¿POR QUÉ NOS VOLVEMOS CONFORMISTAS?
No es raro que miremos hacia atrás y nos demos cuenta de que hubo una época en la que no éramos conformistas. Soñábamos con llegar lejos, queríamos hacer de nuestra vida algo memorable. Pero algo pasó y en algún momento, cambiamos de rumbo.
Nos volvemos conformistas por diversas razones: por dependencia de otras personas, por baja autoestima, por falta de motivación o por miedo a algo… Uno o varios de estos factores limitan nuestro desarrollo y crecimiento personal y nos impiden traspasar el umbral de lo “justo y necesario”.
Cada uno, en efecto, puede asumir la vida de la forma que desee y se podría decir que de ahí parte todo. Algunos harán poco, algunos harán mucho y otros harán apenas lo necesario para pasar por la vida a hurtadillas, sin involucrarse mucho en ningún asunto de envergadura.
“Caso tras caso, vemos que el conformismo es el camino fácil…”
–Noam Chomsky–
El “extra” o valor agregado en cualquier aspecto de la vida (es decir, el hacer de más por un deseo de ser mejor) es lo que marca la diferencia. Porque ese valor agregado o ese plus, aparte de ser un modo de modificar el entorno, de imprimir un sello propio a la existencia, es también lo que define el destino de cada persona: sus alcances y sus limitaciones.
CONFORMISTAS POR HACER ESTRICTAMENTE LO NECESARIO
Ser conformistas está estrechamente relacionado con el nivel de interés y de exigencia que aplicamos sobre nosotros mismos. Solamente quienes se empeñan en conseguir los objetivos más elevados, logran construir una vida que florece a cada paso. En cambio, hacer lo estrictamente necesario es simplemente renunciar a lo mejor de la existencia.
Ciertamente, muchas veces no nos damos la posibilidad, o el regalo, de probar para contestar a una sencilla e enigmática pregunta: ¿hasta dónde podemos llegar? Lo que hay en el fondo de esta actitud es, sobre todo, falta de confianza e uno mismo y miedo a marcar la diferencia. Algo que se traduce en desidia o desinterés, configurando así la base sobre la que se edifica una vida “sin sal ni azúcar”.
Claro que tampoco se trata de hacer más de lo debido, porque sí. A veces al tratar de hacer más, se hace menos. Como dice el viejo adagio popular: “el que mucho abarca, poco aprieta”. De lo que se trata es de poner un toque de excelencia en todo aquello que hacemos cotidianamente, por pequeño que sea. De darle valor a nuestras acciones, porque en cada una de ellas estamos dejando una huella de nuestro paso por el mundo.
DEJAR QUE OTROS HAGAN…
Hay personas que se resisten a crecer. Saben que seguir actuando como niños es algo que trae grandes limitaciones, pero también muchos beneficios. Uno de ellos, el hecho de que nunca tienen que verse confrontados con la angustia de tomar decisiones, de resolver problemas o de tomar la responsabilidad por los errores.
No importa que una persona tenga una edad avanzada: a veces sigue comportándose como un niño. Uno de los aspectos en los que más se refleja esto es en esa actitud de “dejar que otros hagan”. En cada situación incómoda o comprometedora, permitirán que sean otros quienes tomen la batuta. No quieren ser ellos quienes carguen con el lastre: para eso están los demás.
A todas luces, el vivir de lo que hagan los demás nos vuelve conformistas y puede llevarnos hasta el punto de anular nuestras capacidades y potencialidades. Estas solo emergen cuando la misma vida nos ponga frente a frente con circunstancias exigentes.
Lo curioso es que entre más se delegan en los demás las responsabilidades y los riesgos de vivir, más crece en el interior la desconfianza frente a lo que somos capaces de hacer. Se configura así un círculo vicioso. Lo malo es que en ese “dejar que otros hagan” podemos también estar dejando ir las emociones y experiencias más intensas y constructivas de la vida.
LA BAJA AUTOESTIMA Y LA FALTA DE MOTIVACIÓN
Cuando se tiene un bajo nivel de autoestima o un bajo nivel de motivación, tendemos a caer en el conformismo. Por un lado, porque no nos creemos capaces de hacer una determinada labor y por el otro, porque no tenemos ese impulso o energía que resulta necesaria, y hasta imprescindible, para poner en marcha o continuar con cualquier proyecto.
Un ejemplo que va muy bien es el de los hijos. Muchas personas, al adquirir la responsabilidad de tener personas a su cargo, adquieren también una motivación que les empuja a crear y a construir. Es en ese momento, precisamente, cuando dejan de ser conformistas, al menos en este aspecto. A veces también una situación límite se convierte en una motivación: sabes que si no haces algo, te hundes. Por eso, no siempre las grandes encrucijadas traen consecuencias negativas.
Por esto, la autoestima y la motivación van de la mano, y pueden ser determinantes en el nivel de conformismo de cualquier persona. Alguien que no cree en sí mismo o que no cuenta con ese empujón adicional para hacer y crear, seguramente va a carecer del ánimo o del coraje suficiente para lograr metas por encima de lo estrictamente necesario.
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