SER HUMANO
Evito, siempre que puedo, decir “hombre” o “mujer”, porque sólo hacen referencia al sexo en la especie. Y, además, al decirlas ya le adjudicamos una serie de características que pueden ser condicionantes.
Evito decir “mortal” porque todos, incluidos los animales, somos mortales. Evito decir “individuo” porque me suena a malhechor o a delincuente. Evito decir “sujeto” porque parece que hablo de gramática.
Evito decir “persona”, siempre que puedo; creo que es por su origen etimológico (viene de persona-ae, que era aquella máscara -per sonare, es decir, para hacerse oír-, que llevaban los actores en la Antigüedad y que ocultaba su rostro) Si alguien a quien me refiero lleva una máscara, no me merece mucha confianza.
Me gusta decir “Ser Humano”. Y me gusta escribirlo como aparece aquí. Creo que las dos palabras tienen unas condiciones tan grandiosas que le confieren el honor de llevar mayúscula.
Creo que esta es la nominación adecuada.
Juntas, reunifican los dos aspectos primeros en los que solemos dividirnos: Ser (ente, espíritu, divinidad, esencia…) y Humano (el cuerpo que habitamos, y que también somos; la presencia física perecedera y limitada, el continente del alma…)
Por una casualidad, quizás, del idioma español, “Ser” adquiere otro sentido, y esto me encanta: Existir, estar, suceder, acontecer, ocurrir, pertenecer…
Ser Humano es una invitación, casi una orden, que nos proponer vivenciar la parte humana y no caer en esa tentación de considerarse únicamente espiritual y renegar del cuerpo al que, por otra parte, acusamos de condicionar la evolución por los inconvenientes que aportan, por las dificultades de su parte mental tosca, sus apetencias terrenales
Ser Humano aúna, a la perfección, las dos naturalezas que tenemos.
Y deja claro su indisolubilidad.
