LA DEUDA IMPAGABLE: LA SENSACIÓN DE DEBERLE ALGO A LOS DEMÁS.
Por Inés Valderrábano
Quizás alguna vez has podido sentir que tienes que hacer algo porque se lo debes a alguien, que tienes una deuda. Es un sentimiento tristemente frecuente, esa sensación de estar constantemente en negativo en la cuenta. Especialmente en la familia y en concreto con los padres.
A esto lo podemos denominar una deuda emocional, un estado que genera en la persona una sensación constante de culpa por no hacer algo o por sentir que le debemos algo a alguien. Esta sensación puede ser incluso vivida como un chantaje por parte de la otra persona si se explicita, pero normalmente, el sentimiento de deuda es implícito: nadie habla de él y todo el mundo sabe que está.
Normalmente, las deudas requieren de dos personas entre las que se genera un compromiso desequilibrado, donde hay un acuerdo indirecto que necesita ser compensado. Estas deudas emocionales pueden generarse de dos formas: podemos arrastrar e ir renovando una deuda del pasado, o se puede crear en el presente ante la expectativa del futuro (p.ej. tengo que hacer esto porque el otro va a hacer esto).
Nos podemos encontrar, cuando las relaciones están altamente deterioradas, que una de las partes exige saldar la deuda, aun sabiendo que esa deuda es alta. A menudo, cuando el deudor siente que no puede pagarla, que no hay compensación posible, es cuando se rompe la relación.
LA DEUDA EN LA FAMILIA
Peter Bourquin, en su libro Las Constelaciones familiares dedica un apartado a esta deuda entre familiares. El autor señala que, para pertenecer a una familia, hay que seguir unas leyes o reglas del juego, y una es la denominada compensación adecuada. Es decir, cómo devolver el pago por algo que otros han hecho por nosotros de forma proporcionada y sin caer en un desequilibrio de poder.
El autor habla de un intercambio de transacciones en la familia donde lo que se da y se recibe es amor, y este dar y recibir es distinto en función de si es entre los padres, entre los hermanos o entre padres e hijos. Habla de que una generación da y la siguiente toma, que lo pasará a la siguiente generación, y así sucesivamente.
Bourquin señala que equilibrar la cuenta entre padres e hijos es, simplemente, imposible y solo lleva a la desubicación de uno mismo. No hay precio posible al hecho de haber recibido la vida, no se puede compensar. El regalo más grande que nadie recibe por parte de los padres es la vida, y la “deuda” sólo puede ser aliviada a través de lo que uno da a sus propios hijos o de alguna manera a la comunidad.
Cuando un hijo intenta compensar a sus padres, por ejemplo, resolviéndoles los problemas, la felicidad o la tristeza, quiere dar algo que no puede dar porque no lo tiene. Bourquin lo señala claro: “Ningún hijo tiene el poder de cambiar el destino de sus padres” (2007, p.21).
UN PASO MÁS ALLÁ: LA DEUDA EN LA PAREJA
Esta deuda, aunque en menor escala, la podemos sentir también con nuestra pareja. En este ámbito, es importante partir de la base de que se trata de una relación entre iguales, ambos dan y ambos toman. Y así, se mantiene un equilibrio en el intercambio y la relación crece.
Pero si uno da mucho y el otro da poco o si uno se niega a tomar, este delicado equilibrio se rompe, poniendo en peligro la continuidad de la pareja. Porque con el paso del tiempo, la persona que más da o menos toma, acaba frustrándose y el otro, el que más toma, acabará sintiendo una deuda que aumenta y se hace difícil de pagar. Cuando sentimos que no podemos compensar al otro por lo recibido, devolviéndole algo adecuado que ponga el contador a cero, se acerca el fin de la relación.
Esto no es lo mismo a dar y recibir con el contenido adecuado, sino que se refiere a la cantidad. Otra cosa es cuando lo que nosotros damos o nuestra pareja no da es erróneo, está basado en lo que nosotros creemos que el otro quiere y no en lo que realmente quiere, hay un fallo en la comunicación: uno solo habla inglés y el otro solo habla mandarín.
Y ENTONCES, ¿CÓMO SE RESUELVE?
En primer lugar, y como siempre el paso más importante, es darse cuenta de que se hacen las cosas “porque se lo debo” y, en segundo lugar, buscar el “por qué se lo debo”. Es decir, ser auditores de nuestros pensamientos y nuestros actos, pillarnos con las manos en la masa e intentar buscar el origen de dicha deuda.
Si la otra persona lo permite, explicitarlo. Es un paso importante y en ocasiones, la deuda la tenemos nosotros en nuestra cabeza y el otro no estaba contando. A continuación, se debe buscar saldar la deuda emocional de manera sana y no vengativa, si es que se puede saldar.
Si en este intento de darte cuenta de tus deudas emocionales te das cuenta de que estás atascado, si ni si quiera encuentras que tengas una deuda, pero te invade un sentimiento de culpa si no haces algo por alguien, o sientes que el otro te debe algo y no sabes cómo gestionarlo, procura hablar con un psicólogo que te ayude a resolverlo.
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