CARTA A MI PAZ
Ansiada Paz:
Ha sido recientemente cuando, por fin, me he dado cuenta de que siempre te he estado buscando sin saberlo, aunque te disfrazaba de otra cosa, o te ponía otro nombre. Pero solo te buscaba a ti.
En cada acto, en cada decisión, estabas presente, aunque es ahora que me he dado cuenta de eso. Creía que me darían plena satisfacción los éxitos de cualquier clase, pero no ha sido así. Todos los que he alcanzado me han aportado satisfacciones, pero no era a mí a quien satisfacían: era a mi ego. Cuánto esfuerzo, cuánto sufrimiento, cuánta pérdida de irrecuperable vida había tras esa búsqueda equivocada.
La auténtica satisfacción plena me ha llegado de mi encuentro contigo, o sea, con mi encuentro conmigo, el noble, el sencillo, el que carece de ambiciones desmesuradas, el que ya por fin ha comprendido y se ha retirado de sus batallas, de las medallas sociales, del estruendo y de la persecución alborotada del éxito.
“La paz exige cuatro condiciones esenciales: verdad, justicia, amor y libertad”, proclamó Juan Pablo II. No sé si refería a la paz mundial, pero yo sé que son básicas para mi Paz. Con esos cuatro elementos ya se puede formar una personalidad de la que el poseedor se puede sentir muy satisfecho. Ayuda, y mucho, que encuentro en mí otras cualidades que al añadirlas a estas salen todas multiplicadas. Honradez. Bondad. Una conciencia en calma. Dignidad. Nobleza. Sinceridad. Paciencia. Flexibilidad. Respeto. Empatía. Tolerancia. Prudencia. Sencillez. Sé que la suma de todas ellas me ha allanado el Camino hacia la Paz.
Mi Paz interna se refleja en una Paz externa. Estoy en Paz conmigo y estoy más en Paz con el mundo. Gracias a ti tengo la mirada de quien parece haber encontrado lo que había venido a buscar a esta vida. Gracias a ti soy fiel a mis principios. Me relaciono amorosamente con la gente. El trato conmigo es amable y armonioso. Las sonrisas se expresan más a menudo en mi boca.
Renuncié a los dramas innecesarios. A los conflictos interminables. A las discusiones inútiles. A las rabietas absurdas. A los enfados estériles. A las ambiciones en general: ya solo te ambiciono a ti.
Te agradezco tu presencia y estancia en mí. Reconozco ser una persona distinta desde que te instalaste en mí. Ya no permito que nadie controle mis emociones, que nadie desbarate este estado placentero que he ido creando. He eliminado todo aquello que me perturbaba y le he quitado el poder de afectarme a todo aquello que me perjudicaba.
Por supuesto que siguen pasando en mi vida cosas que no me agradan, pero no permito que traspasen la barrera donde empieza el daño. Hay tormentas, pero me mantengo sereno. Los problemas solo son asuntos pendientes de resolver que resuelvo como puedo, pero no me doy permiso para sufrir como si en ello me fuese la vida. La tranquilidad, la objetividad y la ecuanimidad han sido grandes aliados para poder llegar hasta ti.
Supongo que el hecho de tener tantos años como tengo me ha ayudado de algún modo. Veo las cosas de otro modo distinto, todo me parece relativo, todo me parece menos dramático de lo que aparenta ser. Sí, tal vez sean los años, pero ahora mis luchas no derraman sangre y nunca salgo herido sino reforzado.
Ahora puedo decir, con gran satisfacción, que mi Paz interior está por delante de otras prioridades, que no hay algo que me tiente más que seguir así, sereno, sencillo, en una tranquilidad apacible y con una sensación de Ser Yo Mismo como nunca antes había llegado a sentir.
Así que nuevamente te doy las gracias y te invito a que te quedes conmigo hasta mi último día.
Muchas gracias.
Francisco de Sales