DEJEMOS DE CREER QUE SOMOS DIOSES, JUECES Y SABIOS
En mi opinión, es demasiado habitual que cada uno de nosotros, en un acto no siempre controlado, tengamos tendencia a clasificar las acciones de los otros, sus actitudes, sus modos y maneras, sus pensamientos… o sea, todo.
Puede ser que nuestro ego quiera lucirse demostrando su superioridad sobre los egos de los otros, y por eso ante cada hecho ajeno emite su propia versión, siempre mejor o más acertada que la del prójimo -según la propia opinión, claro-. El ego se entromete. Es la arrogancia de querer sentirse superior la que emite el juicio. Una prepotencia que se manifiesta en forma de opinión que aparenta más ser una sentencia.
Reconozcamos sin pudor que somos Seres Humanos. Eso implica la imperfección como algo intrínseco y casi inseparable –aunque se puede buscar y encontrar la proximidad a la perfección-.
Como somos Humanos no tenemos que ocupar el lugar de los Dioses. Tampoco necesitamos ejercer de jueces o de sabios ante los hechos de los otros. Podemos y debemos inutilizar nuestra indisimulada jactancia, el orgullo de pacotilla, y movernos por la humildad y por el respeto a los otros y a su forma de ser o actuar.
Hemos de evitar creernos, y actuar, con unos poderes o derechos que no nos pertenecen. Cada persona puede y debe tomar sus propias decisiones aún a riesgo de no hacerlo del modo más adecuado y, por supuesto, sin tener que cumplir las expectativas o los deseos del que acaba convirtiéndose en el que le enjuicia.
Los otros son como son. Cada uno tiene su propia historia que le ha llevado a ser como es. Cada uno se merece un respeto. Inmiscuirse en la vida de los demás para criticarles no es un justo. Hay que cuidar la parcela propia, el propio modo de ser y actuar. El tiempo dedicado a la crítica es mejor emplearlo en el mejoramiento personal.
Aprender a respetar a los otros es una tarea primordial, de buena ética, que requiere de mucho respeto, de bondad, de apertura y comprensión, de humildad y modestia, de modo que no criticar al otro y no juzgarle es la mejor manifestación de la honorabilidad de uno y de la respetabilidad al ajeno.
Puede estar bien emitir una opinión en el caso de que la solicite el otro; si se emite ha de ser absolutamente objetiva y no estar contaminada por las manías o miedos o traumas o errores propios. Pero sólo si el otro lo solicita. Las actuaciones de los otros, sobre todo aquellas con las que no estamos de acuerdo, podríamos convertirlas en el centro de una detallada observación para comprobar por qué no aprobamos eso, por qué nos molesta realmente, qué es y por qué nos altera.
“No juzguéis y no seréis juzgados; no condenéis y no seréis condenados; perdonad y ser perdonados” (Lucas 6:37) Sin valorar ni dejarse condicionar por el origen del texto, lo cierto es que resume una realidad contundente acerca de cómo enfocar la relación con los otros. Se merece una meditación sobre lo que dice.
Hay otra frase que siempre me ha impactado: “Cada persona que ves, está luchando una batalla de la que tú no sabes nada. Sé amable”. Me encanta. Con esta premisa deberíamos ser capaces de ver a los otros de un modo distinto, con apertura y comprensión. El otro, haga lo que haga, se merece un abrazo y no una reprimenda. Eso es Amor.
Te dejo con tus reflexiones…