La Autoestima es el concepto que uno tiene de sí mismo y de su valía. Incluye, también, el respeto que uno se ofrece, y la capacidad de aceptarse.
Es una actitud mental, incluso un sentimiento, y no siempre coincide con la realidad objetiva.
Se basa en nuestra propia autoimagen, o sea, la imagen mental que cada uno tiene de sí mismo, que contribuye decisivamente a evaluar la Autoestima.
En la medida en que nos sentimos queridos, valorados o aceptados por los otros y por nosotros, establecemos inconscientemente que sea Alta o Baja, positiva o negativa, sana o perjudicial, correcta o inadecuada.
Quien disfruta de una Autoestima equilibrada, se sienten bien y a gusto consigo, es capaz de apreciar su valía, y se siente satisfecho con sus logros, sus facultades y habilidades. Los que tienen una Autoestima inadecuada creen que no van a agradar a nadie, que los otros no les aceptarán, o que no son adecuados para nada.
Habitualmente, se divide en Autoestima Alta, que son quienes se aceptan como son -pero no por ello caen en el conformismo y la rendición-, y Autoestima Baja, que son aquellos que no se aceptan y se estancan en esa situación.
La medida de la propia Autoestima suele ser errónea por varios motivos: porque tendemos a utilizar una vara de medir e injusta cuando se trata de evaluarnos –y esta injusticia es producto, precisamente, de la falta de Autoestima-, y porque la Autoestima, y este es un parámetro erróneo, no es lo que somos, sino el valor que damos a lo que somos.
Así resulta que no te evalúas por lo que eres –objetivamente-, sino por lo que crees que eres –erróneamente-.
Y, si padeces una Autoestima Baja, el concepto que tienes de ti no es acertado en todas las ocasiones, sino que se basa generalmente en lo que decían tus padres o educadores de ti cuando eras pequeño, en lo que tú mismo has manifestado de ti injusta y exageradamente cuando te has equivocado en alguna ocasión, en tus autocríticas torcidas y despiadadas, o en lo que has opinado de ti en esos momentos en que te has acusado sin razón o excesivamente…
Sin duda, cualquier persona imparcial tiene mejor concepto de nosotros que nosotros mismos.
La parte buena es que ese concepto, o ese sentimiento, se pueden modificar, con lo que la Autoestima puede retomar su estado apropiado.
Está asentada sobre todos los pensamientos, sentimientos, impresiones, y experiencias que acerca de nosotros mismos hemos ido acumulando e interiorizando a lo largo de nuestra vida.
Todos tenemos en el inconsciente una imagen o idea que hemos creado, y refleja la idea concebida de quiénes somos como personas, y cómo nos sentimos de valiosos con respecto a otros.
No siempre se corresponde con la realidad, pero en cambio la utilizamos como referencia para compararnos con los otros –sin reparar en que los demás no son tan perfectos como imaginamos, ni están libres de nuestras mismas inseguridades-, y es nuestro fundamento para tomar decisiones o vivir lo diario.
Sobre los 5 o 6 años es cuando comenzamos a crear nuestra Autoestima, y dado que a esa edad no tenemos la suficiente capacidad de auto-valorarnos, ni hemos vivido las experiencias necesarias como para tener un concepto global, justo, y equilibrado, de la propia valía tomamos como referencia las ideas que los demás, educadores y entorno, nos dan de nosotros.
Como, además, tampoco tenemos la facultad erudita del discernimiento, ni tenemos la habilidad intelectual para analizarnos y valorarnos, comenzamos a andar por la vida con un concepto de nuestra valía que es prestado: lo que los demás opinan de los aspectos nuestros que conocen, o creen conocer, y son los de un niño o niña de 5 o 6 años, con sus torpezas correspondientes y su inexperiencia manifiesta.
Por ejemplo, si a esa edad se nos cae un plato al suelo, y por eso nos dicen que somos torpes, nos creemos que somos torpes y nos podemos pasar el resto de la vida actuando como torpes, convencidos de que somos torpes, sin pararnos a pensar que “éramos” torpes –no que lo seguimos siendo-, pero a esa edad y en aquella circunstancia, y solamente si se nos compara con un adulto, puesto que en comparación con otro cualquiera de nuestra misma edad, éramos iguales. Como creo que soy torpe, eso me hace sentirme mal frente a los que compruebo que no son torpes –pero los otros eran adultos y yo era niño, y eso no lo tengo en cuenta…-. Acepto que soy torpe y no hago nada por demostrarme lo contrario y solucionar el problema.
Más adelante, si no nos paramos a verificar las opiniones y juicios que los demás nos señalan y dictaminan, y si estos son desfavorables, va menguando nuestro propio autoconcepto y se resiente la Autoestima por esa minusvaloración.
Y si, además, en el caso de que los otros tengan razón con sus comentarios, no nos ocupamos de corregir esa actitud o condición perjudicial o negativa, para mejorarla y evitar que siga desfavoreciéndonos, sino que la asumimos como una desgracia inevitable o una parte irremediable de nuestra personalidad, estamos contribuyendo con nuestra desidia a la depreciación de nuestra Autoestima.
Si, por otra parte, no nos ocupamos de “colgarnos medallas” por las cosas que sí nos gustan de nosotros y que sí hacemos bien, no se recuperará el saldo negativo con el que estamos contando.
Según cómo esté tasada nuestra Autoestima, será responsable de fracasos o éxitos, ya que están ligados de un modo indisoluble.
Si es adecuada, porque el auto-concepto es positivo, fomentará la aptitud que disponemos para desarrollar las habilidades e incrementará el nivel de seguridad personal.
Si es negativa, afectará a la salud mental y física, y dejará un sentimiento de fracaso general en la vida.
Antes de comenzar a reconstruir tu Autoestima es conveniente que sepas cómo se encuentra en este momento, así que te propongo una serie de preguntas.
Te sugiero que te lo tomes con Tiempo, sin prisas, que no pretendas resolverlo ahora mismo, deprisa, y sólo en el intelecto.
Conviene que tu corazón, que es quien te puede proveer del amor que vas a necesitar, esté presente en todo momento. Y que tu corazón y tu intelecto sean aliados en esta tarea, porque ambos pueden llegar a sentirse boicoteados por el otro, así que es bueno que trabajen juntos y en la misma dirección; que uno se dé cuenta de lo que no comprende el otro y se lo explique con cariño y, preferiblemente, en el idioma de su compañero; y que se traten con mucho cariño, con mucho respeto, conscientes del paso gigante y decisivo que pueden dar si colaboran mutuamente en el mismo objetivo, que es el Crecimiento Personal y la Autoestima correcta y saludable.
En todo momento trataré de evitar el inculcar una Autoestima que esté por encima de la Alta, porque puede llegar a ser contraproducente, y puede llegar a ser orgullo, egocentrismo, vanidad, y eso no es lo adecuado.
La Autoestima tiene que estar en el punto óptimo de su normalidad: Alta, pero sin excederse.
Si una bombilla necesita 220 vatios y le damos 1000 no le hacemos un favor, sino que conseguimos que explote.
Tu personalidad es el origen y la base de tu forma de ser.
Es útil que la conozcas lo mejor posible.
Para ello tienes que preguntarte, observarte, descubrirte…
Es necesario conocerla para aceptarla. Sí, hay que aceptar la personalidad o el carácter de uno aunque no le guste en absoluto, aunque siempre haya tratado de negarlo, aunque reniegue de él, aunque no se parezca a lo que uno quisiera, aunque a uno no le guste nada cómo está siendo, aunque uno esté disconforme con todo lo que tenga que ver con uno mismo, aunque uno no se sienta satisfecho con lo que en este momento cree que es.
En un primer momento, y esto es absolutamente imprescindible, y para tratar de mejorar después la personalidad, hay que hacer un acto de reconocimiento de la realidad.
Este paso es duro porque puede que uno se encuentre con que está peor de lo que imaginaba, y esto puede ser un poco deprimente y hundirle a uno un poco más.
Si un constructor antes de hacer una casa no verifica cuál es el estado real del terreno sobre el que va a edificar, y se conforma con lo que aparenta por no ponerse a profundizar un poco porque quizás no le guste lo que va a encontrar bajo el suelo, corre el riesgo de que después la base no sea tan sólida como aparentaba y todo el edificio que se ha construido caiga.
Por eso es imprescindible la verdad.
El auto-engaño, y la falta de amor, son los peores enemigos en el proceso de Autoconocimiento.
Si uno necesita mejorar su Autoestima es porque, inequívocamente, está a disgusto con su realidad, con su presente.
Si uno tiene su Autoestima en el punto correcto de equilibrio no necesita iniciar este proceso, así que doy por supuesto que todos los que siguen leyendo a partir de este punto tienen en común el desacuerdo con su situación personal actual, o con su relación consigo mismo.
Siempre se ha dicho que nunca se debe mentir ni al médico ni al mecánico. Ni a uno mismo, añado yo.
Sí, de acuerdo, uno es honrado y sincero consigo mismo, se hace preguntas difíciles, duras y dolientes, se da las respuestas veraces, lo que le lleva a uno, inevitablemente a una bajada de la autoestima de que disponga, y… ¿Y qué?, ¿Qué pasa después?
“Me he quedado peor que antes, y ahora… ¿Qué hago?
Estoy pensando en que no me tenía que haber metido en esto, que ya me había acostumbrado a cómo estaba y ahora estoy peor. Me acuerdo una y otra vez del refrán: “más vale malo conocido que bueno por conocer”, y creo que tiene razón. Al responderme a las preguntas, que ahora me arrepiento de haberme hecho, han salido a la luz unos secretos que estaban bien enterrados...”
Esta puede ser la reflexión de alguna de las personas que inician el Camino del Autoconocimiento.
Y tienen una parte de razón.
Uno de los errores grandes y graves de los seres humanos, más acusado aún en las mujeres, es la capacidad aprendida de aceptación sin queja de casi cualquier cosa, la tolerancia de las situaciones que producen dolor, y la resignación ante lo que suceda, postergando la capacidad de oposición, la decisión de eliminar todo aquello que nos agrede o nos provoca infelicidad, y el reconocimiento del derecho a no aceptar lo que no nos parece aceptable.
Es casi increíble, pero a lo largo de mi relación con tantas personas y sus problemáticas, he comprobado, sin lugar a error, que el ser humano tiene tendencia a aguantar y aguantar y aguantar, a soportar lo que sea, casi a justificar lo que sea, hasta casi la humillación, y he comprobado que esa resignación hace que se soporten cosas insoportables, y que, a veces, para salir ya irremediablemente de esa Autohumillación, es necesario que la persona toque fondo, llegue a la mayor zozobra, al desastre más total, para, por fin, reconocer que es inadmisible la situación y comenzar el camino de reflotamiento.
En la mayoría de las ocasiones falla ese resorte interior, esa especie de defensor de la dignidad personal que nos evitaría tener que llegar a conocernos en nuestra peor situación. Y es por falta de amor hacia sí mismo, porque uno no se considera digno de que le sucedan las cosas buenas y sí las malas, por lo que uno soporta hasta lo que es innecesario tolerar, y por lo que uno se permite seguir hundiéndose en vez de luchar por su propio bien.
Por eso, conviene revisar diferentes aspectos para descubrir cómo es la relación con uno mismo, cuál el nivel de amor y comprensión, dónde se tiene la dignidad y cuánto se la respeta, si uno se considera merecedor de las cosas buenas, etc.
La fuerza del inconsciente radica, precisamente, en que no somos conscientes de él; en que actúa desde la impunidad y sin nuestro control. Viene, clava la espada, y se va.
La Autoestima permanece en el inconsciente y desde allí, si es baja o inadecuada, sin que nos demos cuenta, condiciona nuestras acciones y, lo que es más grave aún, nuestras reacciones.
Como bien sabes, la acción es un acto consciente, meditado y libre, que se adecúa al momento y la circunstancia, mientras que la reacción es un acto impulsivo, automático, repetitivo e inconsciente. En el primer caso decides tú, en el segundo “algo” –y no sabemos con qué intención, con qué influencias y con qué criterio, y si estos son propios o ajenos, y si están actualizados o son los mismos de cuando éramos pequeños-, decide por ti.
Esto, que leído en este momento y razonándolo parece inconcebible y es inadmisible, lo hacemos cientos de veces sin pararnos a preguntarnos “¿Por qué lo hago?”, “¿Cuándo he decidido que esto lo quiero hacer así siempre?”, “¿Cuándo voy a comenzar a decidir en vez de reaccionar?”
Por eso de que actuamos desde el inconsciente, y desde la reacción, aquello malo que pensamos en una ocasión de nosotros mismos –muy posiblemente de un modo parcial negativo, injusto, y equivocado- nos sigue afectando.
Más claro con el ejemplo anterior: porque una vez cuando teníamos cuatro años se nos cayó al suelo un plato, seguimos pensando que somos torpes, inútiles, ineptos, desatentos, distraídos, despreocupados, destructores, catastróficos, inexpertos, poco hábiles en quienes no se puede confiar… y si, además, alguno de nuestros progenitores nos riñó, pensamos que somos indignos de amor, seres despreciables que hacen enojar y sufrir a sus padres, seres indignos de quienes sus padres no se sienten orgullosos sino avergonzados… ¡y todo esto sólo porque una vez se nos cayó un plato!, pero… si no lo revisamos, si no somos conscientes de que aquello ocurrió una vez y en unas circunstancias que no tienen que ver con las actuales, y si no lo comprendemos así y nos perdonamos, no cambiaremos ese concepto y nos regirá injustamente durante el resto de nuestras vidas.
Aquello que sucedió, o que pensamos, o que nos dijeron en un momento dado, sigue actuando desde el inconsciente, nos sigue afectando y no nos damos cuenta de ello.
Creemos, erróneamente, que si “surge” de nosotros, es que somos nosotros; que si el pensamiento surge de nuestro interior es porque lo hemos pensado nosotros, y no es cierto.
El inconsciente te pertenece, pero no te representa. Está en ti, pero no es “tú”.
Por ello, que te observes, te conozcas, y te des cuenta es imprescindible.
(Para aclarar por qué puedes tener el concepto que tienes de ti, te recomiendo que leas este artículo:
http://www.scribd.com/full/36893655?access_key=key-2haxp7xt3a4k3x1fg2cg)