CAPÍTULO 19 - NO RESOLVER LOS CONFLICTOS.
- LO QUE NO ES APROPIADO -
Este es el capítulo 19 de un total de 200 –que se irán publicando- que forman parte del libro RELACIONES DE PAREJA: TODO LO QUE NO NOS HAN ENSEÑADO Y CONVIENE SABER.
Los conflictos van a ser inevitables a lo largo de la relación. Pocos o muchos, leves o graves, de solución simple o de arreglo complicado, van a aparecer. Y es conveniente no negarlos o no dejarlos desatendidos para ver si se diluyen solos o ver si se los lleva el olvido. Hay que afrontarlos.
Afrontar es poner una cosa en frente de otra. No negarla. No mirarla de lado. No menospreciarla. No eludirla. Uno ha de ponerse frente a esa cosa, verla, reconocerla, analizarla, y comprenderla, desde una perspectiva objetiva, con una mente des-condicionada y cooperadora, sin negaciones ni autoengaño, sin menosprecio ni agravamiento. Tal como es.
Mejor, sin temor a esa cosa. Sea lo que sea y sea como sea. Es. Existe. Está ahí y afecta, así que se convierte en un asunto que necesita atención para ser resuelto.
Si el conflicto es sentimental puede ser interesante que cada uno de los miembros lo afronte en solitario –primero- para averiguar exactamente cuál es su situación y su postura reales con respecto a ello, para verlo con toda la neutralidad y naturalidad que le sea posible, y para conocerlo hurgando en los recovecos a los que tal vez no haya llegado antes.
El siguiente paso se da poniendo toda la empatía en ello, para comprender al otro y sus circunstancias, comprenderle afectiva y mentalmente, ser capaz de ponerse en su piel y entender su estado de ánimo, sus pensamientos, sus dudas…esto elimina muchas discusiones innecesarias y desgastadoras.
El tercer paso es reunirse con la otra parte, escuchar con atención plena y sin estar a la defensiva, siendo absolutamente receptivo, comprensivo, hospitalario, fraterno y amoroso. Después, expresar desde el corazón lo que se siente, lo que se está viviendo y cómo, las dudas y preguntas.
Que el amor y la voluntad de solución presidan la reunión. Que no se inmiscuyan otros asuntos distintos. Que no se aproveche ese momento para sacar trapos sucios o rencores almacenados, salvo que sea necesario para explicar porqué se ha llegado al conflicto.
Si no se expresan los conflictos se va produciendo un paulatino distanciamiento -que puede ser un retraimiento sentimental silencioso o puede manifestarse claramente con muestras de alejamiento o desprecio-, y el problema se convirtirá en destructivo; tan destructivo que puede que, a la larga, si se deja, sea de imposible solución. El paso del tiempo actúa en contra. Mientras antes se afronte, menos gravoso será y aún quedarán ganas vivas de resolverlo.
Algunas personas cometen la torpeza de negar las contrariedades que surgen en la relación y no las resuelven; prefieren no hacerles caso o negarlas, porque aceptarlas es reconocer que la relación no va bien, así que tratan de olvidarlas, les restan importancia, las eluden… y así lo único que se consigue es intentar negar una realidad e inventar una mentira.
Es bueno entender y aceptar que las contrariedades –personales y domésticas- van a aparecer en la relación. Incluso aunque se hagan todos los esfuerzos para que no sea así. Siempre encuentran un hueco abierto por el que colarse, porque en la convivencia se dan situaciones que son conflictivas, así que ambos tienen que estar predispuestos a tener que tolerar alguna cosa si es razonablemente tolerable.
No hay que olvidar que las diferencias o los acontecimientos no son el conflicto, sino cómo se resuelven o no, y lo que se hace con ellas y cómo. Por eso es muy interesante saber solucionarlas y estar ambos predispuestos a hacerlo.
Cada persona tiene, o debería tener, su propia escala de valores. Y ésta ha de ser propia y no impuesta. No es bueno permitir que sea otro quien diga qué es importante y qué no lo es para uno. Nadie debe hacer esto con el otro, y nadie debe permitir que se lo impongan.
Cada uno tiene sus principios y, sean los que sean, tienen que ser respetados, y por eso hay que hacer que los otros los respeten, como un asunto de primordial importancia que se ha de defender sin desfallecimiento, ya que si uno no tiene principios y no tiene dignidad carece de la base imprescindible sobre la que asentar toda su personalidad.
Si a lo largo de la convivencia surge algo que uno siente que es un conflicto, o que puede convertirse en conflicto, es interesante hablarlo y resolverlo antes de que se añada a los pequeños granitos de arena que van formando las grandes montañas.
Conviene dialogarlo en un momento sereno y no de ofuscación o enfado ya que ninguno de los dos estados son buenos consejeros, y porque bajo su influencia no se afrontan los conflictos con asertividad e imparcialidad, sino que desde cualquiera de estos estados de irritación hay más posibilidades de acabar en una guerra que de resolverlos.
Y no se trata de averiguar quién tiene más razón o más culpa, sino de encontrar uno solución adecuada.
Y si los conflictos son domésticos, relacionados con los gastos e ingresos, con la casa y lo cotidiano, no hay que menospreciarlos ni eludirlos. En la vida no queda más remedio que ir resolviendo cuanto inconveniente se nos presenta. No hay otro remedio. Se trata de allanarse la vida quitando de en medio los estorbos. Son como piedras en el zapato: mientras antes se quiten mejor se camina. Y nadie viene a descalzarte el zapato para quitarte la piedra. Es un asunto tuyo.
Con los conflictos, lo adecuado es resolverlos, con lo cual, lógicamente, desaparecerán.
Francisco de Sales