CONVIENE ATESORAR MOMENTOS ESPECIALES
En mi opinión, conviene ir atesorando a buen recaudo todos esos momentos especiales que vamos viviendo a lo largo de nuestra vida y conviene recordarlos a menudo –y deleitándose en ellos- para no olvidar ningún detalle, lo mismo que interesa ser muy conscientes de las cosas buenas que nos gustan de nosotros, de las muestras de amor o cariño que recibimos de otras personas, de las ocasiones en que sentimos cosas especiales –las que sean-, y todo ello con el único objetivo de tener una constancia que sea clara -y no se quede en una simple e indefinida sospecha- de que nuestra vida se compone también de cosas que entran por derecho propio en la carpeta de COSAS BUENAS DE MI VIDA.
CONVIENE APRENDER A APRECIAR PRONTO LAS GRANDES PEQUEÑAS COSAS DE LA VIDA.
Si uno revisa esos recuerdos que de algún modo dejan marca encontrará que en muchas ocasiones son pequeñas cosas, más bien cosas que aparentan ser insignificantes, nada aparatosas ni deslumbrantes, pero se han ganado ese puesto de honor no tanto por sí mismas como por el hecho de haber estado nosotros muy conscientes de ellas cuando sucedieron.
Pueden ser ese mismo tipo de cosas que en otras ocasiones hemos vivido sin apreciarlas, pero nos han ocurrido en un momento en que nuestra percepción o nuestra sensibilidad o nuestra receptividad estaban más atentas y consiguieron deshacerse de la mirada rutinaria y las captaron con todo su esplendor.
El mismo sol que sale todos los días en algunas ocasiones nos parece que es especial y atesoramos esa ocasión como algo exclusivo. Eso pasa más a menudo durante las vacaciones o en un viaje a otro lugar. O pasa cuando alguien hace que nos fijemos especialmente en el sol. Y esto es sólo un ejemplo.
La vida deja a la visa verdaderas maravillas, aunque aparezcan ocultas tras la monótona rutina, y no me refiero solamente a paisajes de postal, sino a sonidos, luces o colores, bellezas, situaciones, momentos… todas esas cosas que nuestros cinco sentidos nos hacen percibir.
A esos cinco sentidos se añaden los sentimientos o las emociones, los estremecimientos que nos ponen en contacto con algo indefinible que pudiera ser eso que llamamos Lo Superior, la ternura que tanta sensibilidad nos aporta, las caricias que siempre resultan ser indescriptibles, esas efusiones cariñosas que a veces nos brotan espontáneamente y nos dan ganas de abrazar y amar, el amor…
EN LA VIDA HAY MUCHAS FUENTES DE SATISFACCIONES, MUCHOS MOTIVOS PARA LA FELICIDAD Y MUCHAS RAZONES PARA SER FELIZ.
A veces somos nosotros mismos con eso de no tener claro lo que es la felicidad, o con ese aspirar a la hiperfelicidad, quienes boicoteamos el bienestar de nuestra vida.
Uno de los modos de captar y disfrutar esos momentos especiales es permitir que aflore la sensibilidad. En demasiadas ocasiones, y debido a la “educación” que recibimos en la infancia o a experiencias desagradables con amigos o parejas, creamos una coraza que teóricamente impide que nos ataquen cosas ingratas del exterior… pero, al mismo tiempo y para nuestra desgracia, eso impide que salga nuestra sensibilidad, la delicadeza para la captación de los detalles sutiles, la gracia de dejarse empapar por los sentimientos encantadores, o la ternura que demuestra nuestra humanidad.
Contactar con nosotros mismos, y permitirnos ser nosotros mismos, es uno de los pasos imprescindibles para poder disfrutar de todo aquello que alegra a nuestro Ser y de lo que da placer a nuestros sentidos.
Hemos de hacer de nuestra vida una historia llena de cosas buenas, de magia y maravilla, de momentos especiales… y esa es nuestra tarea. No es algo que se deba dejar en manos de los otros, o del porvenir, del azar, de la casualidad…
Cada uno tiene la responsabilidad de dirigir la propia vida, y conviene tomar esto en serio para que sintamos que es satisfactoria cuando la evaluemos. Que tengamos una agradable sensación al mirarla y mirarnos. Que disfrutemos la maravilla de haber atesorado la mayor cantidad de momentos especiales.
Te dejo con tus reflexiones…