Propongo ATENCIÓN a la vida, con la intención consciente de lo que ello implica y aporta.
La calidad del hecho de vivir –no de la vida- depende casi exclusivamente de la atención y la intensidad con que hagas las cosas.
La consciencia absoluta es imprescindible si quieres tener una vida satisfactoria.
Todo, sea lo que sea ese todo, lo has de vivir dedicando toda tu atención y empapándote de ello, sea lo que sea; pero nunca como un espectador o un usurpador de tu propia vida.
Cada cosa que hagas ha de ser por tu propia decisión.
Tendrás que entrar muchas veces a tu inconsciente, para poner un poco de orden –y hacer un poco de limpieza-, y para que tu consciente –que debiera ser el que manda- le diga qué es lo que espera de él, lo que quiere, lo que le prohíbe, y lo que le ordena.
Cuando decidas que no quieres hacer, “no hagas”, pero conscientemente, sin cargo de conciencia. Ten cuidado de que sea una decisión voluntaria, no vaya a ser que después te enojes contigo mismo por “no estar haciendo”.
En la quietud también hay enseñanza. Más de la que aparenta.
En el silencio habita la divinidad, ya que también es un regalo divino.
En el silencio hay vida. Es una vida más íntima, alejada del mundanal ruido, y es tan auténtica como la que nos aporta placeres, como la que llamamos real. Una gran vida que parece que “no hace”, que “no se mueve”, y “no se muestra”, pero es plena y es la fuente en la que debieras beber.
El silencio es una de las voces de Dios.
El silencio es el punto de encuentro con uno mismo.
Los ruidos, las distracciones, los pasatiempos, te alejan de tu centro.
El silencio te acerca a ti.
En el ruido, en la vacuidad, y en la distracción no está la vida: está la pérdida del tiempo.
La vida, la vida plena, requiere atención: estar pendiente de ella, apreciarla, y vivirla a conciencia.
Simplemente la atención te lleva a la plenitud.
Vivir es más sencillo de lo que parece.
