SIN ACEPTACIÓN, NO HAY DUELO QUE CURE
Tras la muerte de un ser querido o una ruptura de pareja, entre otras muchas situaciones que pueden sucederse, todas ellas coinciden en algo: hay que entrar en la habitación del duelo. Sin embargo, en ocasiones nos quedamos atrapados dentro de esa habitación. Porque nos olvidamos de que no hay duelo que cure sin aceptación y, menos aún, sin dolor.
Todo duelo, por definición, nos exige: voluntad, compromiso, fe, recursos, etc. Por otro lado, su trascurso es conocido: una etapa en la que primero negamos lo ocurrido, para pasar a enfadamos y sentir rabia al respecto, después se nos viene el mundo encima y la tristeza se vuelve el color emocional predominante para, finalmente, aceptar lo ocurrido. Pero, durante todas estas fases sufrimos y en ocasiones ese sufrimiento nos lleva a estancarnos en alguna de ellas.
Puede que nos pasemos una larga temporada negando esa ruptura que se ha producido: nos duele mirarla a la cara. Quizás, nos resulte más sencillo enfadarnos, culpar a otros o al mundo de lo ocurrido. Por eso, nos quedamos ahí, sin permitirnos llorar, estar tristes, liberar lo mal que nos sentimos por dentro.
No hay duelo que cure sin lágrimas, momentos de soledad y llanto, sentimientos de desesperanza y pérdida de ganas de seguir adelante.
NO HAY DUELO QUE CURE SIN DOLOR
Puede parecer paradójico, pero es que no hay duelo que cure sin dolor. Es necesario hundirnos en el pozo de nuestros sentimientos. Notar cómo nos dejamos caer mientras intentamos negar lo ocurrido, nos enfadamos y, posteriormente, liberamos toda la tristeza que se ha instalado en nuestro interior. Es, en esta penúltima fase, en la que la desesperanza hace acto de presencia y la situación se vuelve más crítica por el peligro de abandono.
La desesperanza nos quita las ganas de todo. Nos invita a sentirnos víctimas de las circunstancias y a que vayamos en búsqueda de la depresión, que con nuestras acciones llamamos de manera inconsciente. Creemos que no tenemos fuerzas para seguir adelante y salir de ese pozo en el que nos hemos sumergido. Un pozo que no parece tener salida.
No obstante, todo es fruto de nuestra perspectiva, o al menos una buena parte. Pues nosotros creamos una buena parte de la realidad que así deseamos percibir. De alguna manera, si en esos momentos el dolor es tan profundo que creemos que no hay esperanza para nosotros, así será. Nos hemos metido en un cuarto oscuro del que no tenemos fuerzas para salir, por ahora.
Puede que pasen semanas, incluso meses, en los que esta sensación nos mantenga atrapados. No obstante, el dolor que alimentamos terminará cesando y nos cansaremos de esa situación en la que nos hemos visto involucrados. Un día nos levantaremos con ganas de salir de ese pozo de tristeza donde nuestras propias lágrimas nos estaban ahogando.
Si te sientes sin energía, si la desilusión y la tristeza se han apoderado de ti, el mundo puede hacerse insoportable. Pero, piensa en los momentos en los que has sido feliz. Era estupendo, ¿verdad? Nuestra visión del mundo cambia, dependiendo de cómo nos sentimos.
EL PAVOR A SENTIR
Aunque sepamos que no hay duelo que cure sin dolor y aceptación, la próxima vez que entremos en la misma habitación probablemente nos sentiremos igual de torpes que la primera vez. Esto es así porque nos cuesta mucho sentir y porque cuando sentimos contamos con una vocecita interior que nos dice que esas emociones serán para siempre. Por eso tendemos a huir.
Cuando no nos queda otra opción que lidiar con lo que hemos experimentado, ponemos determinadas estrategias en práctica para evitar sentir dolor. Así vamos pasando por todas y cada una de las fases del duelo, siendo unas más dolorosas que otras. Todo por no llegar a la fase final. Esa que tanto evitamos, pero que nos liberará.
El pozo, no es tal en realidad, ¡es un túnel! Debe ser transitado, entramos en él y tenemos que salir de él. Sin embargo, en nuestro miedo por sentir, experimentar y aceptar lo vivido, nuestra falta de esperanzas nos hace percibirlo como un pozo en el que todo carece de sentido.
Por eso, en ocasiones con la muerte de un familiar o la ruptura de una pareja creemos que no encontraremos de nuevo la manera de sentirnos bien, de ser felices y seguir adelante. Consideramos que después de ese final ya no habrá más obras ni más aventuras. Nos aferramos tanto a esas personas y situaciones vividas con ellas que creemos que no tenemos ninguna oportunidad. No obstante, esto no es así. Pero para comprenderlo hay que abrazar el dolor, sentirlo y, finalmente, aceptarlo para poder seguir adelante.
Raquel Lemos Rodríguez