CÓMO ELIMINAR LOS PLACERES DOLOROSOS
En mi opinión, se nos presentan a menudo placeres –y que cada uno piense en los que quiera- que son realmente satisfactorios, que uno los disfruta y a conciencia y luego se queda gozoso, tranquilo y feliz, y dejan un regusto muy satisfactorio y el deseo de volver a repetirlos tan pronto como se pueda y tantas veces como se pueda.
Otros, en cambio, comienzan como placeres pero acaban convirtiéndose en desplaceres, inquietudes, disgustos, tristezas. Dejan una sensación desagradable, incluso frustrante, y le dejan a uno sumido en un estado muy desapacible de arrepentimiento y rabia.
“No lo voy a volver a hacer más”, dicen unos. “Me arrepiento mil veces de haberlo hecho”, dicen otros. En todos los casos queda el remordimiento y la pesadumbre, un malestar general consigo mismo, una rabia más o menos disimulada, y un enojo que no se deja consolar.
A veces es mejor no caer en la tentación. Cuántas veces nos hemos arrepentido de haber hecho algo que aparentaba ser agradable, o que lo ha sido, pero que… después uno experimenta que la aflicción que deja no compensa el placer recibido. Por ejemplo, con la comida, que obtiene unos cuantos segundos de placer, pero al rato empieza a pensar en que no tenía que haberlo comido, que se había comprometido seriamente consigo mismo a no comer más -porque está engordando mucho últimamente-, y cuando se acerca al espejo para mirarse, se pone de perfil y se ve una tripa marcada, o se ve los mofletes hinchados, o esos granos que sabe que crecen cuando come chocolate, y entonces se esfuma el reciente placer y en su lugar se instala un malestar que va a durar mucho más tiempo que lo que duró el placer.
Y ese es uno de los mejores argumentos a utilizar contra esas tentaciones que llevan asociado un posterior desplacer: pensar que la parte buena dura solo unos segundos -o muy poco tiempo- y que los efectos y resultados posteriores son pesarosos e insatisfactorios. Visto fría o sensatamente, no compensan.
Y esto se puede aplicar a los bombones o los dulces, los excesos de comida, la bebida, los líos de faldas o pantalones, el juego, quedarse un ratito más en la cama cuando hay que levantarse obligatoriamente, el tabaco o las drogas, etc.
Los placeres sólo han de producir placer. Para eso están.
Si conllevan efectos negativos posteriores conviene cambiarles el nombre y no llamarlos con ese nombre, sino llamarlos vicios o inmoralidades disfrazados con la piel de placeres.
Es cierto que dejar alguno de esos “placeres” es complicado, y es ahí donde tiene que intervenir el auto-control para llevar a cabo el cumplimiento de la decisión de la parte sensata que se ha dado cuenta de la necesidad de no repetir ciertos placeres. Cuando la gula, o la pasión, o el vicio, se presenten avasallando imparables –como lo hacen siempre- es cuando uno tiene que activar su voluntad, su cordura, y respetar la resolución que se ha decidido aplicar en esos casos.
Es un absurdo que uno mismo haga lo que no quiere hacer. Aunque esto no sea inhabitual. Es en estos casos donde uno tiene que imponer su voluntad con firmeza y no quedarse infantil e inútilmente en la queja tan sinsentido que es lamentarse porque uno mismo no está haciendo lo que quiere hacer. O lo que tiene que hacer.
Los placeres son muy agradables, dan mucho gozo y satisfacciones; está muy bien lo que nos hacen sentir. Son buenos… si también acaban siendo buenos y no el principio o la causa de malestares y arrepentimientos.
Ese asunto requiere una revisión seria, y luego una firme decisión si los resultados que quedan a la vista no son satisfactorios.
Te dejo con tus reflexiones…