CAPÍTULO 50 – LA ECUANIMIDAD – LA OBJETIVIDAD
Este es el capítulo 50 de un total de 82 -que se irán publicando- en los cuales se explicarán los conocimientos necesarios acerca de TODO LO QUE HAY QUE CONOCER PARA HACER BIEN UN PROCESO DE DESARROLLO PERSONAL Y ESPIRITUAL.
“Nada debe turbar la ecuanimidad del ánimo; hasta nuestra pasión,
hasta nuestros arrebatos deben ser medidos y ponderados.”
(Francisco Ayala)
Del diccionario:
ECUANIMIDAD: igualdad y constancia de ánimo. Imparcialidad de juicio.
OBJETIVIDAD: perteneciente o relativo al objeto en sí mismo, con independencia de la propia manera de pensar o de sentir. Desinteresado, desapasionado. (Juicioso, añadiría yo).
A lo largo de la Vida, uno se da cuenta en muchas ocasiones que él mismo es toda una contradicción, y que está lleno de altibajos.
Uno se da cuenta que su estado de ánimo -el estado de su alma-, depende de factores externos y ajenos, y así las personas, las cosas o las situaciones que no somos nosotros, nos hacen estar tristes, alegres, pesimistas, deprimidos, nerviosos, disgustados… como si no pudiéramos gobernar nuestra estabilidad emocional y sentimental. Además, no somos capaces de ver las situaciones con sosiego y equilibrio, sino que el enfado o la ansiedad del momento nos hace ser variables y nada equilibrados.
Hay algo, muy próximo a la paz, que se llama ecuanimidad.
Tal como lo define el diccionario parece un estado deshumanizado, de frialdad, de falta de empatía, pero no es así realmente. A la ecuanimidad se llega después de muchos disgustos, fracasos, y derrotas; tras haber sido capaz de comenzar una y otra vez desde cero; se llega tras haber conocido la alegría, la ilusión, la esperanza…
Es producto de una visión clara de la verdadera naturaleza del individuo y de la función o el sentido de Ser y Vivir, porque llegar a ese estado es haber comprendido que en la vida hay que afrontar pruebas más o menos duras que ayudan a regenerarse, y que hay que tener una fe plena en Dios y en su Plan, o que dejar la fe a un lado y aprender a quedar inafectado de todos los furores y disgustos de la vida.
La ecuanimidad es un punto de equilibrio casi perfecto en el que uno puede observar con serenidad y con sabiduría lo que está sucediendo.
Desde ese punto de armonía, al que se llega tras numerosas vicisitudes, uno es más indulgente con las aparentes adversidades que algunos momentos nos traen, porque uno sabe que tiene que Descubrirse no sólo por sí mismo, sino para colaborar en el proyecto de la Creación ya que, en algún momento, es posible que haya aceptado voluntariamente formar parte de la humanidad y de la divinidad.
Por eso se crece tras cada experiencia, aunque sea desgarradora, porque hay una regeneración constante en la seguridad de que uno tiene que vivir y volver a ese punto para ver su vida. Uno tiene que aprender, y observar lo que ha aprendido.
Desde ese punto de imparcialidad serena de juicio, que es la ecuanimidad –la calma en medio de la tormenta-, uno es más consciente, más atento y más pacífico.
OBJETIVIDAD
Para llegar a la ecuanimidad es preciso pasar por la objetividad, que es esa capacidad de ver las cosas desapasionadamente, sin influencias ni condicionamientos de ningún tipo, tal como son, es una bendición y es un estado en el que conviene estar a menudo. Es muy útil –diría que más bien es imprescindible- para poder ver la realidad de las cosas, porque sólo desde el conocimiento de esa realidad verdadera y desnuda de las cosas es cuando se pueden tomar decisiones ecuánimes que serán, probablemente, las más acertadas.
Hay que tener en cuenta que las decisiones que se toman desde un extremismo, o con la mente condicionada, o desde la rabia, o con la pasión exaltada, casi siempre nos llevan a un posterior arrepentimiento.
Les falta la imparcialidad (que es la falta de pensamiento o propósito anticipado a favor o en contra de alguien o algo, lo cual nos permite juzgar o proceder con rectitud) que aporta la objetividad.
Les falta la capacidad de ser equitativo y por tanto ser íntegro y neutral.
Les falta la moderación y el equilibrio que se precisa para obra adecuadamente.
Para evitar obrar erróneamente es para lo que se requiere ser ecuánime, equilibrado, moderado, imparcial y ecuánime.
ECUANIMIDAD Y FILOSOFÍA
En la filosofía budista la ecuanimidad se define como “una reacción equilibrada a la alegría y la miseria que nos protege de la agitación emocional”. Buda describió una mente llena de ecuanimidad como “abundante, exaltada, inconmensurable, sin hostilidad y sin mala voluntad”. Podríamos decir que… perfecta.
Dicen en espirituzen.org que “El verdadero significado de upekkha es ecuanimidad, no indiferencia ante lo que le pase a los demás. Como virtud espiritual, upekkha significa ecuanimidad frente a las fluctuaciones del devenir mundano. Es armonía mental, es libertad inconmovible de la mente, un estado de equilibrio interior que no es afectado por éxitos o fracasos, ganancia o pérdida, honor o deshonor, alabanzas o críticas, placer o dolor. Upekkha es libertad desde todas las perspectivas de referencia propia; es indiferencia frente a las demandas del ego, por sus apegos al placer y a la posición social, en vez de orientarnos el bienestar de los demás seres humanos. Ecuanimidad es la cima de las cuatro actitudes sociales definidas en los textos budistas como 'moradas divinas': amor sin fronteras, compasión, gozo altruista y ecuanimidad. La última no supera ni niega las anteriores, sino que las perfecciona y consuma”
Los griegos usaban la palabra Ataraxia, algo así como “ausencia de turbación”. Una disposición de ánimo propuesta por los epicúreos, estoicos y escépticos, mediante la cual una persona podía controlar la intensidad de las pasiones y deseos que podrían alterar su equilibro menta y corporal. Lo veían como la forma de encontrarse con el equilibrio, la tranquilidad, y la serenidad e imperturbabilidad en relación con el alma, la razón y los sentimientos.
¿QUÉ ES SER ECUÁNIME?
Es un estado de equilibrio mental en el que las emociones no alcanzan niveles que nos lleguen a desbordar. No es indiferencia ni frialdad, sino control conveniente de los sentimientos que pueden interferir de un modo inconveniente. Hay armonía y equilibrio psicológico. Hay aceptación de la realidad y la visión de lo que sucede se hace desde esa premisa.
Ser ecuánime es ser capaz de quitar la etiqueta de terrible a cosas que no lo son. Muchas veces partimos de pensamientos pesimistas o catastrofistas y esa predisposición nos impide tener acceso a la realidad. Y desde el miedo no se tiene la perspectiva correcta y adecuada.
La vida está en continuo movimiento, las cosas cambian, no hay ninguna garantía de permanencia estable ni de eternidad, así que es interesante estar preparados para lo que suceda. Y afrontarlo con tranquilidad y desde el punto de equilibrio.
La meditación es un buen modo de acercase a ella.
ATENCIÓN
No confundir ecuanimidad con ausencia de emociones o con indiferencia.
En la ausencia de emociones hay una frialdad que no es humana, hay una negación a vivir una parte de la vida que son las emociones, hay un rechazo a dejarse estremecer, excitar, inquietar, sentir…
En la indiferencia, que es muy similar, hay una apatía a dejarse afectar por las cosas que pasan; es eliminar la pasión, que es un termómetro de la intensidad con que se vive la vida y sus ingredientes; es instalarse en una campana de cristal esterilizado donde no entran los componentes de la vida. Es existir a medias.
La ecuanimidad es permitir que todo pase, vivir todo lo que pase, sentir todo lo que haya que sentir, pero teniendo la serenidad de mantenerse indemne, pero enriquecido personalmente, por lo que va pasando.
CUENTECITO
En una aldea de pescadores, una muchacha soltera tuvo un hijo y, tras ser vapuleada, al fin reveló quién era el padre de la criatura: el maestro Zen, que se hallaba meditando todo el día en el templo situado en las afueras de la aldea.
Los padres de la muchacha y un numeroso grupo de vecinos se dirigieron al templo, interrumpieron bruscamente la meditación del maestro, censuraron su hipocresía y le dijeron que, puesto que él era el padre de la criatura, tenía que hacer frente a su mantenimiento y educación. El maestro respondió únicamente: “muy bien, muy bien...”.
Cuando se marcharon, recogió del suelo al niño y llegó a un acuerdo económico con una mujer de la aldea para que se ocupara de la criatura, la vistiera y la alimentara.
La reputación del maestro quedó por los suelos. Ya no se le acercaba nadie a recibir instrucción.
Al cabo de un año de producirse esta situación, la muchacha que había tenido el niño ya no pudo aguantar más y acabó confesando que había mentido. El padre de la criatura era un joven que vivía en la casa de al lado.
Los padres de la muchacha y todos los habitantes de la aldea quedaron avergonzados. Entonces acudieron al maestro, a pedirle perdón y a solicitar que le devolviera el niño. Así lo hizo el maestro. Y todo lo que dijo fue: “muy bien, muy bien...”.
(De el libro El hombre despierto, de Tony de Mello.
RESUMIENDO
De la vida se van aprendiendo muchas cosas, pero la paz y la ecuanimidad, que tiene la misma raíz común, son de lo mejorcito que nos enseña. Busca la paz y la ecuanimidad a cualquier precio.
Estás en un Proceso de Desarrollo Personal.
Ya habrás comprendido que te resultan imprescindibles tanto la objetividad como la ecuanimidad. Y también la honradez a lo largo del Camino, y la rectitud, y la integridad, y la honestidad, y la justicia, y tu bondad y tu dignidad.
Le haces falta tú a tu vida.
Francisco de Sales