EL SIMBOLISMO ALQUÍMICO.
Si observamos los grandes libros de Alquimia (como la Tabla Esmeralda, los libros de Zósimo, las obras de Geber o el Mutus Liber) lo primero que nos sorprenderá será su profundo simbolismo. Su profundo y deliberado simbolismo, nos atreveríamos a decir. Porque el afán de los alquimistas en mantener secretas sus artes a fin de preservarlas de los intrusos y de los no iniciados les hizo concebir sus libros en forma simbólica e ininteligibles para los no adeptos. La simbología alquímica es enorme, extensísima, y abarca todo su conjunto. Sus fórmulas son indescifrables para quien no haya estudiado antes a fondo los distintos artes alquímicos, lo que por otra parte hace pensar a algunos autores modernos en la posibilidad de que se trate no de libros esotéricos sino sencillamente de libros "técnicos" (dentro del restringido sentido que se puede dar a la palabra "técnico" con referencia a la época medieval), ininteligibles para los "no técnicos", al igual que hoy en día un libro de física nuclear para físicos nucleares será totalmente ininteligible para quien no haya estudiado a fondo la disciplina, sin que por ello pueda tachársele de libro simbólico o esotérico.
De todos modos, el simbolismo de los libros alquímicos, sea de uno u otro orden, es evidente. Los metales, por ejemplo, son equiparados a los planetas, y reciben el nombre y símbolo planetario correspondiente: el oro es el Sol, la plata es la Luna en cuarto creciente, el mercurio la Luna en cuarto menguante, el cobre Venus, el plomo Saturno, el hierro Marte... Así, cuando se habla del "matrimonio del Sol y la Luna", hay que entender la aleación del oro y la plata, con la evidente desorientación de quien no esté al corriente de la clave.
Los instrumentos reciben también a menudo nombres de animales, impuestos la mayor parte de las veces por analogía con sus formas: el pelícano alquímico, la cigüeña alquímica, el avestruz alquímico... indican formas determinadas de retortas, matraces y alambiques que hay que usar en diversas operaciones. Las propias operaciones alquímicas reciben también nombres correspondientes a signos astrológicos: la calcinación es designada como Aries, la sublimación como Libra, la fermentación como Capricornio, la solución como Cáncer...
En cierto modo, este sistema de notación es tanto un medio de hacer que los no iniciados no comprendan absolutamente nada como de facilitar el trabajo a los propios alquimistas.
Pero a este primitivo simbolismo, de naturaleza eminentemente práctica, se unió bien pronto otro simbolismo mucho más profundo. E.J. Holmyard, al hablarnos de los signos, símbolos y términos secretos usados en Alquimia, nos dice que en los siglos posteriores al XV se hizo perceptible (aunque antes ya existiera en cierta medida) una bifurcación que se fue acentuando gradualmente: así como aquellos alquimistas cuyo fin primordial era la transmutación material de los metales viles en oro hablaban aun con sus alegorías tradicionales, fueron apareciendo simultáneamente otros alquimistas o pensadores con inclinaciones alquimistas "que muy rara vez encendieron un atanor o blandieron un almirez". Estos pensadores fueron en cierto modo los iniciadores de una Alquimia esotérica vista desde su vertiente más pura, y su finalidad no era la de conseguir la transmutación de los metales, sino la transmutación del Hombre mismo, dando a la Gran Obra un sentido místico que hasta entonces no había tenido.
Hay, por lo tanto, en muchos libros de Alquimia, una serie de simbolismos que es preciso entender de dos maneras distintas: como indicadores de una reacción material, física o química... y también como indicadores de una reacción espiritual a obrar en el propio operador. Así, símbolos alquimistas como el andrógeno, el huevo cósmico, el hermafrodita, el matrimonio alquímico (del cual el hermafrodita es hijo), etc., tienen una doble y clara significación. Las ideas de muerte y resurrección, por ejemplo, bases de toda la operación alquímica, no representan solamente la muerte de los metales viles y su resurrección como metales nobles, sino igualmente, en la Alquimia esotérica, la muerte del individuo y su resurrección como ser más perfecto, como "individuo despierto", según es llamado en muchos textos.
LA NECESIDAD DE CREER.
Podríamos seguir relatando casos de transmutaciones célebres durante mucho tiempo. Podríamos relatar la transmutación que llevó a cabo el emperador Fernando III gracias a la Piedra que le llevó el alquimista Richthausen, discípulo de Labujardière (de quien la obtuvo), o la efectuada por el escocés Alejandro Sethon para convencer a dos escépticos a ultranza, Wolfgang Dienheim y el profesor Zwinger, de la Universidad de Basilea. Pero una relación de este tipo sería demasiado larga y fatigosa, con la repetición constante de unos mismos acontecimientos: la transformación del plomo o del mercurio en oro, gracias a la proyección de unos polvos misteriosos calificados como la Piedra filosofal.
Pero el conjunto de todos estos relatos nos hacen ver una necesidad: la necesidad de creer. Es difícil sustentar, a lo largo de tantos años y a través de tantas personas, un engaño, una mentira, sino se tiene más que la esperanza o la ambición. Tal vez todos estos relatos sean imaginarios, pero su número es demasiado abrumador, sin tener en cuenta que algunos de ellos son precisamente obra de personas escépticas, a las que sería difícil engañar. Cabe pensar más bien que, junto con los charlatanes, los defraudadores, los falsos iluminados y los que buscaban satisfacer su codicia mediante la obtención del oro alquímico, tenía que haber otras personas (quizá una minoría, pero fundamentales de todos modos) que se dedicaran realmente a la búsqueda de la Piedra filosofal. Algunos morirían sin conseguirlo, pero otros no. Algunos de ellos lograron realmente sus propósitos. Por supuesto, el misterio de su veracidad quedará en último término en el aire... ya que los testimonios existentes no son todo lo definitivos que exigirá la ciencia actual. Pero, de todos modos, las pruebas existentes son en número suficiente como para permitir una duda razonable sobre el sistemático fracaso que preconizan los autores de mentalidad científica y racionalista que han intentado viviseccionar la Alquimia para llegar a sus más profundas interioridades.
LA OTRA ALQUIMIA.
De todos modos, tal vez pueda existir otra explicación a la Alquimia por encima de la simple fabricación del oro alquímico a través de la Piedra filosofal. Una explicación que justifique no sólo en gran interés que despertó la Alquimia durante los siglos XII al XVII (e incluso en el siglo XVIII, en que el nacimiento del racionalismo mató, según algunos autores, al Arte alquímico, pese a que se registra un notable florecimiento del mismo precisamente en esta época), sino también el hecho de que grandes intelectos trabajaran sin desánimo durante toda su vida en un Arte considerado como imposible y sin salida, sin importarles los fracasos, mejor dicho, apoyándose aún en ellos: la posibilidad de la existencia de ALGO MÁS dentro de la Alquimia, algo superior a la fabricación del oro, algo más importante que la obtención conjunta de la Piedra filosofal, del Elixir de larga vida y del Disolvente universal.
Esta teoría sobre la Alquimia es sustentada por un número cada vez más creciente de autores, que han empezado a estudiarla desde otro punto de vista completamente distinto al habitual, descubriendo así en ella numerosas analogías que, hasta ahora habían pasado inadvertidas o habían sido despreciadas.
Porque todos los trabajos alquímicos, lo hemos dicho ya, son ricos en simbolismos y analogías. Y no se trata únicamente del simbolismo criptográfico que hemos visto hace poco, utilizado para facilitar la tarea a los propios alquimistas, sino de todo el simbolismo que se halla presente, de un modo general, a todo lo que se refiere al Gran Arte. En la descripción de todas las operaciones alquímicas hay un amplio y evidente sentido de la dualidad. Se nos habla constantemente, por ejemplo, de la "unión de los contrarios", de muerte y resurrección. La combinación de dos cuerpos distintos es calificada como "matrimonio", la pérdida de su actividad característica como "muerte", el desprendimiento de vapores como "el espíritu abandonando el cadáver del muerto", la formación de un sólido volátil como la creación de un "cuerpo espiritual". La idea básica de la transmutación alquímica no es en realidad más que eso: la muerte de una materia determinada y su resurrección como otra materia distinta y más perfecta, más noble.
Esta dualidad tiene, evidentemente, un doble sentido. Puede aplicarse a la materia, pero también puede aplicarse al espíritu. AL ESPÍRITU HUMANO.
Y esto es lo que se ha hecho. El "hombre alquímico" (¿es lícita la expresión?) puede compararse a un metal, susceptible a ser transformado en oro por efecto de la Piedra filosofal. El cuerpo humano es un metal vil; la espiritualidad, la religión, la gracia, el cosmos, lo que quiera llamarse, es el equivalente a la Piedra filosofal; el mismo hombre, tocado por esa espiritualidad, regenerado, convertido en el hombre superior, el "hombre despierto", es el oro.
He aquí las analogías. ¿Es esto, en síntesis, la Alquimia? Muchos autores lo niegan categórica y sistemáticamente. Pese a todo el esoterismo de los libros de Alquimia, dicen, no puede olvidarse que cuando los alquimistas hablan de Alquimia se limitan a describir un más o menos ortodoxo trabajo de laboratorio, y nada más. Pero, hay que argüir por otro lado, dentro del ser humano también se produce algo semejante a un trabajo de laboratorio. ¿No puede existir acaso un paralelismo? De acuerdo: ciertamente, hay gran cantidad de escritos que hablan únicamente de la Alquimia exotérica, pero ¿hay que juzgarlo todo por estos libros, despreciando los otros como "ideas de locos y exaltados"? ¿Hay que caer siempre en el mismo error?