¿QUÉ LE SUCEDE AL CUERPO EN UN ATAQUE DE PÁNICO?
Nuestro cuerpo en un ataque de pánico queda a merced de los pensamientos amenazantes que inundan nuestra mente. De hecho, en una crisis de ansiedad el problema no se encuentra en el cuerpo sino en los pensamientos que alimentamos. Nuestro organismo se limita a responder de manera coherente a la señal de peligro que han generado esos pensamientos.
Comprender las consecuencias del ataque de pánico en el cuerpo es importante ya que las investigaciones sugieren que aproximadamente un 13% de las personas en todo el mundo ya han experimentado al menos una vez un ataque de ansiedad. Si ese episodio no se gestiona adecuadamente puede terminar volviéndose crónico, de manera que tendremos ataques de pánico cada vez con más frecuencia, un trastorno más común a partir de los 30 años de edad.
Los ataques de pánico son episodios de miedo o aprensión intensos. Se producen cuando la mente interpreta de manera negativa y amenazante eventos que en realidad no representan un peligro potencial. Una teoría apunta a que se trata de un intento torpe de nuestro cerebro para protegernos de situaciones que nos generan una gran incomodidad. Por tanto, la crisis de ansiedad sería, básicamente, una «técnica de distracción» de nuestra mente que nos obliga a dejar de prestar atención al jefe que nos está agobiando o a esa multitud de personas en la que nos sentimos asfixiar.
Estos episodios suelen ocurrir de manera repentina y alcanzan su punto máximo en unos diez minutos, para remitir por completo al cabo de media hora. Sin embargo, los síntomas físicos del ataque de pánico pueden llegar a ser tan intensos que generan un gran miedo pues muchas personas creen que están teniendo un infarto, se están asfixiando o han perdido la razón por completo.
EL CEREBRO, EL SITIO DONDE TODO COMIENZA
Cuando percibimos una amenaza, nuestro sistema nervioso simpático se acelera, liberando energía y preparando al cuerpo para entrar en acción. Luego interviene el sistema nervioso parasimpático y el cuerpo se estabiliza en un estado más tranquilo que le permite evaluar mejor el peligro que entraña la amenaza que nos preocupa. Sin embargo, si el sistema nervioso parasimpático no hace bien su trabajo, permaneceremos en ese estado de alarma y excitación durante más tiempo del debido y sufriremos un ataque de pánico.
Las Neurociencias han comprobado que durante un ataque de pánico algunas áreas del cerebro se vuelven hiperactivas. Una de esas zonas es la amígdala, que es el centro del miedo en el cerebro y la principal encargada de gestionar nuestro comportamiento cuando estamos en una situación de peligro. La amígdala produce un secuestro emocional en toda regla. Asume el control y “desconecta” a los lóbulos frontales, que son los que nos permiten pensar con más claridad y racionalidad.
Neurocientíficos del University College de Londres también han apreciado que durante un ataque de pánico se activa una zona del mesencéfalo, el cual controla nuestra experiencia del dolor, llamada sustancia gris periacueductal, una zona que dispara las respuestas defensivas del cuerpo, como paralizarnos o correr.
Por otra parte, se produce la activación del hipotálamo, un área pequeña pero muy poderosa del cerebro que envía un mensaje a la glándula pituitaria para activar las glándulas suprarrenales. Así comienza a liberarse hormonas como la adrenalina y el cortisol, que inundan nuestro cuerpo y desencadenan todos los signos del ataque de pánico.
¿QUÉ LE SUCEDE AL CUERPO EN UN ATAQUE DE PÁNICO?
? Aumenta la frecuencia cardíaca y sentimos palpitaciones
Cuando la adrenalina fluye por nuestro torrente sanguíneo, pone a nuestro cuerpo en alerta máxima. De hecho, los niveles de adrenalina en el cuerpo pueden duplicarse durante un ataque de pánico. Los latidos del corazón se aceleran para enviar más sangre a los músculos por si necesitamos luchar contra la amenaza o salir corriendo.
El problema es que ese aumento de la frecuencia cardíaca suele terminar generando palpitaciones, unos latidos acelerados que pueden llegar a generar malestar en el pecho. Eso es lo que nos hace sentir como si estuviéramos a punto de sufrir un infarto o desmayarnos. Generalmente se trata de uno de los síntomas del ataque de pánico que más miedo genera.
? Sudamos profusamente
La misma respuesta que aumenta la frecuencia cardíaca es la responsable del exceso de sudoración que podemos experimentar durante un ataque de ansiedad. Este síntoma físico del ataque de pánico se debe a que la adrenalina que discurre por el torrente sanguíneo prepara los músculos para el esfuerzo, pero también hace que la piel transpire.
Un estudio realizado en la Universidad Estatal de Nueva York propuso una teoría muy interesante según la cual, el sudor durante un ataque de pánico sería una señal de advertencia podría indicar a otras personas la presencia de un peligro inminente. Estos investigadores encontraron que las personas expuestas al olor del estrés que emitía el sudor de otra persona se mostraban más alertas en todos los sentidos, un estado que podría ayudarlos a detectar una amenaza que de otro modo podrían haber pasado por alto. En práctica, la sudoración sería un mecanismo de alarma ancestral que captamos por debajo del nivel de nuestra conciencia y que compartiríamos con el resto de los mamíferos.
? Respiramos con mayor dificultad y nos desorientamos
El aumento de la frecuencia cardíaca y el flujo de sangre hacia las extremidades en un ataque de pánico demanda una cantidad de oxígeno adicional para mantener toda esa sangre oxigenada. Esa es la causa principal por la cual comenzamos a respirar con dificultad y podemos sentir que nos falta el aire cuando sufrimos un ataque de pánico.
El intento de llevar más oxígeno a la sangre hace que entremos en hiperventilación, otro de los síntomas físicos del ataque de pánico que más malestar y temor genera. La hiperventilación puede causar confusión, desorientación y mareos porque respiramos tanto dióxido de carbono que nuestro cerebro básicamente se sobrecarga con oxígeno, lo que nos hace sentir mareados.
A veces esa sensación puede afectar la manera en que percibimos nuestro entorno, por lo que algunas personas tienen la sensación de que el mundo se les cae encima, literalmente. Además, como comenzamos a respirar por la boca, otro resultado desagradable del ataque de pánico es que terminamos con la boca extremadamente seca.
? Nuestras pupilas se dilatan
Uno de los síntomas físicos del cuerpo en un ataque de pánico que suele pasar desapercibido es la dilatación de las pupilas. Como regla general, este cambio se produce para permitir que entre más luz a los ojos, lo cual debería mejorar nuestra visión para protegernos de la amenaza que nos preocupa.
Sin embargo, no es inusual que cuando las personas sufren un ataque de ansiedad experimentan la reacción opuesta: visión borrosa. Esto se debe a que los ojos se esfuerzan demasiado por permanecer enfocados, lo que hace que la visión periférica parezca borrosa. Esa restricción del campo visual, sumado a la hiperventilación, termina alterando la percepción del entorno, aumentando los mareos y la desorientación.
? Nuestro sistema digestivo se ralentiza o deja de funcionar por completo
Cuando estamos ante un peligro, nuestro cerebro decide en cuestión de milisegundos qué funciones del cuerpo son más importantes para la supervivencia. Y la digestión no es una de ellas. Por eso durante un ataque de pánico la digestión se interrumpe casi por completo.
Cuando nuestro cerebro cree que estamos en peligro, envía señales al sistema nervioso entérico que regula la función del tracto gastrointestinal para ralentizar o incluso detener el sistema digestivo. Así nuestro organismo conserva la mayor cantidad de energía posible y se prepara para afrontar la amenaza potencial. Esa es la razón por la que muchas personas pueden sufrir náuseas, vómitos, diarrea, estreñimiento o calambres estomacales inmediatamente después del ataque de pánico o durante este.
¿CÓMO QUEDA EL CUERPO DESPUÉS DE UN ATAQUE DE ANSIEDAD?
El cuerpo después de un ataque de ansiedad buscará la manera de volver a sus niveles basales, aunque puede necesitar un poco de tiempo antes de que todos los parámetros fisiológicos vuelvan a la normalidad. Como regla general, primero recuperamos el aliento y disminuye la frecuencia cardíaca.
Sin embargo, podemos sentirnos como si acabaran de apalearnos ya que nuestro organismo ha sido sometido a un enorme esfuerzo. Por eso es normal que después de un ataque de pánico nos sintamos extremadamente fatigados y sin fuerzas a nivel físico y mental.
Además, durante un ataque de pánico el nivel de azúcar en sangre se dispara. No podemos olvidar que la glucosa es el principal alimento del cerebro y el sistema nervioso, siendo además una fuente rápida de energía que necesitamos para responder a la amenaza. Sin embargo, sus niveles caen en picado después de un ataque de ansiedad.
Entonces podemos sufrir lo que se conoce como hipoglucemia reactiva, que produce un bajón en el estado de ánimo, dejándonos completamente agotados y sin ánimos. Algunas personas incluso pueden presentar problemas para concentrarse, descoordinación motora, angustia, sensaciones de hormigueo o llegar a llorar después de un ataque de pánico.