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 CÓMO SOBREVIVÍ AL PADRE AUSENTE: 12 CLAVES PARA LA RECUPERACIÓN.



Abril 28, 2020, 05:18:52 am
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Desconectado gozo

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CÓMO SOBREVIVÍ AL PADRE AUSENTE: 12 CLAVES PARA LA RECUPERACIÓN.

Nunca antes había escuchado las palabras “padre ausente”, ni mucho menos había pensado en que yo pudiera padecer algo parecido.
En mi adolescencia y primera juventud, yo estaba demasiado centrada en mis estudios por un lado, en poder acceder a la carrera que yo quería, y en mis amigas por otro; me había costado mucho encajar en un grupo de amigas en el instituto y por fin empezaba a descubrir lo que era tener amigas y salir de fiesta.
Esas dos facetas tan importantes por aquel entonces, encubrían muy bien al padre ausente. Los findes de alcohol y fiesta hacían muy bien su papel de mantenerme bien sedada ante cualquier atisbo de dolor, de ausencia, de soledad. Los atracones compulsivos de comida también ayudaban.
No me permitía pensar, sencillamente disfrutaba de la música, la gente, las borracheras… Mi padre no sabía nada de esto claro. Tampoco preguntó nunca.
Esto se repetía cada fin de semana. He de confesar que cuando me recogía el domingo por la mañana e iba en el coche a mi casa (casa de mi madre), estaba deseando que volviera a ser sábado para salir otra vez de fiesta. También es verdad que siempre esperaba a que se me pasara el ciego, tenía bastante conciencia con el tema coche-alcohol. Nunca conduzcas bebida.
No fue hasta que empecé con crisis de ansiedad y ataques de pánico, que empecé a comprender que había algo dentro de mí que tenía que atender, que mi cuerpo me estaba diciendo algo ¡a gritos!
Pero no entendía nada. Bajo mi perspectiva, esa ansiedad y pánico en mí no eran coherentes, yo siempre había sido una chica muy tranquila, serena… happy de la vida.
Y un buen día conecté. Conecté con esa demanda interior que reclamaba mi atención, que me necesitaba, que necesitaba ser atendida. Se trataba de la herida del padre ausente.
 
¿QUÉ ES EL PADRE AUSENTE Y CÓMO NOS AFECTA?

El padre ausente es aquél que no está para sus hijos tanto física, como emocionalmente (una es ambas).
En el plano emocional, el padre es la figura de seguridad y apoyo para los hijos, de soporte, de estabilidad, tranquilidad y coherencia. La ausencia de esta figura, da personas inseguras, con baja autoestima y baja autoconfianza.
La psicoterapeuta estadounidense Susan Anderson especialista en abandono, afirma que el abandono generado es “una pérdida de amor en sí misma, una pérdida crucial de satisfacción de necesidades”.

LOS EFECTOS MÁS IMPORTANTES QUE NOS DEJA EL PADRE AUSENTE SON:

1.   Nos sentimos poco o nada valoradas, ya que nuestro inconsciente entiende que, si nuestro propio padre, nuestra figura de autoridad y seguridad no nos presta atención, inconscientemente sentimos que no valemos.
2.   Nos sentimos poco o nada valiosas, debido a que si nuestro padre no pasa tiempo con nosotras ni comparte momentos con nosotras, inconscientemente sentimos que no somos una persona con la que merezca la pena estar.
3.   Sentimos que no merecemos, y esto se debe a que, como todas nuestras necesidades como hijas (atención, cariño, amor, tiempo, escucha, validación, etc.) no son atendidas, inconscientemente entendemos que lo que en realidad sucede es que no lo merecemos.
<<Si mi padre no me provee de todo esto, es que no lo merezco>>, entiende el cerebro de una muchacha tierna. Y se fija en su sistema de creencias… Jodido. Lo peor es que esto se generaliza y actúas como si no merecieras lo bueno de la vida. Dramón.
4.   Y lo más doloroso de todo, si cabe, nos sentimos no amadas. Cuando sumas el punto 1 + 2 + 3, esto es = a no amor. Sientes que tu padre no te quiere, que no le importas o que hay otras cosas que le importan más que tú, y esto tiene consecuencias nefastas en tu vida. La herida del padre ausente se abre.

El dolor es similar al de la carne viva abriéndose lentamente mientras estás consciente.
Pero, ¿afectan igual el abandono paterno real y el abandono simbólico o padre ausente?
Como consecuencia, hay mujeres que se vuelven dependientes de relaciones tóxicas, otras caen en las drogas o en el alcohol, otras van de van de cama en cama con el primero que les brinda un poco de lo que parece cariño y atención, otras se auto infringen daño o castigo comiendo mucho o no comiendo nada, o auto-saboteándose, caen en depresión o comienzan con ansiedad crónica…
Ya ves, todo un arcoíris de trastornos causados por el trauma de padre ausente.
Yo estuve allí, y salí viva y airosa. Pasé por todas las fases y te aseguro que hoy soy una mujer más fuerte, más segura, más consciente, activa y coherente, y con más recursos que nunca. Al final doy las gracias y todo…
Es posible que ya hayas lidiado en otras plazas, o hayas tenido que salir de otros pozos. Entonces sabrás, que una vez superas ese gran reto, adquieres un nuevo prisma de la vida, eres una persona diferente, una versión de ti mejorada.
 
EL PADRE AUSENTE: LA SECUELA I

Tener un padre ausente produce muchas secuelas, pero hay una que probablemente gane entre todas ellas, una que sea la reina de las secuelas: el abandono.
Cuando nuestro padre está ausente, nos sentimos abandonadas, sentimos que la persona que naturalmente tenía que hacer de figura de autoridad, seguridad, soporte y apoyo, sencillamente no está, y eso nos hace sentir desprotegidas, a la intemperie, vulnerables, abandonadas…
El abandono es un miedo primario, un miedo básico que activa nuestros mecanismos instintivos de supervivencia, haciéndonos pasar por un calvario de estados emocionales que con frecuencia no comprendemos.
Este miedo primario activa nuestra respuesta de lucha-huida, en la que nuestro cerebro interpreta que nuestra vida corre peligro, y desencadena una serie de cambios fisiológicos en nuestro cuerpo que lo preparan para luchar ante una amenaza inminente, o por el contrario huir (como la presencia de un león). Lo prepara para la pura supervivencia.
Como no hay una amenaza inminentemente real, lo que recibimos en un primer momento de esta respuesta automatizada del organismo, es un gran sufrimiento que puede derivar en algún tipo de los trastornos mencionados (u otros) como se sostenga en el tiempo.
Cuando tomamos conciencia de nuestra situación de abandono paterno a causa del trauma del padre ausente, la respuesta de lucha-huida se activa como mecanismo de supervivencia.
Esto supone la liberación de numerosas hormonas relacionadas con el estrés en nuestro cerebro.
A un lado del ring tenemos al factor de liberación de la corticotropina (CRF) y la hormona adenocorticotropa (ACTH), que inhiben tu apetito y otros procesos digestivos. Tus glándulas salivales dejan de funcionar y tu estómago entra en modo latente.
Así, toda tu energía queda disponible para tus músculos y para que puedas afrontar la situación de “emergencia” que estás afrontando y luches o salgas pitando, y así, no se emplee en procesos que no son estrictamente necesarios en esa situación que el cerebro interpreta como “extrema”. <<Necesitas de toda tu energía para sobrevivir>>, dice tu cerebro, y se prepara para ello.
Aquí es cuando pasan días sin que te apetezca comer nada.
¡Qué bonico!, si esto sirviera realmente de algo…
Al otro lado del ring encontramos a los glucocorticoides, otro grupo de hormonas del estrés que se encargan de aumentar tu apetito para reponer tus niveles de energía gastada en tu respuesta de lucha-huida y acumular más para futuras situaciones de supervivencia.
Aquí es cuando vienen los atracones.

EL PADRE AUSENTE: LA SECUELA II

Si te gustó la primera secuela del abandono, te presento la segunda secuela que no te podrás perder del padre ausente: el apego.
El apego a los padres (o personas que nos crían) en la infancia es normal, sano y necesario. Como niños, tenemos multitud de necesidades que no somos capaces de cubrir por nosotros mismos y necesitamos que otros, nuestros padres, las cubran. Los niños son personitas dependientes (en muuchos sentidos).
Si en tu infancia, alguna de esas necesidades no fue atendida y viviste algún acontecimiento que te marcó, los problemas con el apego están servidos (lo recuerdes o no), viéndose esa necesidad de apego desatendida, ¡voila!, se activan tus miedos primarios. En nuestro caso, el abandono.
No tuvo por qué ser un abandono real, por ejemplo: si un día tu papá o tu mamá llegaron más tarde de lo habitual a recogerte del colegio, todos los niños de tu clase ya se habían ido, y te quedaste tú solo esperando, interpretaste esta situación como un abandono cuando en realidad no lo fue, y sentiste miedo (insisto, puede que ni lo recuerdes).
Esta experiencia quedó bien atada sinápticamente en tu cerebro como experiencia traumática de abandono.
Tu cerebro, tierno como un higo, registra ese acontecimiento formando una serie de conexiones neuronales, como algo peligroso de lo que hay que protegerse, ya que tu vida puede correr mucho peligro.
De este modo, una vez en la edad adulta, cualquier evento que te recuerde a esa experiencia de la infancia puede activar esa herida (consciente o inconsciente), activando a su vez el miedo primario de abandono, y el drama está servido.
Entramos en bloqueos, en reacciones de miedo o actitudes reactivas-defensivas… Todo esto está muy bien automatizado en tu cerebro, perfecto para que no te des ni cuenta.
Y así es como cada vez que alguien, voluntaria o involuntariamente toca tu herida del padre ausente, sin entender muy bien cómo ni por qué, entras en crisis o estallas como un volcán en erupción.
Bien… ahora que entendemos mejor algunas cosas, vayamos al grano.
¿Cómo sobreviví al trauma del padre ausente? Te lo resumo encantada.
 
LAS 12 CLAVES CON LAS QUE SOBREVIVÍ AL PADRE AUSENTE

Las siguientes claves que te enumero, las empleé en la primera fase de conciencia del padre ausente, es decir, en la fase de darme cuenta de que, lo que realmente me pasaba era que tenía un trauma de padre ausente, de abandono paterno.
Con ellas, puede restaurar la concepción de mí misma y me condujeron a un modo de estar en la vida que me permite disfrutar, valga la redundancia, de una mejor vida llena de amor.
Así mismo, he de advertir que estas claves no posibilitan la disminución de la intensidad del dolor que hay que atravesar para salir del pozo.
El dolor es una condición necesaria, el sufrimiento no. El sufrimiento es dolor perpetuado en el tiempo.

1.   Aprendí a anclarme al aquí y ahora. Cuando la mente se va a los recuerdos pasados, con frecuencia nos invade el sufrimiento, pero cuando se va al futuro tratando de imaginar un <<cómo sería si hubiera sido así…>> o <<cómo sería si hubiera pasado esto…>>, también sufrimos. La meditación fue la práctica que sacó de esa ciénaga de la mente.
2.   Reconocí mi vulnerabilidad, mi naturaleza humana y mi derecho a sentirme abandonada y dolida, de no tener que hacerme la fuerte ante nadie, de no tener que hacerme cargo de nadie más que de mí. Reconocí que soy una superviviente.
3.   Reconocí y validé yo misma mis sentimientos, mi dolor por la ausencia de mi padre y dejé que se expresaran, los escuché, los dejé fluir. Está bien que te desahogues con tus amigas o tu pareja, pero quien no ha pasado por este trance, no entiende la intensidad y profundidad de tus heridas. Reconoce que tus heridas están ahí, acéptalas, déjalas fluir y hónralas.
4.   Me hice responsable de mi herida. Reconocí que mi herida de padre ausente, de abandono, es mía, la porto yo, y por lo tanto, yo y sólo yo soy la responsable de ella. Responsable de atenderla.
5.   Rompí el silencio. La ausencia de mi padre y mi sentimiento de abandono habían sido siempre un tema tabú para mí, supongo que por lo doloroso de la situación. Empecé por mi pareja, contándole todas las situaciones traumáticas que viví, y hoy día sigo ampliando el círculo con el fin de superar al 100% mi trauma.
6.   Aprendí a transformar el sufrimiento en crecimiento. A través de una intensa introspección y voluntad de comprender y sanar, conseguí superar mi trauma de padre ausente y desarrollé nuevas habilidades humanas, como la compasión, la comprensión, el perdón, y el respeto y la ayuda a otros.
7.   Detecté mis heridas de la infancia que se abrieron al tomar conciencia de mi trauma del padre ausente, las reconocí, las honré, las atendí y las sané. El dolor del abandono reabre heridas y traumas tempranos de nuestro niño interior.
8.   Me hice cargo de mí misma, responsable de mi vida y mi felicidad. Dejé de esperar que otros se hicieran cargo de mis necesidades y pasé a hacerlo yo misma. Empecé a escucharme y a atenderme, a darme lo que yo necesito sin reclamar a los demás.
9.   Entendí que los sentimientos de dolor, abandono y angustia son necesarios, porque nos señalan dónde hay que mirar, y que son temporales. Cuando aprendamos las lecciones que nos traen, se marcharán.
10.   Entendí que la desesperación y desesperanza son emociones pasajeras, y que siempre hay solución para todo.
11.   Me di cuenta de que yo y solo yo tenía la llave para abrir la puerta de sanación de mi trauma de padre ausente, lo difícil está en encontrarla.
12.   Finalmente entendí que yo tengo el poder de sanarme, y que todo empieza por una decisión.

Así que… el abandono paterno, ¿es una desgracia o un regalo?

 CONCLUSIÓN

Tú tienes el poder de escucharte y atenderte, de hacerte responsable de ti y de tu dolor, y de darte lo que necesitas. De permitirte tus tiempos y tus espacios, de hacer una pausa en la vida, de reflexionar y redirigirla, de un nuevo comiendo, de un nuevo tú.
Tú tienes el poder de sanar la herida de tu padre ausente. Toma la decisión de reconocer tu dolor y tus sentimientos, de escucharlos y dejarlos que se expresen, de hacerte cargo de ellos y suplir sus necesidades.
Déjate sentir, no ignores más lo que tu cuerpo y tu alma te reclaman, escucha, sé compasiva, contigo primero, y con los demás después.
Y recuerda, tú eres una mujer valiosa, tú eres una mujer merecedora, tú eres digna de ser amada. Elige construir tu fortaleza interior.
P.D.: construir tu fortaleza interior pasa por el conocimiento profundo de tus heridas y de tu dolor.

Autora: María del Mar Mediterráneo


Septiembre 17, 2021, 03:46:45 am
Respuesta #1

Desconectado juan vega

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Re:CÓMO SOBREVIVÍ AL PADRE AUSENTE: 12 CLAVES PARA LA RECUPERACIÓN.
« Respuesta #1 en: Septiembre 17, 2021, 03:46:45 am »
Muy recomendable para quienes hayan sentido en su infancia la carencia de un padre o una madre que actuaran como tales.

 

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