¿QUÉ ES EL MIEDO?
¿Qué es el miedo? ¿Cómo reacciona nuestro cerebro ante algo que nos puede causar temor? ¿Cómo hacer para no dejarnos dominar por el miedo?
Antes de responder a las dos últimas preguntas, tenemos que definir qué es el miedo. El miedo es considerado como una de las emociones básicas del ser humano, aunque no es una emoción exclusiva del hombre, ya que está presente en otras especies. Al hablar de emociones vale la pena que nos paremos un poco en explicar qué es una emoción: es un concepto que generalmente tendemos a manejar de manera muy difusa. No pretendo dar definiciones rigurosas pero, para que nos entendamos, una emoción es una reacción fisiológica de nuestro organismo que se produce frente a determinados estímulos. Por ejemplo, si usted va por la calle y al dar la vuelta a la esquina se da de frente con un tigre hambriento, digamos que no se queda indiferente.
Si pasados unos minutos le preguntamos qué ha pasado, usted posiblemente nos diga que se ha pegado un susto de muerte. Y seguro que no miente, pero antes de asustarse –o a la vez? se han puesto en marcha en su cuerpo una serie de mecanismos neuro-hormonales a modo de cascada, iniciados por la sustancia P, seguidos por una potente acción hormonal en diferentes estructuras, mientras el cortisol acelera su ritmo cardiaco, dirige la mayor parte de su sangre a los músculos y pone grandes cantidades de glucosa en su sangre en forma de combustible. Todo esto en milésimas de segundo, casi de forma inmediata, con el fin de poner a su disposición las mejores condiciones posibles para luchar o para huir. Es decir, a modo de instinto de supervivencia. Hasta aquí, es lo que llamamos emoción, y en este caso una emoción de miedo (si usted, que está leyendo esto, es un especialista o estudioso en la respuesta al estrés, notará que me ha dejado por el camino muchas cosas, que seguro sabrá disculparme. Solo pretendo que el lector no experto en este tema se sitúe adecuadamente).
¿Qué hará usted a partir de este momento? Todo va a depender de la valoración cognitiva que haga de este suceso, es decir, de que valore si encontrarse de narices con este tigre hambriento representa para usted un serio peligro para su vida o no. Esto es lo que podemos llamar el sentimiento, la elaboración cognitiva de la emoción. Como puede observar, aunque de manera coloquial hablemos indistintamente de emoción y sentimiento, en realidad, no es lo mismo.
Cuando se produce este procesamiento, rápidamente se ponen en marcha una serie de mecanismos de búsqueda en los almacenes de su memoria que sean significativos para usted en relación con encontrarse de frente con un tigre suelto. Aquí vale casi todo, desde lo que le contaron un día que le pasó a un domador en un circo de Oklahoma hasta las películas de Tarzán que vio cuando era niño o los reportajes del Discovery Max después de comer. Si el resultado de búsqueda trae consigo que “mejor no quedarse cerca del tigre hambriento”, usted saldrá huyendo e intentará ponerse en un lugar seguro y me podrá contar todo esto del buen susto. Después, y como el ser humano ha desarrollado a lo largo de su evolución y de forma muy notable su corteza cerebral, tomará su móvil y llamará a la policía, además de alarmar a las personas que se encuentren cerca del estímulo (del tigre, vamos). Si por el contrario, su búsqueda no ha encontrado nada referente a tigres hambrientos o bien lo que ha encontrado tiene que ver con recuerdos de su infancia y con aquellos dibujos animados de Piolín y su “lindo gatito”, posiblemente se acercará al felino para ver más de cerca sus llamativos colores, cosa que sinceramente le desaconsejo. En general los tigres hambrientos no se llevan bien con casi nadie. Guárdelo en su almacén de memoria, por favor.
Todo esto es mucho más complejo aún, ya que en las decisiones que tomamos frente a los estímulos intervienen también otros elementos característicos del ser humano como las expectativas, los intereses y los deseos, tal y como el profesor Albert Ellis explica con meridiana claridad en lo que se conoce como Terapia Racional Emotiva. Ellis viene a decir que no es el estímulo el que produce directamente la respuesta sino la interpretación que hacemos de dicho estímulo. No es el tigre hambriento quien decide qué vamos a hacer, sino que somos cada uno de nosotros, en última instancia, los que elegimos cómo negociar la situación.
Por tanto, para entender qué es el miedo, todavía tenemos que tener en cuenta algo más: la respuesta de miedo no solo es provocada por un estímulo externo. Es cierto que muchas personas viven bajo miedos identificados, visibles y cuantificables. La mujer que es maltratada día sí y día también podría hablar mucho de ello. Y los niños soldados de África y las barcas de juguete sobre mares embravecidos. La respuesta de miedo puede darse, como hemos dicho, por causa de un estímulo externo pero también por desencadenantes internos.
PERMANENTE ESTADO DE ALARMA POR EL MIEDO AL FUTURO
En la mayoría de las ocasiones, nuestros miedos no tienen una naturaleza física definida, sino que derivan de un entramado de ideas irracionales basadas mucho más en lo posible que en lo probable.
¿Es posible que un avión se estrelle cuando aterriza? Es posible, porque hay aviones que se estrellan cuando aterrizan. ¿Es probable que un avión se estrelle al aterrizar? Es muy poco probable, ya que miles de aviones aterrizan todos los días y casi ninguno se estrella. Pero cuando funcionamos magnificando lo posible e ignorando lo probable, cometemos el riesgo de convertir lo pensado en entidad real, con categoría para promover ciertas conductas de miedo. Y así es posible que vivamos en un permanente estado de alarma frente a pensamientos convertidos en pseudo-realidades que ni han ocurrido ni tienen por qué ocurrir y que probablemente no ocurrirán nunca.
Así hay personas que temen desarrollar tal o cual enfermedad y que acaban en la lista de hipocondríacos de los servicios de urgencias, personas que desayunan ansiolíticos porque temen perder su trabajo o madres que no consiguen dormir por las noches pensando qué será de sus hijos “el día de mañana” con “todo esto de la crisis”.
A no ser que dispongamos de una bola mágica para visionar el futuro, ninguno de estos ejemplos han ocurrido en el presente y sin embargo muchas personas viven (¿viven?) y manifiestan conductas de miedo como si fuesen reales.
Algunas de estas conductas ni tan siquiera tienen que ver con el miedo (estímulo real, objeto o pensamiento, del cual se tiene experiencia o se conocen sus consecuencias) sino con la angustia (no se tiene experiencia ni se conocen sus consecuencias, sino que se establecen una serie de expectativas, generalmente negativas, sin un objeto definido ni presente). Es importante que hagamos esta diferenciación, ya que el miedo, como emoción básica, moviliza, pero la angustia suele paralizar a la persona, bloqueándola tanto a nivel cognitivo como comportamental.
No pretendo tampoco ser un irresponsable y alzar la bandera de un carpe diem radical donde solo importe el momento. Por supuesto que hay que pensar también en lo posible, para promover, para prevenir, para adelantarse. Si una persona no desea tener un infarto, será necesario que no ignore esos niveles de colesterol que le han salido un poco elevados en los análisis. O que invierta tiempo, recursos y educación en sembrar en sus hijos buenos valores para que, en el peor de los escenarios económicos, nunca contemplen la posibilidad de rendirse “el día de mañana”.
EL MIEDO IRRACIONAL QUE PARALIZA
¿Cuántos momentos, cuántas personas, situaciones y oportunidades es capaz de perder el ser humano por anclarse en un sofisticado entramado de miedos irracionales o de angustias? ¿Qué precio tiene para el ser humano instalarse en esta dinámica de alarma constante o angustiosa?
En los casos más extremos, en los que la persona se ve atrapada en este entramado de miedos irracionales, podríamos estar hablando de neurosis. Como nos lo explica Vicente Madoz (1997), psiquiatra y siempre maestro, “se entiende por neurosis la paralización que se produce en el devenir de cualquier sujeto cuando se halla detenido, en su proceso de llegar a ser, por un ejército de pavores infundados, irreales y fantasmagóricos, que relegan a una pelea que, cuando se contempla, puede recordar mucho a la que tuvo Don Quijote contra los molinos, y en la que lo único que va a lograr es perder su tiempo, distraerse de lo esencial y evitar su despliegue de lo profundo y llegar a ser él mismo”.
Este es el peligro real que trae de la mano toda esta gran cantidad de miedos irracionales presentes en el modelo de sociedad en el que nos encontramos (“todo está mal, el futuro es muy negro, nuestros hijos no van a tener trabajo, la desconfianza, la prima de riesgo…”). El peligro de que aceptemos estos miedos, que los hagamos nuestros y sean ellos los que nos gobiernen y los que impidan que lleguemos a ser lo que cada uno de nosotros estamos llamados a ser. “Procuremos más ser padres de nuestro porvenir que hijos de nuestro pasado” (Miguel de Unamuno).
Enfrentemos el futuro con valentía. Es muy probable que, al encararlo, el ‘tigre’ “no será tan fiero como lo pintan”.
ALFONSO ECHÁVARRI GORRICHO
Psicólogo