¿SÉ POR QUÉ NO HAGO LAS COSAS QUE NO HAGO?
En mi opinión, sí somos conscientes de algunas cosas que no queremos hacer y no hacemos, bien porque nos desagradan, porque son peligrosas, porque no estamos o no nos consideramos capacitados, no nos apetecen, son inalcanzablemente caras… pero, en cambio, no sabemos por qué no hacemos otras que sí nos gustaría hacer y sí podríamos hacer.
Tenemos que descartar, por supuesto, las que no se hacen por imposibilidades físicas o económicas, o sea, cuando nuestras limitaciones físicas o la economía nos lo imposibilitan. No pensemos por tanto en poder volar con la rápida y constante agitación de nuestros brazos, ni en vivir en el fondo del mar como los peces, ni en llevar una vida de multimillonario si no lo somos.
Esta es una buena pregunta para empezar: ¿Conozco lo que no hago porque creo que no lo puedo o no lo debo hacer?
Al leer esto, cada persona está pensando en cosas distintas, así que todo lo que viene a continuación, y lo que encuentres por ti mismo, trata de aplicarlo a tu caso particular.
Si no hago cierta cosa que sí quiero hacer pero no hago… ¿Qué me lo impide?
Si las respuestas que encuentro son absolutamente irrebatibles y coherentes, y me demuestran la imposibilidad actual, no puedo hacer otra cosa más que esperar a ver si más adelante cambian las circunstancias –o puedo hacer que cambien- y entonces sí es posible, o debo descartarlas definitivamente sin que ello me cree frustración.
Pero si las respuestas que encuentro, analizadas a la luz de la objetividad son nada más que excusas, son insostenibles, son mentiras disfrazadas de verdades, son lo que queremos escuchar aunque no coincida con la realidad y nos estamos auto-engañando, entonces es cuando llega el momento de sentarse tranquilamente con uno mismo y, sincerándose del todo, darse cuenta de lo que ha podido servirnos hasta ahora –hasta que ha salido a la luz su inconsistencia- pero que, a partir de descubrir su irrealidad, ya no podemos o no debemos seguir utilizándolas.
Ya lo he escrito más de una vez: puede que uno no sea del todo responsable de lo que ha hecho en su pasado, si ha sido sin mala intención o sin saber el resultado que iban a ocasionar –aunque el resultado haya causado mal-, pero descubrir las consecuencias que pueden provocar ciertas cosas implica que a partir de ese instante ya no se puede eludir la responsabilidad, porque entonces sí que hay alevosía al hacer algo cuyo resultado infausto se conoce previamente.
Lo que pretendo es hacer ver que en ocasiones no hacemos cosas que sí podríamos hacer, y que nos provocarían satisfacciones, y en algunos casos es porque no nos consideramos merecedores de disfrutar –y ni siquiera nos planteamos la posibilidad de pensar en ello-, o porque no nos hemos parado a pensar que en este momento sí podemos hacerlas realidad ya que las trabas que antes nos habíamos puesto han desaparecido, o no las hemos hecho porque no hemos dedicado el tiempo necesario a hacernos la pregunta y a buscar la respuesta que le corresponde.
Si uno está atento puede escucharse en algún momento de esos en que aparece una especie de “envidia” porque a uno le gustaría algo que hace otra persona. Es el momento de mirarlo. “Me gusta…” y entonces preguntarse… ¿puedo?
“Me gusta la gente que con 70 años se pone a pintar… ¡con lo que a mí me gustaría pintar!” y yo... si quiero hacerlo… ¿puedo hacerlo?
“Me emociona cuando escucho la labor que hacen los voluntarios en las ONG’s.” y yo... si quiero hacerlo… ¿puedo hacerlo?
“Me encanta andar por la montaña, pasear por la playa, escuchar música “de mis tiempos”, escribir…” ¿Por qué no lo hago?
Y, por supuesto, que no se convierta esto en un reproche y en una razón para acusarnos de algo o despreciarnos: que sea el inicio de la puesta en marcha de la opción de hacerlo.
Vivir la vida con plenitud –para que más adelante no tengamos motivos de arrepentimiento- requiere una atención vigilante. Requiere una actualización de todo los que nos compone, de todas nuestras actitudes, pensamientos, ideas, reacciones, miedos, ilusiones… porque todo evoluciona, o todo puede evolucionar, y no estar atento a la evolución personal puede privarnos del placer de darle otra orientación u otra intensidad a nuestra vida.
Es mejor no dar nada por supuesto en nuestra vida, nada por inamovible, jamás dar una respuesta por definitiva –la vida da muchas vueltas y nunca se sabe…-; es mejor estar atento a mejorar en todos los aspectos, preguntarse y escucharse…
Hay muchas cosas que no hacemos porque no sabemos que queremos hacerlas. Así que conviene hacerse preguntas a menudo. ¿Qué es lo que REALMENTE deseo? Y contemplar si en el momento de la pregunta hay una respuesta viable, factible, o si hay una respuesta que resuena en nuestro interior de un modo agradable, en cuyo caso es conveniente ponerse a la hermosa tarea de hacer realidad los propios sueños.
Si deseamos hacer algo que sea viable, factible -y cuidando que no sea sólo una utopía porque entonces eso se puede volver contra uno mismo y crear frustración si no se realiza-, conviene saber qué hay de cierto en lo que nos parecen impedimentos.
Los enemigos e inconvenientes se fortalecen si uno no tiene claro que se merece que le pasen cosas buenas y que puede disfrutar de las cosas plenamente, si uno se ha olvidado de ser un niño capaz de gozar, o si uno no tiene su propio permiso para complacerse –y más de uno se llevaría una sorpresa si supiera cómo le afecta esto, en el caso de que pueda recordar que en su infancia oía cosas del estilo de: “a este mundo se viene a sufrir”, “hay que anteponer el servicio al prójimo por delante de uno mismo”, etc.-.
La propuesta es, lógicamente, averiguar qué es lo que le apetece hacer a uno que no esté haciendo ahora, sopesar las posibilidades reales de hacerlo, desmontar las imposibilidades que no sean ciertas, comprobar si se dispone de los medios para hacerlo, y si se superan las pruebas… adelante con ello.
Tendrás grandes placeres si te comprometes contigo y lo haces.
Te dejo con tus reflexiones…