ABRAZA TU SOLEDAD.
David Serrano
Parece mentira que siendo la generación mejor conectada, seamos la que más sola está. O, mejor dicho, la que más sola se siente. Que no es lo mismo.
Todos nos hemos sentido solos en algún momento de nuestra vida y, por ello, hay tantas definiciones de soledad como personas que la experimentan. Para algunos, es un estado emotivo, a veces sentido, a veces buscado y, para otras tantas, un estado impuesto por la vida misma en el vivir de las ausencias.
Tal y como decía Benedetti: “la soledad se sabe sola en el mundo de los solos y se pregunta a veces por otras soledades”. No deja de ser un estado emocional envuelto en cierto desconcierto e incomprensión social.
Y es que la soledad tiene dos caras. Puede ser un enemigo mortal que te cae como una losa. O también puede ser tu mejor amiga: la que te hace escucharte, conocerte, enfocarte en lo que realmente quieres y necesitas en cada momento. Depende del cristal con que se mire.
Porque no tenemos miedo a la soledad, tenemos miedo a estar con nosotros mismos. A escucharnos. Es la soledad emocional.
“Se rehúye de la soledad porque son muy pocos los que encuentran compañía consigo mismos”. (Carlo Dossi)
Y es que cuando te sientes solo, puedes oír tu ruido interior. Una especie de sirena que reverbera dentro de ti, con un sonido desgarrador e insistente. Y la evitas a toda costa. Buscas manos a las que cogerse, pupilas amigas donde posarse, u oídos amables que te escuchen.
Encendemos el televisor. O buscamos la complicidad de la radio. O buscamos cuerpos anhelando complicidad. O trabajamos más de la cuenta. O contamos «cuentos» por las redes sociales. Cualquier distracción para acallar el zumbido continuo.
Pero no hay nada externo que pueda llenar ningún vacío de soledad.
Porque a veces, tu soledad emocional es tan rotunda que silba. Si, es tan desmedida, que ronronea en tu hombro. Y vayas donde vayas, o hagas lo que hagas, esa sensación te acompaña siempre. Porque la llevas dentro, porque la alimentas, la construyes, la consientes y la mimas hasta convertirla en tirana.
Más que buscarla, parece que la soledad le encuentra a uno y cuando esto sucede, puedes estar con mil personas, que el desierto es casi ilimitado. Y es que no hay soledad más dura que aquella que uno siente rodeado de mucha gente. La soledad de sentirse incomprendido, de sentirse poco querido. La soledad de notar que uno va en la dirección contraria al mundo.
Es cuando te miras al espejo y no recuerdas quién eres, porque te has convertido en tus quejas, tus dolores, tus angustias, tus ansiedades de madrugada y tus limitaciones imaginarias… Eso es lo que te muestra al principio la soledad.
Aunque, cuando tienes el valor necesario como para aguantarte la mirada, todo cambia. Ya no estás solo. Ya sabes que puedes contar contigo. Y, cuando empiezas a encontrarte y conocerte, empiezas a dejar de tenerle miedo a la soledad.
La soledad, por tanto, se entrena, se aprende, y se vuelve cada vez más maravillosa cuanto más se practica. Esto no significa que nos volvamos lobos solitarios, porque la soledad es en realidad el complemento perfecto de la compañía, porque aquellos que disfrutan de ella, después saben apreciar mejor una conversación, un abrazo, un amigo, una llamada…
Así que empiezas a construir apoyos y nuevas relaciones, tejer complicidades nuevas, cambiar de maneras y actitudes. Listar tus retos y poner en fila tus logros. Reparar daños para ponerse en forma y tomarse un tiempo para lamer heridas y cicatrizar. Volver al espejo y decir en voz alta “no estoy solo, me tengo a mi«.
La soledad será ahora tu mejor amiga. Aquella que cogerá tus lagrimas, que te dará la razón en todo. No intentará animarte para que salgas de fiesta. Tal vez, que dediques tu tiempo libre a hacer yoga o leer libros de desarrollo personal. Será tu fiel compañera en la andadura de la cara oculta de ti, para darte luz. Porque te darás cuenta que no es para siempre, pues como decía John Milton “la soledad es a veces la mejor compañía, y un corto retiro trae un dulce retorno”.
Estar solos es uno de los pocos mecanismos para poder encontrar nuestro verdadero potencial.
Y es que toda relación que busca ante todo cubrir el vacío de la soledad, estará basada en un afecto inmaduro, dependiente y tóxico, donde se vulneran libertades, derechos y el crecimiento personal de cada uno.
“Para amar hay que emprender un trabajo interior que solo la soledad hace posible”. -Alejandro Jodorowsky-
Desintoxicarse de la soledad es muy sencillo. Solo tienes que preguntarte a ti mismo si eres feliz con lo que estás haciendo. Darte la oportunidad de conocer lo que realmente piensas sobre lo que pasa a tu alrededor. Y hacer todo aquello que te haga feliz. Aunque parece complicado, también es liberador.
La soledad, por tanto, si la elegimos nosotros, es un regalo para disfrutar. Un espacio único donde aprender a ser felices. Porque es en solitario donde se descubre la novedad de cada instante.
Y es que el final del camino, siempre eres tú mismo. La meta lleva tu cara. El por qué tiene tu nombre. La respuesta a la pregunta es: tú.
Y tú ya nunca volverás a estar solo, porque ahora te tienes a ti.
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