¿Qué es el riesgo?
El riesgo no es emoción ni aventura. Tampoco es la probabilidad de éxito. Es, precisamente, la medida de la probabilidad del fallo, el cual se incrementa con el tamaño de la acción o inversión.
El miedo a correr riesgos que padecen muchas personas cuya personalidad adolece de empuje y decisión, es porque invertir emocional o financieramente en algo implica la posibilidad de pérdida. Mucha gente piensa, por ejemplo, que el matrimonio es una “aventura de riesgo”. ¿No es acaso la elección de pareja una especie de lotería o azar que implica riesgo? Efectivamente, puede serlo.
Si considerásemos el porcentaje de divorcios y la “inversión” que se hace en este proyecto –emoción, ilusión, tiempo, energía y dinero- muchas personas reconsiderarían esta decisión, si no fuera porque ésta se toma, en muchas ocasiones, en un estado de efímera locura.
Todas las actividades pueden interpretarse, en ciertos aspectos, como juegos de azar que implican riesgos. De hecho, no cesamos de jugar. Lo hacemos constantemente, en otra escala, sin que podamos saber muchas veces el alcance de las múltiples decisiones que tomamos a diario.
El ser humano es una criatura condenada a vivir entre riesgos y posibilidades.
¡Quién arriesga puede perder, pero quien no arriesga pierde siempre!
Es imposible progresar sin correr riesgos. Los riesgos son necesarios para crecer. Para agudizar la inteligencia. Para prosperar y aprender de nuestros errores. Correr riesgos es necesario para madurar. Algunas veces caerás, pero te volverás a levantar cuantas veces sea preciso.
El riesgo y la inseguridad forman parte inherente de la vida y la libertad. Pero es lo que te garantiza estar vivo. Si no corres riesgos, estás muerto.
Las gentes miedosas de correr riesgos se engañan a sí mismas. El miedo las esclaviza. Pierden la oportunidad de vivir la vida plenamente al ubicar en el primer lugar de sus aspiraciones la seguridad completa. Apuestan por la mediocridad y el fracaso. Son como ese preso miedoso que para asegurarse una perfecta organización para la fuga de la cárcel contrata los servicios de una agencia de viajes.
Este tipo de personas deberían, al menos, atreverse a preguntarse: ¿Cambiaría positivamente mi personalidad y mi vida si corriera tal o cual riesgo?
La doctora Elisabeth Kübler-Ross, una reconocida autoridad en acompañar y dar apoyo a enfermos terminales, afirmaba que la respuesta más habitual de las personas que estaban a punto de morir a la pregunta “¿Qué haría si volviera a vivir?” era: “Me habría arriesgado más”.
(Texto de la revista Psicología Práctica)
Poesía atribuida a José Luís Borges
Si pudiera vivir,
nuevamente mi vida.
En la próxima trataría
de cometer más errores.
No intentaría ser tan perfecto
me relajaría más.
Sería más tonto de lo que he sido
de hecho tomaría muy pocas cosas con serenidad.
Sería menos higiénico.
Correría más riesgos, contemplaría más amaneceres.
Subiría mas montañas, nadaría mas ríos.
Iría a más lugares donde nunca he ido.
Comería más helados y menos habas.
Tendría más problemas reales y menos imaginarios.
Yo fui de esas personas que vivió
sensata y prolíficamente
cada minuto de su vida.
Claro que tuve momentos de alegría.
Pero si pudiera volver atrás, trataría de tener solamente
buenos momentos.
Por si no lo saben, de eso está hecha la vida.
“Solo momentos, no te pierdas el ahora.”
Yo era uno de esos que nunca iba a ninguna parte
sin un termómetro, una bolsa de agua caliente,
un paraguas y un paracaídas… Si volviera a vivir
viajaría más liviano.
Si pudiera volver a vivir comenzaría a andar
descalzo al principio de la primavera y
seguiría así hasta concluir el otoño.
Daría más vueltas en la calesita
contemplaría mas amaneceres y
jugaría con más niños.
Si tuviera otra vez la vida por delante,
pero ya ven, tengo 85 años y sé que me estoy muriendo.