Hola, Nora.
Yo recuerdo de mi infancia que mi único "juguete" era una caja grande de madera de las que se usaban para transportar la fruta.
Bueno, eso era lo que parecía, porque, en realidad, para mí unos días eran un coche de carreras que yo pilotaba con mucha habilidad y muy velozmente, otro día era un submarino (y yo me encogía dentro de la caja para poder cerrar la escotilla), y otro día era un avión (y puedo garantizar que miraba hacia el suelo y sentía el vértigo de la altura).
Era feliz con mi caja de furta.
No envidiaba lo que tuvieran los demás, porque tenía claro -sí, lo tenía claro- que otras cosas no estaban a mi alcance, y no desperdiciaba el tiempo en envidiar lo que no tenía, sino que disfrutaba de lo que sí tenía.
Yo no sé si el secreto de la felicidad está en saber aceptar lo que se tiene.
O si la infelicidad aparece a partir de saber que hay algo más de lo que uno tiene, y comenzar a envidiarlo y a frustrarse por no tenerlo.
Y no me refiero sólo a lo económico, por supuesto.
No se trata de idealizar y añorar la infancia y su inocencia, sino de revisar por qué hemos permitido al adulto aceptar este mal cambio.
El niño, antes de que el adulto con su intelectualidad y ambiciones le contamine, es la clave y la referencia.