¿CON QUIÉN HABLO CUANDO HABLO CON DIOS?
Se repitió otra vez la pregunta, asombrado por su profundidad: ¿Con quién hablo cuando hablo con Dios?
Lo primero que pensó es que todo el resto de vida que le quedaba no sería suficiente para encontrar la respuesta, pero al rato se contestó con otras preguntas: ¿Por qué no busco una respuesta provisional hasta que llegue la definitiva?, ¿por qué no aguanto un poco más el silencio, como los buenos vendedores, y así me veré obligado a responder algo, lo que sea, una excusa, una mentira, un disparate… o la verdad?
Aguantó.
Nunca pensó que pudiesen durar tanto unos pocos segundos.
Se veía inmerso en una lucha entre salir corriendo o seguir esperando.
Pensó que lo importante era darse una respuesta.
Si salía pobre, aunque fuese un monosílabo, no importaba.
Era la actual.
Ya iría ganando en verdad y profundidad con el tiempo, con la evolución en ese aprendizaje que recién comenzaba.
Cualquier pregunta importante admite infinidad de respuestas.
Y cualquiera de ellas puede ser la válida.
Se mantuvo firme en la espera.
Siguió reflexionando hasta que sintió con fuerza algo.
Una vez que se convenció de lo que sentía, la respuesta salió presta, sin reparos, y fue un alivio poder soltarla.
“Cuando hablo con Dios… hablo conmigo mismo”.
Al terminar de decirla, cuando la escuchó en su propia voz, cuando midió el alcance de su descubrimiento, se quedó asombrado de que un pensamiento tan cierto y tan grande cupiese en tan pocas palabras.
Francisco de Sales
