Asumimos como establecido que la felicidad absoluta es imposible.
La felicidad completa quizás sea solamente utópica o inaccesible, y quizás jamás seamos capaces de aceptar que, tal como la imaginamos, es poco menos que imposible.
Los momentos esporádicos, los destellos breves, o la fugacidad de unos cuantos segundos, sí entran en nuestras posibilidades.
Quizás el error está en la representación idealizada de lo que es la felicidad, y la ponemos en tal alto pedestal que de ahí proviene la imposibilidad de su consecución plena.
Quizás todos aceptaríamos como más que suficiente el bienestar, los instantes en que reímos, las sonrisas, estar en paz, la vida agradable, las muestras que recibimos de cariño… si separásemos la idea de felicidad del hecho de tener todo cuanto queremos poseer: dinero, posición social, amor, una pareja encantadora, unos hijos maravillosos, una casa en el campo, un piso amplio y bien amueblado, una abultada cuenta corriente, salud, un trabajo muy bien remunerado, consideración en todos los ámbitos, brillantez en algún campo, inteligencia, sabiduría, atractivo físico, un coche potente, una sexualidad activa y rica, amigos incondicionales, unos padres eternos, buena relación con Dios, el mundo a nuestros pies…
En muchos casos, el único error del que no consigue la felicidad es que no sabe lo que quiere.
Y no hablo sólo de conformarse rendidamente con lo que se tenga, sino de acoger y aceptar lo que se tiene y las circunstancias personales en las que le ha tocado desarrollarse a uno, con una conformidad amable en vez de con una protesta desaforada, y, a partir de ahí, fomentar el propósito de conseguir algo mejor, pero sin ansia –que lo mataría-, sin obsesión –que haría perder lo bueno de los momentos hasta lograrlo-, y sin envidia –aceptando que lo que es, es-.
La felicidad no tiene una sola forma y un solo tamaño, sino que es absolutamente personal: lo que para uno es la máxima felicidad, para otro puede ser una nimiedad.
Lo que en un momento es fuente de placeres y felicidad, o alguno de sus sinónimos, en otro momento puede ser irritable.
Por eso es conveniente tener claro qué es lo que a uno le aporta felicidad en cada momento: para proveerse de ella a menudo y para estar muy atento a cuando se presente. Y para vivir la felicidad tal como es: una manifestación íntima y personal.
Si somos capaces de darle significado a nuestra vida, y un sentido que nos satisfaga, y logramos tener cubiertas las necesidades básicas –y conformarnos con eso-, y disfrutamos de alguno de los pequeños placeres que nos rodean, estaremos muy cerca de la felicidad.
No es una utopía: es una posibilidad que se puede alcanzar si se le dedica la atención o el esfuerzo que requiere.
