Buscandome

Bienvenido(a), Visitante. Por favor, ingresa o regístrate.

Ingresar con nombre de usuario, contraseña y duración de la sesión

 


Traductor Google

 LAS MANOS Y LA ESPIRITUALIDAD (Juana Marín)



Noviembre 10, 2011, 05:42:38 am
Leído 2218 veces

Desconectado Francisco de Sales

  • Administrator
  • *****

  • 7321
    Mensajes

  • Karma: 8

LAS MANOS Y LA ESPIRITUALIDAD (Juana Marín)
« en: Noviembre 10, 2011, 05:42:38 am »
En el mes de noviembre del 2010 hará 35 años que el azar puso en mis manos un libro de Quirología. “La verdad está en sus manos”, se titula.
Mi siempre viva curiosidad, me hizo comprarlo y comencé su lectura.

En aquel tiempo, mi alejamiento de todo lo que no fuera puramente material era total, con lo cual, cuando comprobé que aquel libro trataba de lo que yo creía una técnica adivinatoria, me pareció una enorme falacia y dejé el libro.
Pero el destino es insistente, como un mercader que a ningún precio quiere perder un cliente, y una y otra vez el libro aparecía ante mis ojos usando todos los trucos que yo entonces llamaba “casualidades”.

Un buen día, y sin saber por qué, sentí un interés inusual ante aquel libro y comencé seriamente su lectura. Vinieron después tres largos años en los que la fiebre por descifrar los enigmas que las manos ofrecían me llevaron a leer cuanto estaba publicado sobre el tema, tanto comprando libros como buscando en la Biblioteca Nacional.
Mi asombro iba creciendo de una forma inusual: solo con mirar las manos de una persona podía enterarme de todos sus secretos, desde los más simples hasta los mejor guardados.
Ante mí se desplegaba su vida con todo lujo de detalles, y no solo su pasado, sino mil situaciones que aún estaban por llegar. Y así, tras casi cuatro años de estudio exhaustivo, comencé a leer manos.
Poco tiempo después comencé a ver cosas que yo no había estudiado, como los sentimientos de la persona ante los sucesos que le acontecían. Mi racionalidad y el materialismo que me caracterizaban en aquella etapa de mi vida me hacían dudar de la realidad de lo que estaba contemplando, de tal forma que llegue a cuestionarme mi cordura, pero cuando le preguntaba a mi cliente sobre la veracidad de lo que yo veía, me aseguraba que así era.
Me había encontrado con los sentimientos, con las emociones, con lo que yo no sabía cómo nombrar, y aquello no paraba, iba en aumento, se adentraba tanto en la persona que ya era difícil comprobar si era cierto o no. Estaba poniéndome en contacto con el alma del cliente.

El alma es la madre nutricia del espíritu. Sin escuchar sus voces es imposible llegar a lo espiritual. El alma es la única que puede abrirnos la puerta de lo transcendente, para que tomemos consciencia de nuestro Ser.

Y así un buen día, como un rayo, sin previo aviso, me encontré observando algo inmenso, algo que me paralizó, que me superó y que yo no sabía cómo llamar, ni qué era, ni,  por supuesto, cómo interpretarlo.
Luego vinieron los años de estudio sobre las teorías del gran psicólogo y psiquiatra Carl G. Jung.
Pude comprobar que en cada uno de nosotros existe lo que él denomina Animus y Ánima, y que, adentrándonos en ellas, se abre el camino para llegar al inconsciente. Y que en el inconsciente se nos abren puertas para atisbar lo que él y sus seguidores denominan como el “Sí-mismo”.
Aprendí que estos rincones secretos sólo hablan a través de símbolos, bien sea en aquello que nos sucede en la vida cotidiana, bien sea en los sueños, en una psicoterapia, o… por qué no, en los símbolos que aparecen en nuestras manos.

Recuerdo un día, no sé la fecha, sólo sé que hacía frio, y que el frio no solo estaba en el ambiente. Mi alma también tiritaba; mi soledad interna me llevaba a un lugar donde sólo había oscuridad y miedo. Sentí que era menor que una hormiga, y que el inmenso peso de mi vida cotidiana me aplastaba. No había en ella nada que llenara mi ser, nada que pudiera desear, conseguir o comprar; ni siquiera la risa de mi hija, ni la emoción de las lecturas de manos calmaban ese frio, esa soledad, ese sinsentido de mi vida. Recuerdo que lloraba y que mi gato blanco maulló, y con su patita toco mi cara y limpio una de mis lágrimas.
Todo sucedió tan de repente, y me resultaba tan inverosímil, que no tengo capacidad para describirlo.
Me sentí invadida por algo desconocido que me hacía ver las cosas, las situaciones de mi vida desde un prisma absolutamente diferente. Ahí, donde un segundo antes solo había soledad y frio, sentí brotar paz y un infinito amor inundó todos mis rincones. Vi con mis ojos una tenue luz blanca y brillante, que cambió mis lágrimas de tristeza en otras de felicidad y agradecimiento.

En ese momento sentí que ese sentimiento que me envolvía era lo trascendente, y, por primera vez en casi veinte años, me encontré hablándole a Dios.
Porque “sabía” que lo que me estaba pasando era un encuentro con lo Divino, y que mi Maestro interior me había conducido a ver lo inútil de mi búsqueda a través de lo material, y más aún de lo anímico si no era para recalar en el seno de mi Creador.
Y comprendí que aquello que veía en las manos, que yo no sabía cómo interpretar, y que no podía entender, era la búsqueda, consciente o no, de Dios.
Aquello revolucionó mi vida. Yo, que había negado por todos los medios la existencia de Dios, me encontraba inmersa en ese sentimiento tan certero de que era parte de un Ser Infinito, que todo lo abarcaba y del que era imposible dejar de formar parte por mucho que me empeñara.
Ya por entonces había leído muchas manos y en muchos lugares diferentes. Personas de credos distintos. Tan acérrimamente ateos como yo lo había sido. Y supe que no importaba el nombre que se le diera. Que todo era lo mismo.  Que eso trascendente que siempre estaba en nosotros, era ÉL.

 “El que no tiene un nombre, porque los tiene todos”

Desde entonces “sé” que el ateísmo es una forma inconsciente de buscar a Dios, que no importa ser consciente o no de ello. Y que irremediablemente nuestros pasos nos encaminan a su encuentro, incluso aunque muramos sin saberlo.
En las manos de todas las personas existe, en mayor o menor proporción, una línea que recibe el nombre de Línea del Destino.
Ella, entre otras muchas cosas, nos habla de nuestra forma de seguir la senda que lleva al encuentro con el Espíritu. Porque cada uno buscamos a nuestra manera y según es nuestro talante, y nada, ni lo mas material, ni lo mas sórdido, ni lo menos espiritual, nos aleja de ese camino.
Hoy siento que antes de nacer hemos elegido nuestra vida y nuestro destino. Sé que muchos se preguntan cómo es posible que voluntariamente se escoja algo tan terrible como es la vida de muchos seres, pero siento que esa elección la hacemos desde un plano que no tiene nada que ver con este plano en el que vivimos.   
También he comprobado que el libre albedrío existe, y que consiste en hacer lo que “hemos elegido hacer” de la mejor forma posible, y que si nos lo ponemos difícil será dificilísimo, pero que la vida nos da pautas para hacerlo mas fácilmente, y si estamos atentos las veremos.

Según las manos la infelicidad que padecemos no es más que el síntoma de que estamos dormidos, y no vemos las posibilidades que la vida nos brinda para salir de nuestro encierro.
Solo la Vía Espiritual, en la que todos, consciente o inconscientemente estamos, nos puede sacar de ese sueño en el que nos sumimos cuando nos sentimos solos, cuando pensamos que nuestra vida no tiene sentido. Si formamos parte de Él, y con Él de todo lo creado, nuestra soledad no es más que una mera ilusión.

(Juana Marín)
     
 

 

TinyPortal 1.6.5 © 2005-2020