EL MIEDO A QUE NOS JUZGUEN
En mi opinión, tiene mucha razón una querida amiga cuando reflexionó que “por miedo a ser analizado, uno puede ver restada su naturalidad y su espontaneidad; puede ocultar sus emociones, sus alegrías y sus tristezas, sus éxitos y sus miedos, porque cuando siente que se enfrenta a un análisis constante por parte de los otros deja de SER para convertirse en un título, una página o un párrafo, pero no en él mismo”.
Esa mala costumbre de ser juzgados por los otros nos coarta de algún modo, porque generalmente preferimos la aceptación de los otros que su rechazo, y porque quizás el otro no quiera ver y conocer al que uno realmente ES sino a aquel en quien se transforma para satisfacerle.
Para ser aceptado, “uno creará una máscara y no permitirá que nadie vea su singularidad, que es lo más grande que tiene el ser humano”.
Cuando nos sugieren “sé tú mismo” hay que pensárselo mucho. Hay que tener claro si uno realmente está preparado para ser él mismo y mostrarse tal como es con lo que eso conlleva. Ser Uno Mismo implica desilusionar a quien construyó una ilusión a partir de nosotros –sin nuestra intervención ni consentimiento- porque hay que reconocer que estamos muy acostumbrados a formarnos una idea de la gente teniendo solamente una poca información sobre ellos, en función de la pequeña parte externa que nos muestran, conociendo más al que creemos ver que a quien verdadera y completamente es.
Juzgamos. Sin tener derecho a hacerlo. Sin estar preparados para hacerlo. Sin tener toda la información. Pero como nos consideramos dioses por encima del otro, más perfectos y sabios, nos permitimos la desconsideración de juzgarles y emitir juicios sin pruebas, de sentenciar en base a nuestra ley propia -que no siempre reúne todos los requisitos de honestidad, ecuanimidad, justicia y equidad que se requieren- y en base a esa ley rudimentaria e imperfecta calificamos como malo o como error todo aquello que se ajusta a nuestra exigencia impositiva.
Juzgar parece el acto de aplicar justicia, pero juzgar puede ser en sí mismo una injusticia, porque uno no tiene derecho a dirigir la vida de los otros dictaminando lo que sí o no está bien o lo que sí o no han de hacer. Aceptar al otro tal como es, aunque no sea totalmente de nuestro agrado en todas sus facetas, es respeto.
Es imposible contentar del todo a los otros. Y es innecesario. Esa no es la tarea primordial de cada uno. Uno sólo tiene que satisfacerse a sí mismo y si de eso modo satisface a los otros, mejor. Uno no puede crear un personaje sumiso y maleable para tratar con cada persona. Uno sólo es él mismo cuando se muestra como es él mismo.
La recomendación que nos hace la vida es clara y dicha por su boca suena más rotunda: Sé tú mismo.
Que no te importen los juicios.
Que las críticas no te afecten.
Las opiniones no son sentencias, sólo son creencias… que pueden estar equivocadas.
Los juicios pueden ser malintencionados y estar emitidos desde la envida, desde la frustración personal, o desde una moral rígida que está equivocada y no es universal.
No reprimas el SER que realmente eres.
Sé tú mismo.
Te dejo con tus reflexiones…