La vida no se vive con la mente ni desde la mente.
A la mente se le ha de dar otros usos.
La vida se vive con las emociones, desde los sentimientos, en las vibraciones y los escalofríos, con ternura y con frenesí, entre llantos y risas, con los cinco sentidos y la intensidad que requieren las grandes hazañas y las obras de arte.
Vivir es sentir, se dice con acierto.
La intelectualidad sólo aporta distracción para la mente, y satisfacción para el ego o pesar para para la persona, según sea lo que ocupe el pensamiento.
En cambio, las emociones lo llenan todo. Convierten los momentos en especiales, les dotan de intensidad, y llegan al sitio donde las experiencias pasan a formar parte del conjunto que es la vida.
Generalmente, al hacer balance de nuestra vida no valoramos lo que pensamos en ciertos momentos, sino las experiencias emocionales que sentimos.
Vivir es una tarea ardua y sencilla, inquietante y bella, enriquecedora y estremecedora, feliz y emocionante.
La vida apática e impasible, indolente y desangelada, no es vida, sino existencia hipotética.
Vivir es implicarse, poner todas las emociones en juego, activar todos los sentimientos, e involucrarse en ellos.
La vida, cuando se vive, se desprende del tiempo y se expansiona sin sus limitaciones. Cuando uno está viviendo no se preocupa de la muerte, ni del infinito, ni de la eternidad, porque se siente dentro y parte de ellos. O, por lo menos, no siente que hay límites que le constriñen.
El momento lo contiene todo: es teóricamente breve, pero ilimitado, ya que en él cabe, si así lo deseamos, una experiencia inolvidable o el sentido de la vida. O un dolor que dure el resto de la existencia, o algo que deseemos clasificar como drama y condicione el resto de nuestra vida.
La vida es la suma de todos los momentos.
Llenarlos de emociones agradables, es enriquecer nuestra vida.
¿Cuántas veces te has sorprendido viendo con mirada distinta un amanecer, y has dicho que tendrías que hacerlo más a menudo?
¿Y cuántas veces has escuchado con estremecimiento la misma canción que has escuchados otras veces con indiferencia?
Prestar atención al momento. Internarse en lo que se está haciendo, sea lo que sea, o permitir que sea ello quien nos penetre hasta la sensibilidad, eso es lo adecuado.
Tanto lo que denominamos como bueno como aquello a lo que llamamos malo: todo ha de acontecer con intensidad, para que nos transmita su esencia.
Lo malo y el dolor, vivirlo con rigor, hasta que se extinga, para que no tenga que regresar nuevamente.
Lo bueno y lo agradable, vivirlo con plenitud, para que se quede inexorablemente unido a nosotros y nos acompañe el resto del tiempo.
En vivir las emociones y los sentimientos plenamente está la esencia de la vida.
Hay que ser conscientes de cada momento, y cuando se está viviendo uno que se considera más especial –porque todos son especiales-, es mejor dejar otras cosas que nos puedan distraer para poder dedicarle la totalidad de la atención: así es como se aprecian mejor, y como se ha de existir en esta vida.