SE CAMBIA MÁS POR LAS EMOCIONES QUE POR LOS PENSAMIENTOS
En mi opinión, la mayoría de los cambios personales que uno se propone sólo desde la mente -con un convencimiento que tiene la misma duración que tiene esa idea y que desaparece en cuanto el próximo pensamiento ocupe su lugar-, es un cambio con poca voluntad de realizarse, con pocas posibilidades.
Los cambios que se manejan sólo desde la mente carecen de la fuerza y el convencimiento más rotundo que provine de alguna emoción fuerte.
Cuando uno “siente” –dentro de sí, de un modo que no admite excusas- la necesidad de modificar cosas, ese sentimiento tiene más vigor y empuje que un simple pensamiento.
Las decisiones de cambio que nacen en el interior, en el corazón, en el alma, o en las tripas, con una cierta dosis de estallido y desesperación, están más convencidas y tienen más potencia y tienen mejores raíces.
Lo que se gesta en el pensamiento carece de garra. Tiene lógica, tiene una razón incluso; tiene voluntad y un razonamiento lógico en el que uno ha podido llegar a la conclusión reflexionada de que lo que va a hacer es positivo, o es imprescindible, pero… no se materializa fácilmente.
Es como si esa acción se pretendiese hacer solamente con la fuerza mental, sin la implicación necesaria que proviene del estallido emocional interno, de la comprensión en el alma de esa necesidad, del disgusto positivo proveniente del darse cuenta de cómo está siendo uno o cómo está actuando, y comprendiendo –con dolor y cierta desesperación- que lo actual no es lo que quiere para sí mismo. Que ser de otro modo, o actuar de otra forma, le acercaría más a sí mismo o sería la expresión natural del Uno Mismo.
Las personas cambian con más rotundidad -y de un modo más rápido y eficaz-, cuando integran dentro de sí su estado actual, su situación personal, el historial de sus actuaciones, y su lugar en su propia vida; cuando existe un dolor que remueve sus entrañas, cuando se da cuenta sin palabras pero de un modo innegable, nada más que notando sus escalofríos o atendiendo a sus suspiros.
A esos síntomas son a los que hay que atender. Ellos llevan la verdad.
Y no hay que promover nunca un cambio desde la rabia -porque ésta nubla la realidad-, ni desde el despecho o la pena, sino que ha de partir de una situación en la que el corazón dicte su opinión sincera y verdadera y la mente la respete y colabore sin repetir viejos patrones y sin boicotear.
No hay que olvidar que el proceso de cambio –en realidad es “el proceso de ser realmente uno mismo y dejar el personaje”- es un proceso de Amor Propio y, por lo tanto, el Amor Propio es un ingrediente imprescindible e irremplazable.
El objetivo final es el mejoramiento.
Y el beneficiario primordial es uno mismo.
No olvides ninguna de las dos cosas.
Te dejo con tus reflexiones…