5 RAZONES PARA DEJAR DE GRITAR A TUS HIJOS Y 10 CLAVES PARA CONSEGUIRLO
Por Mireia Navarro Vera
La mayoría de los padres piensan que deberían dejar de gritar a sus hijos pero luego, sin darse ni cuenta, se sorprenden a sí mismos recurriendo una y otra vez al grito. Parece que nuestros hijos no obedecen hasta que, hartos de repetir la misma orden, se la gritamos. Es verdad que el grito llama su atención en un primer momento, pero a la larga dejará de tener efecto y entonces ¿qué haremos? ¿Gritar más fuerte, gritar más rato, vivir a gritos?
¿ES POSIBLE EDUCAR SIN GRITAR?
Evidentemente sí. De hecho debería ser nuestra elección. Nuestros hijos han aprendido a no obedecer hasta que nos ven realmente enfadados y este es un mal hábito que han adquirido. Por lo tanto, es un hábito que debemos hacer desaparecer y generar uno más saludable. Gritar entrena a nuestros hijos a no escuchar hasta que se les levanta la voz. Cuanto más lo usamos, más los entrenamos y más nos costará que obedezcan sin necesidad de gritar.
Dejar de gritar no es fácil porque supone tener un gran autocontrol sobre nuestras emociones sobre todo de la ira y la rabia que nos genera ver la desobediencia diaria en nuestros hijos. Es un entrenamiento que lleva tiempo. Primero sabremos frenarnos al minuto de estar chillando, pero poco a poco, seremos capaces de frenar antes de empezar a gritar, es cuestión de proponérselo, es cuestión de añadirlo a la lista de objetivos de este año.
Y para que vosotros hagáis como yo y pongáis este deseo en vuestra lista, os voy a dar 5 razones para dejar educar sin gritar que os convencerán:
1. Gritar convierte a los niños en sordos
Cualquier explicación o aprendizaje que queramos darles con el grito será inútil, porque los oídos de nuestros hijos se cierran automáticamente después de oírlo. Después de una interacción negativa nadie está dispuesto a escuchar con verdadera atención y con ganas de aprender y mejorar, eso solo se consigue con interacciones positivas. Si queremos hacer mejores a nuestros hijos, no lo conseguiremos a gritos.
El grito es una respuesta de agresividad, no de asertividad, que provoca en el que lo escucha una respuesta similar. Tal vez, en la infancia no nos respondan gritando pero es cuestión de tiempo que ellos también usen el grito como respuesta.
2. Gritar no ayuda a gestionar las emociones
Nosotros somos un ejemplo de comportamiento de nuestros hijos. Cuando perdemos el control y gritamos, lo que les enseñamos es a gestionar la ira y la rabia con agresividad. Conseguiremos unos adolescentes llenos de rabia que gritan y pierden el control delante de la explosión de emociones que se tiene en esa etapa evolutiva. Si nosotros ayudamos a nuestros hijos a gestionarlo de otra manera, con autocontrol, con calma, hablando abiertamente de las emociones en casa, ellos aprenderán a dar respuestas más adecuadas a la ira y a la rabia. Si oyes gritos aprendes a gritar.
Gestionar emociones como la ira o la rabia no es nada fácil. De hecho es probable que a muchos de nosotros nadie nos enseñara a hacerlo. Por eso, a veces, nos es muy difícil controlarnos y no gritar. Al final es un aprendizaje que nosotros también tenemos que hacer.
3. Gritar asusta a nuestros hijos
Ellos sienten miedo al principio y después rabia e impotencia. ¿Es miedo lo que queremos que sientan nuestros hijos? Seguro que no, nuestra intención cuando gritamos es que obedezcan, que aprendan, que hagan lo correcto, que nos respeten, etc., pero no queremos provocarles miedo. Por lo tanto, con nuestra actitud no conseguimos el efecto que queremos: el respeto se gana respetando, la obediencia se gana con paciencia, los aprendizajes requieren un tiempo y un esfuerzo y que hagan lo correcto dependerá en gran medida de nuestro propio comportamiento.
4. Gritar los aleja
Cada vez que les gritamos, ponemos una piedra de un muro que nos separa. Perdemos autoridad positiva, perdemos respeto, perdemos comunicación, ganamos distancia, ganamos frialdad en las relaciones, ganamos más gritos y ganamos malestar emocional.
5. A más gritos, menos autoestima
Educar a gritos tiene un efecto nefasto sobre la autoestima de nuestros hijos. Lejos de sentir que estamos orgullosos de sus logros y sus esfuerzos, lo que sienten es que nunca están a la altura, hagan lo que hagan, siempre aparecen los gritos y borran cualquier sentimiento de haber hecho algo bien. Un grito tiene tanta fuerza que puede borrar los elogios que le haya podido hacer a lo largo del día. Nuestro hijo/a solo recordará el grito y lo que ha hecho mal. Por eso aumenta la sensación de no hacer nunca nada bien.
PERO ¿CÓMO CONSEGUIMOS DEJAR DE GRITAR?
1. Adquirir un compromiso
Será como un pacto de familia donde nos comprometemos a dejar de gritar y a hablar con respeto. Diremos a nuestros hijos que estamos aprendiendo a hacerlo y que nos tendrán que ayudar, que es probable que cometamos errores pero que si tienen paciencia cada vez lo haremos mejor.
2. Nuestro trabajo como padres es controlar nuestras emociones
Con el manejo de nuestras emociones les enseñamos a controlar las suyas. Si somos un buen ejemplo, ellos serán mejores. Por lo tanto, debemos empezar a trabajar con nuestras emociones, lo que sentimos, lo que transmitimos y como lo controlamos. Es un entrenamiento que requiere tiempo y esfuerzo. Trabajar nuestra gestión de las emociones es una asignatura pendiente. Nos hará mejores a nosotros y hará mejores a nuestros hijos.
3. Recordar que los niños deben actuar como niños
Son cientos las veces que he oído decir a los padres en consulta:
• Es que tengo que repetirle mil veces que se vista. Cada mañana es la misma historia. Está claro que le gusta verme enfadado/a
• ¿Cuántos años tiene su hijo/a?
• Cinco años. Yo creo que ya sabe lo que debe hacer pero solo piensa en jugar.
Ante esto, yo siempre digo lo mismo: lo que realmente me preocuparía es que usted se sentara en esa silla y me dijera que su hijo/a de cinco años se viste solo/a cada mañana sin necesidad de que usted le recuerde lo que debe hacer. Porque entonces seguro que habría algún problema. Los niños deben jugar, es lo que les toca a esa edad y nosotros somos los encargados de recordarles cada día sus obligaciones. Es nuestro trabajo de padres. Somos generadores de hábitos, cada día debemos recordarles las mismas cosas hasta que adquieran el hábito y entonces tendremos que recordarles las siguientes. Es un trabajo que nunca acaba. ¿Cuánto tiempo tardamos en conseguir que nuestros hijos se laven solos los dientes sin que yo se lo recuerde? Una media de 10-11 años. Es solo un ejemplo de la paciencia que hay que tener.
4. Dejar de reunir leña
Cuando tienes un mal día, cualquier chispa encenderá el fuego. Date un momento, haz algo que te haga sentir mejor y deja de reunir leña para el fuego. En algún momento tienes que parar. Muchos de nosotros llegamos a casa estresados del trabajo y no tenemos ni un segundo para descansar que ya empezamos con las obligaciones paternales o maternales. En el día a día no disponemos de tiempo para desconectar y poder llegar a casa sin el estrés del trabajo. Hay muchos padres que me lo han comentado, si al menos tuviera un momento para mí, tal vez podría atender mejor a mis hijos, pero no lo tengo
5. Ofrecer empatía cuando tu hijo expresa cualquier emoción
Cualquier emoción, buena o mala, debe ser escuchada. Para mostrar empatía debemos hacer entender a nuestro hijo que comprendemos cómo se siente. Así aprenderán a aceptar sus propios sentimientos que es el primer paso para aprender a manejarlos. Una vez que los niños pueden manejar sus emociones, podrán manejar también su comportamiento.
El cerebro infantil es un cerebro inmaduro que todavía no ha desarrollado la capacidad de empatizar ni tampoco la de gestionar las emociones. Podemos ayudarles en este proceso hablando de emociones en casa, poniendo nombre a lo que siente y ayudándole a regularlo.
6. Trata con respeto a tu hijo
Cuando los niños son tratados con respeto sienten más ganas de portarse bien y de tratar con respeto a los demás. Simplemente debes entender que tu hijo merece tu respeto más que cualquier otra persona.
7. Cuando te enojas, STOP
Para, cierra la boca. No hagas nada ni tomes decisiones. Respira hondo. Si ya estás gritando para en medio de la frase. No sigas hasta que no estés tranquilo. Hablar, castigar o actuar cuando uno está enfadado aumenta notablemente la probabilidad de tomar malas decisiones, de gritar en vez de hablar, de usar castigos exagerados y poco educativos y actuar de manera desproporcionada.
8. Respira y date cuenta de tus sentimientos
Cuando te enfades con tu hijo/a y sientas ira y rabia, aléjate de la situación si es posible y respira. Lávate la cara y piensa en lo que hay debajo de esa ira que suele ser miedo, tristeza y decepción. Date un espacio para sentirlo y llora si así lo sientes, después verás como la ira desaparece.
Si los dos padres estáis presentes, podéis ayudaros. Si uno de los dos pierde el control, el otro puede coger las riendas diciendo «déjame a mi, ya me encargo yo de los niños, tu puedes ir a hacer la cena si quieres». De esta manera, el padre que está más nervioso puede irse de la situación y calmarse y el padre que está más tranquilo puede reconducir mucho mejor la situación que se haya producido.
9. Encuentra tu propia sabiduría
Analiza la situación de manera objetiva. Ahora que ya no sientes ira, será más fácil. Piensa en qué quieres conseguir y cuál es la mejor manera de hacerlo. Quieres que tu hijo te obedezca, ten paciencia y repite la norma las veces que haga falta, incluso ayúdale físicamente a hacerlo, cógele de la mano y guía sus pasos. Quieres que tu hijo te respete, enséñales con el ejemplo. Quieres educar bien a tu hijo, hazlo desde el reconocimiento y desde el afecto no desde los gritos y los castigos. Fija tus objetivos y fija también tus pasos. Los aprendizajes requieren tiempo y paciencia, tu hijo no lo puede aprender todo a la primera, más bien es al contrario, no aprenderá nada a la primera.
10. Adopta medidas positivas, busca un lugar tranquilo
todos hemos vivido esos momentos de tensión en casa, momentos que generan un gran malestar emocional y que cada movimiento no hace más que aumentar la tensión. Unos gritan, otros lloran, nadie hace lo que debe hacer y parece que nada puede parar esa escalada de ira. ¿Qué podemos hacer?
• Pide a tu hijo un time-out: tiempo fuera. Uno en cada sitio hasta que se desvanezca la ira.
• Pídele disculpas.
• Ayuda a tu hijo a gestionar la rabia que siente, que se sienta comprendido, explícale que tú también te sientes así a veces.
• Busca un lugar tranquilo donde esconderos, debajo de una gran sábana para dejar pasar de largo la ira y la rabia. Esta técnica es para usarla sobre todo con niños pequeños. Las cabañas para los más pequeños son lugares seguros donde podemos escondernos de esa rabia.
• Lee un cuento tras otro, hasta que se desvanezca la rabia. Vendría a ser como usar técnicas de distracción hasta que la emoción vaya desapareciendo.
A veces, basta con dar un paso para ayudar a nuestro hijo a que se sienta mejor para que la ira desaparezca.
La emoción va acompañada de unas sensaciones físicas a veces muy potentes y que necesitan un tiempo para desaparecer. Se trata de ayudar a nuestros hijos a regular esta curva, para que disminuya lo antes posible. El grito hace justo lo contrario, eleva esta curva al máximo haciendo más difícil que desaparezca.
Ayudando a nuestros hijos a gestionar bien sus emociones, aprenderemos mucho de las nuestras y seguro que esto nos hará a todos mucho mejores. Cuando me propongo ser mejor padre, me convierto en mejor persona y ayudo a mis hijos a ser también mejores. Todos ganamos si decido educar sin gritar.
video:
https://youtu.be/maRJYGFUC_Q