TOMAR DECISIONES SIN MIEDO
En mi opinión, esto de tener que tomar decisiones es algo que hacemos constantemente, con cierta tranquilidad cuando son cosas simples o son repetitivas, y con muchísima precaución y miedo cuando se trata de esas otras que son importantes y nuevas.
Ésta es una tarea que para muchas personas se convierte en un sufrimiento. No se puede generalizar, por supuesto, pero hay que aceptar que la mayoría de las personas no hemos sido entrenadas para hacerlo. En la infancia no alentaron nuestras iniciativas, o no valoraron nuestras soluciones, o directamente las desecharon y/o menospreciaron. Eso hace que no tengamos confianza ni seguridad.
Si además fuimos sobreprotegidos o nos inculcaron un mandato que se llama NO PIENSES –que se forma cuando te dicen de algún modo: “tú no tomes decisiones, ya lo hago yo por ti. Haz lo que yo te diga”, eso será otro inconveniente a la hora de tomar decisiones. Si en los “errores” que tuvimos a la hora de tomar decisiones insistieron en recalcar y magnificar nuestra torpeza y nos castigaron, confirmaron con ello la idea que nos estábamos haciendo de ser torpes, inútiles, y sólo ser buenos para las equivocaciones.
Es estos casos también puede que se nos instale un impulsor llamado en Análisis Transaccional INTÉNTALO… PERO NO LO CONSIGAS, que nos predispone a afrontar las cosas con la seguridad previa –una de esas auto-profecías que se cumplirán- de no conseguirlo, por lo que la actitud será negativa y el esfuerzo y la atención requeridos no serán los necesarios.
Además, si cada vez que no hemos acertado en una decisión nos hemos restregado nuestra incapacidad para hacerlo bien, nos hemos castigado de algún modo, o hemos atacado a nuestra maltrecha autoestima con ello, habremos creado una tensión inhóspita ante cada situación en la que tengamos que decidir, porque somos conscientes del proceso de auto-reproches que viene después, y eso nos va a hacer perder la calma y objetividad que son necesarias para tomar buenas decisiones.
Conviene saber que la mente no soporta la incertidumbre. Prefiere o necesita la seguridad, saber lo que tiene que hacer, acertar. Y decidir es renunciar a las otras opciones. Parece que la tranquilidad al decidir es más fácil cuando se trata de algo que ya se conoce (que dos más dos son cuatro), o cuando una de las opciones destaca claramente sobre las otras con lo que las dudas prácticamente no se generan. En este caso sí resulta sencillo deshacerse de las respuestas que no gustan o que claramente se ve que no son válidas.
Tomar decisiones con naturalidad es una cuestión de práctica que se consigue entrenando; empezando por decisiones sencillas de esas que no conllevan mucho riesgo y verificando que aunque uno se equivoque no pasa nada. NO PASA NADA, esta es la actitud conveniente. Es mejor no hacer un drama de una equivocación. No lo es. Si sucede, se tratará de reparar si se puede, se aprenderá bien lo que no se ha de repetir en otra ocasión, y se seguirá adelante sin permitir que eso afecte y que haga mella en uno.
Siempre, todos los días, casi a cada momento, todos estamos tomando decisiones y conviene que eso lo veamos con naturalidad, y que esa naturalidad la apliquemos tanto a los aciertos como a los desaciertos. El miedo a equivocarnos lo condiciona todo. Equivocarse es una de las posibilidades al tomar una decisión y hay que aceptar previamente que la que hayamos decidido puede ser errónea. Raramente existe la seguridad absoluta de acertar.
Lo importante es no quedar afectado después, no sufrir, no estropear la relación con uno mismo; no lamentarse y sí saber consolarse bien.
Es beneficioso desarrollar la confianza en uno mismo. Confianza que habrá que mantener aunque el resultado no sea el esperado y confianza en poder volver a comenzar de nuevo las veces que haga falta. Hay riesgos y existen las dificultades y esto hay que asumirlo.
El arrepentimiento es algo que parece ir ligado a las decisiones. Es muy común que uno lo haga si el resultado no es el apetecido. Salvo en el caso de que salga todo perfecto, en los otros casos uno se puede plantear qué hubiese pasado si la opción por la que se decidió hubiese sido otra. No podremos saberlo. Tal vez nunca lo sabremos. Al decidir hay que dejar todas las otras propuestas atrás y centrarse en la seleccionada. No podemos tenerlo todo, y elegir algo implica renunciar a todas las demás opciones.
Lo conveniente a la hora de tomar decisiones, las importantes y nuevas sobre todo, es no tener prejuicios (sí está bien tener en cuenta las experiencias similares anteriores), es tener una objetividad impecable, una imparcialidad de juicio preparada para cualquier situación y asunto que se presente, la máxima tranquilidad, y Amor Propio. Doble ración de esto último si es posible.
Te dejo con tus reflexiones…