o aquellas que ven en la otra parte a un padre o una madre, o las que se estacan en la comodidad o la monotonía de la rutina.
Un chequeo periódico a la relación, entre ambos, es un buen método para evitar que se estropee irremediablemente.