Hola, elisa, intentaré explicarme a ver si consigo que se me entienda
Gaizka, has estado muy fino, a ti si que te inspira la noche, jejeje....
Bueno, pensemos en un niño que todo lo que descubre por primera vez lo afronta sin experiencia previa. En su intento por conocer esa realidad, hace preguntas que para un adulto parecen hasta simplezas. Pero es que no tiene nada en su memoria cuando se enfrenta a un acontecimiento, pareciendo -y siendo- de una completa ingenuidad. Así, acepta la realidad como es.
Los adultos vamos incorporando experiencias con el paso del tiempo que quedan archivadas en la memoria. Pero también creencias. Y terminamos con identificarnos con las creencias que hacemos nuestras.
Si yo creo que tener un Ferrari da prestigio social, incorporo esa creencia a mi respetorio de identificaciones. Así, cuando vea un Ferrari por la carretera, admiraré a su propietario, pues creo que esa situación le da prestigio.
¿Qué ha ocurrido?. Que no he visto simplemente un coche ancho, bajo, de color rojo y con un sonido electrizante, sino que he tenido la ocasión para aplicar a un hecho de la realidad la plantilla que llevaba en la mente. Es decir, he percibido la realidad desde mis esquemas, mis creencias, o desde mis identificaciones.
¿El pasado?. Bueno, hubo un momento en mi vida en que creí en ese esquema y lo incorporé, pasando a formar parte de aquello con lo que me identifico. Así, el pasado influye en la percepción del presente, en su interpretación.
Veamos dos ejemplos más, aparentemente opuestos. El primer caso, alguien con quien no hay buena relación, incluso podríamos decir que una relación tensa. En el pasado hubieron unos hechos en los que etiqueté la conducta del otro como lesiva hacia mí, así que emití el juicio de que era "malo".
Hoy le veo a cierta distancia y no puedo evitar un sentimiento de desagrado. ¿Por qué me ocurre ésto?. Porque al verlo le estoy identificando con el juicio emitido en el pasado, que, erróneamente, mi mente me hace creer que le define por quién es. Así que voy y le evito, repitiéndome mentalmente que no se merece que le salude.
El otro ejemplo sería el de la visión de un amigo, también a cierta distancia, cuya sola contemplación me genera un sentimiento agradable, incluso le llamo para saludarle y conversar unos minutos, convencido de que su compañía me resultará beneficiosa.
En un pasado me reforzó, se interesó por mí, incluso me ayudó, y no hubo más opción que ponerle la etiqueta de "bueno", le enjuicié de ese modo.
¿Acaso en ambos casos no nos hemos relacionado desde los juicios emitidos desde el pasado?. ¿Y quien dice que HOY no pueden reaccionar cada uno de ellos del modo contrario al previsto?. Por otro lado, el juicio emitido hacia ellos ¿ no tendrá que ver más con mis necesidades y expectativas personales, que con quiénes o cómo son realmente ambos?.
Bien, ¿Y qué tiene que ver ésto con la separatidad, con la dualidad a que se refiere Gaizka?.
Pues que si todos somos partes de un todo, si el Ser esencial de cada uno no es más que a modo de una gota de agua de todo un gran océano, todo lo que produzca separatidad (o dualidad) no puede ser más que producto de la mente, y, por tanto, alejado de la auténtica realidad.
No es que la dualidad se presente porque distingamos solamente entre buenos y malos. Es que en el momento que emitimos un juicio, que catalogamos, que clasificamos,...... ya estamos generando separatidad.
Y es que es difícil afrontar el presente al modo del niño que citaba al principio. Siempre llevamos nuestros valores en la cabeza, evaluando cada hecho, cada sentimiento, cada contratiempo, cada acción, sea propia o ajena.
Es por ésto por lo que decía que el pasado produce separación. Es en el pasado en el que, en su momento, decidimos quedarnos con determinados valores y creencias. Y es en el presente cuando estos influyen, filtrándonos la percepción de la realidad del aquí y del ahora. No vemos el aquí y ahora exentos de la mente. O, al menos, es bastante difícil, pues se produce muy de modo automático.
El año pasado tuve que afrontar muy en serio el tema del perdón. Y es cuando descubrí que la culpabilidad de quien tenía que perdonar había sido generada en el pasado, pues en el hoy no había nada que reprocharle. Pero ese pasado, esa etiqueta que le colgué en su momento, me impedía verle sin condenación.
Lo ví, lo entendí, aprendí a perdonar y también a entender un poco más todo el juego de la mente.
Como ser vivo, expuesto a la vida y al riesgo de la muerte, he llegado incluso a comprenderlo. Imaginemos que vamos dando un paseo por el campo y descubrimos, a cierta distancia, un tigre de bengala dormitando. No iremos a acariciarlo y a decirle "Misis, misis, hola, lindo gatito, ven que te acaricie". Lo más esperable y deseable es que demos la vuelta y corramos para ponernos a salvo, nuestra vida está en juego. Así, la experiencia acumulada en el pasado sobre el tigre nos puede servir para seguir vivos.
Pero tendríamos que admitir que desde el punto de vista biológico sí que puede ser útil todo ésto. No para entender la auténtica naturaleza de nuestro Ser ni la trascendencia, sin duda.
Si te crees avanzado espiritualmente, es que crees que lo estás más respecto a otros. Si te crees más generoso, es que habrá otros que lo son menos. Si te sientes menos digno para ser querido, es que tú mismo te estás clasificando.
Así, creo que cuanto menos cataloguemos, definamos o enjuiciemos, menos nos moveremos en el ficticio mundo de la dualidad o separatidad. Si todos somos Ser, lo que digamos, hablemos o hagamos, no deberían ser ningún criterio válido para definir quiénes somos realmente. Y ésto nos abre una puerta que el niño pequeño conoce perfectamente: la de la aceptación.
No sé si he conseguido explicarme, sinceramente
Un beso para Elisa y un abrazo para Gaizka