CAPÍTULO 62 - OLVIDARSE DEL ROMANTICISMO
- LO QUE NO ES APROPIADO -
Este es el capítulo 62 de un total de 200 –que se irán publicando- que forman parte del libro RELACIONES DE PAREJA: TODO LO QUE NO NOS HAN ENSEÑADO Y CONVIENE SABER.
La pareja no se sustenta solamente del amor y la sexualidad, sino que también requiere del romanticismo y la ternura.
Hay que reconocer que la mujer está más preparada para la relación de pareja que el hombre. Para algunos de ellos –no todos- estar en pareja es más un trámite para poder acceder o disponer de ciertas cosas que le son útiles o le cubren necesidades básicas, mientras que para ellas es algo que valoran en su justa medida.
La relación, para ellas, es mucho más que la mera convivencia, más que compartir lo que han conseguido crear entre los dos, más que ver juntos cómo se pasa el tiempo, más que envejecer uno junto al otro dejando que mueran los días sin aportar nada. Para ellas, la relación tiene un ingrediente muy interesante: la magia del amor, que es lo que hace que se mantenga la ilusión de seguir estando junto al otro.
En esa magia está incluido el romanticismo, que es alimento natural para las almas y para el corazón, y es lo que pone brillo en los ojos, sonrisa en todo el cuerpo y esperanza en la vida.
El hombre, en general, se siente muy incómodo con eso del romanticismo, porque es una situación no natural y bastante forzada para él; es como representar un papel que sabe que a ella le agrada, pero él se siente extraño representándolo porque lo suyo habitual está más cercano al materialismo. Preferiría que fuera algo que se puede comprar para poder regalarlo, porque el hombre –en general- siente vergüenza de ser romántico. Y si se pudiera quitar el romanticismo de la relación, sería mejor. Más comodidad. Menos complicaciones. Ya le resulta bastante incómodo oírle decir a ella de vez en cuando: “¡qué poco romántico eres!”, o “nunca tienes detalles conmigo”, o “nunca me dices que me quieres”.
La buena noticia es que el hombre que supera esa especie de decreto con el que nace instalado en los genes o en el inconsciente –y que se le recuerda y reafirma en los roles adjudicados a cada uno-, y una vez que se escapa del mandato de “los hombres no lloran” –que le condena a reafirmarse en su papel de tipo duro-, y si le deja de importar que los amigotes se rían de él cuando les cuenta el detalle sensible que ha tenido con su pareja, es muy posible que esté preparado para sacar sin pudor a ese romántico que todos guardan bajo llave en la caja fuerte.
Será bueno que la mujer comprenda que el hombre está muy condicionado para dar luz verde a su lado arrebatador –¡a qué hombre enamorado no le gusta sentirse deslumbrado por la sonrisa de ella cuando se ha tenido un detalle romántico que la ha impresionado!-, pero el esfuerzo para él es triple, es titánico, porque es luchar contra siglos de una costumbre que no se sabe quién instauró, y también es enfrentarse –simbólicamente- a todos los hombres tipo machito duro, aparentemente insensibles, que se empeñan en perpetuar la especie de los hombres sin alma, sin sentimientos, anclados en un papel secular que se desmorona en cuanto se deja de reforzar con argumentos trasnochados.
Por eso es conveniente tener paciencia en este asunto -pero no dejar de insistir-, tener cuidado y no ser muy pesada –pero sin desfallecer ni ser agobiante-, y teniendo cuidado de qué se hace con sus detalles y agradeciéndoselo con una de esas sonrisas que a él le hacen temblar por dentro –aunque ni lo diga ni lo demuestre-, o con una de esas caricias que le estremecen –y que tanto le gustan-, o con una palabra que sólo les pertenece a ellos y a su intimidad, o con cualquier otro detalle agradable, para que él se sienta motivado en su crecimiento sentimental. Parece que las mujeres enamoradas tienen que reeducar a los hombres en el mundo de los sentimientos.
Es ella quien tiene que estar atenta y no desperdiciar ningún detalle romántico de él, aunque sean detalles un poco torpes o ligeramente chabacanos –el buen gusto se le puede inculcar, y lo importante es que se acostumbre a tenerlos-; está bien decir que sí a la cena que él haya propuesto –aunque haya que hacer algún ligero retoque que él no perciba-; poner buena cara ante el regalo –no siempre acertado-, y no despreciarlo o minusvalorarlo –es en otro momento cuando se le orienta mejor hacia lo que le gusta a una-; y quien tendrá que llevarle de la mano por el ajeno y desconocido mundo de la delicadeza y la ternura.
Es ella quien no debe olvidar el romanticismo, y sí promoverlo, para que no desaparezca de sus vidas esa parte tan fundamental y tan gratificante.
Y todo esto no es aceptar o perpetuar el machismo, sino educar a los hombres que no saben desenvolverse bien en este terreno.
SUGERENCIAS PARA ESTE CASO:
- Mantener el romanticismo es cosa de los dos, pero está bien que sea el más o la más inteligente quien haga lo necesario para mantenerlo vivo.
- La seducción no ha de acabar nunca.
- Amar es querer lo mejor para el otro o la otra.
- El romanticismo es, también, un ingrediente básico y necesario.
Francisco de Sales